La familia de los que creemos en Jesús y hacemos la voluntad del Padre
Miqueas, 7, 14-15.18-20; Sal. 84; Mt. 12, 46-50
‘Oye, que tu madre y tus hermanos están fuera y quieren hablar contigo’, vinieron a decirle a Jesús mientras El estaba enseñando a la gente.
Esta expresión a muchas personas les resulta confusa, no sólo por la respuesta de Jesús que a alguno le podría parecer en una muy particular interpretación que Jesús no hace caso de su propia familia. La confusión y en lo que muchos se fundamentan para decirnos que los católicos enseñamos cosas que no son verdad y que de María decimos cosas que el evangelio contradice cuando hablamos de la Virginidad de María.
Nos dicen Jesús tuvo más hermanos, porque ahora le dicen que allí están sus hermanos esperándole, o porque en la sinagoga de Nazaret cuando sus convecinos se admiran de la sabiduría de Jesús hacen referencia a sus hermanos y hermanas. Muchas discusiones habremos escuchado o tenido por este motivo cuando nos vienen de otras iglesias cristianas o desde algunas sectas a decirnos que nosotros estamos equivocados.
No merma para nada la grandeza de María y el papel que Dios quiso asignarle en la historia de nuestra salvación como Madre de Jesús nuestro Redentor y como Madre de Dios el que María tuviera o no tuviera más hijos. Dejando esto como una premisa de nuestra reflexión, sí tenemos que saber interpretar el sentido que muchas palabras o conceptos podían tener para una gente de una cultura distinta como son las gentes de Oriente o las gentes del entorno semítico.
Decir que el concepto y la valoración que de la familia se hacían los semitas y los orientales es mucho más grande que el que nosotros en nuestra cultura, incluso nuestra cultura ya postmoderna, podemos tener. La familia en su conjunto y en toda su amplitud era algo muy valorado y muy sagrado. Los vínculos familiares creaban una unión muy profunda en todos los miembros de la familia, de manera que todos se consideraban hermanos. No solo son hermanos los nacidos del mismo padre y madre, sino todo el ámbito familiar era así considerado. Que a nosotros también en ocasiones nos sucede que tenemos parientes, primos con los que quizá mantengamos un vínculo mucho más estrecho que los propios hermanos por diferentes circunstancias que nos hayan surgido en la vida.
Esos son pues los hermanos de los que hablan quienes le anuncian a Jesús que allí están sus parientes buscándole o al hacer referencia en Nazaret a todos los parientes, a toda la familia que allí tenía Jesús.
Aclarado esto, que nos conviene de vez en cuando explicar para quitar dudas y confusiones de nuestra cabeza, vamos a fijarnos también en el nuevo sentido que Jesús quiere darle a la palabra familia desde la respuesta que les da a quienes habían venido a traerle la noticia de la presencia allí de su madre y de sus parientes.
Ante lo que vienen a comunicarle Jesús se pregunta: ‘¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos? Y señalando a los discípulos dijo: Estos son mi madre y mis hermanos. El que cumple la voluntad de mi Padre del cielo, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre’.
En Jesús nace una nueva familia. Somos los que creemos en El y a El nos hemos unido desde el Bautismo. En la Catequesis cuando hablamos de los efectos del Bautismo siempre decimos que nos hace hijos de Dios, hermanos de todos los hombres y miembros de la Iglesia, miembros de la familia de todos los que creemos en Jesús y formamos la Iglesia.
Es necesario creer en Jesús, escucharle, seguirle, querer vivir su vida. Cuando creemos en Jesús buscamos siempre y en todo hacer la voluntad del Padre. Como lo hizo Jesús, como nos lo enseña hacer a nosotros, como nos enseña a que esa sea siempre una petición en nuestra oración al Padre. ‘Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo’, decimos, pedimos en el padrenuestro. Así formamos la familia de Jesús.
De María aprendemos a cumplir en todo la voluntad del Padre, ella que se llamó a sí mismo la humilde esclava del Señor con el deseo que se cumpliera siempre en ella la palabra de Dios, la voluntad del Padre.
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