El necesario perdón como camino de reencuentro, reconciliación y convivencia en paz para hacer un mundo mejor
Daniel
3,25.34-43; Sal 24; Mateo 18,21-35
Hay ocasiones en que en nuestro orgullo herido cuando alguien ha
podido hacernos daño o molestarnos en alguna cosa nos encerramos en nuestro
resentimiento y rencor negando el perdón a quien nos haya ofendido, pensando
quizá que con eso nos resarcimos de lo que nos hayan herido y con un
sentimiento de venganza pensamos que es al otro a quien estamos dañando con
nuestra negativa al perdón. Pero seamos sinceros, ¿a la larga cuál es el mayor
daño que el que nos hacemos a nosotros mismos que en el fondo no llegamos a
tener paz en nuestro propio corazón?
Efectivamente, seguimos haciéndonos en ese amor propio herido que
mantenemos en nuestro corazón la misma pregunta que se hacia Pedro. ¿Cuántas
veces tengo que perdonar a mi hermano? Y nos escudamos quizá en la reincidencia
del que una y otra vez quizá nos ha ofendido. En el fondo es no haber entendido
el sentido de humanidad con que hemos de vivir y tratarnos los unos a los otros
que tendría que llevarnos siempre a la comprensión y al perdón.
Somos y humanos y capaces del error porque no somos perfectos ni
infalibles en todo lo que hacemos. Todos en la vida cometemos errores, tenemos
la posibilidad de tener ese mal momento con el que podemos molestar, ofender,
hacer daño a aquel con quien convivimos. Pero hemos de saber buscar siempre
caminos de entendimiento, de reencuentro, de reconciliación.
Desgraciadamente vivimos en un mundo muy crispado en el que salta
fácilmente la chispa cuando menos lo pensamos. La violencia está a flor de
piel. Los resentimientos se mantienen demasiado en la memoria y con mucha
facilidad sacamos cuentas antiguas. Parece que no hay manera de que nos
reconciliemos para saber caminar juntos y entre todos ir construyendo un mundo
de paz.
Esto lo palpamos en el día a día de nuestra sociedad a todos los
niveles. Nos cuesta entendernos y cuando alguien piensa distinto a nosotros en
lugar de tratar de entender lo que esa persona quiere expresar y con
argumentos expresar nuestra manera de
ver las cosas, enseguida saltamos con el insulto, las palabras fuertes, las
descalificaciones, la atribución al contrincante de no sé cuantos males o no sé
de cuantas herencias que haya recibido de lo que se haya podido vivir en otras épocas.
Es la crispación, repito, que palpamos en la vida social, en la política, en la
convivencia incluso en el seno de las familias. Nunca aceptamos al que pueda
pensar distinto y pueda ofrecernos otra visión de las cosas. Son esos orgullos
latentes en nosotros que hacen aparición de tantas formas violentas en la vida.
Mucho nos da que pensar este evangelio que hoy se nos propone en este
camino cuaresmal y que hemos de saber traducir al día a día de nuestra vida. Ese
tema del perdón tiene unas repercusiones muy amplias en todo lo que es nuestra
vida social y en la convivencia que hemos de vivir con los más cercanos a
nosotros, pero también con todos los que formamos una misma sociedad y
conjuntamos un mismo mundo.
Porque hablar del perdón nos está haciendo pensar en todos esos
valores que hemos de cultivar para lograr convivir en paz y armonía con los que
nos rodean; y eso significa comprensión y encuentro, diálogo y sinceridad, humildad
en el trato y sencillez en nuestras relaciones, aceptación mutua y comprender
que tenemos que hacer el camino juntos y entre todos cada uno aportando desde
sí hacer que nuestro mundo sea mejor.
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