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miércoles, 22 de marzo de 2017

El mandamiento del Señor el mejor camino en el amor que nos conduce a la vida en plenitud y a la felicidad

El mandamiento del Señor el mejor camino en el amor que nos conduce a la vida en plenitud y a la felicidad

Deuteronomio 4,1.5-9; Sal 147; Mateo 5,17-19
Queremos vivir. ¿Quién me va a decir que no quiere vivir? Ya sé que algunos se pueden sentir aburridos de la vida y desesperanzados y pareciera que pierden las ganas de vivir; los problemas, las dificultades de la vida, las enfermedades, la carencia de medios de subsistencia, la perdido de un norte o de un sentido para la vida, muchas cosas que pudieran hacer que perdiéramos las ganas de vivir.
Pero todos queremos vivir, aunque luego cifremos ese vivir en diferentes cosas. Hay quien dice que quiere vivir en libertad y que nada le ate, nada le condicione, que pueda hacer lo que quiere o lo que le apetezca en cada momento. Fuera normas, fuera reglas, fuera leyes, todo aquello que yo creo que me condiciona mi libertad. Pero ¿no llegaríamos a un caos total si cada uno hace lo que le da la gana y no tiene en cuenta lo que es también la libertad de los demás?
Me voy a una isla desierta, para vivir solo sin que nadie me moleste o interrumpa mis deseos, piensan algunos y quizás están haciendo islas en su entorno y quieren vivir aislados de los demás, no quieren contar con nadie ni que nadie interfiera en sus vidas, pero ¿podrán vivir sin tener una relación con alguien, sin tener con quien compartir su felicidad? Algo caduco en lo que podemos caer, un sin sentido que a la larga me está haciendo perder algo que es esencial en el ser humano, que es la relación con los demás.
Pero seguimos diciendo que todos queremos vivir y para otros será distinto el sentido de ese vivir. Buscarán algo más hondo que les haga encontrar lo que les lleve a una plenitud en ese vivir. Andamos en búsqueda. Y nos daremos cuenta quizás que en ese aislamiento no vamos a encontrar esa felicidad para su vida, y nos daremos cuenta que no es solo hacer lo que me apetezca porque al final así nunca quedaré satisfecho, que ese caos no me llevará a ninguna parte.
Y es que no vivimos solos en el mundo ni estamos hechos para esa soledad que nos aísle permanentemente de los demás, de lo que nos rodea. Que la plenitud de mi ser no está en romper con todo lo que me relacione con los demás, sino en encontrar un sentido a esa relación y encontrar el camino para que en esa relación pueda ser feliz, pueda realizarme en plenitud, encuentre un sentido a mi vida por lo que luchar, por lo que caminar, por lo que vivir.
Es cierto que la vida la vamos llenando de tantas normas que nos pudieran parecer un corsé demasiado ajustado que nos moleste a caminar con soltura. Quizá nos reglamentamos demasiado en la vida y necesitaríamos ir a lo que verdaderamente es fundamental e importante. A causa de nuestras sinrazones y del caos que creamos con nuestros caprichos y orgullos haya sido necesario ponernos normas que de alguna manera nos obliguen a ir por un camino. Pero si llegamos a encontrar ese equilibrio en nuestra vida personal podremos lograr también un equilibrio en nuestras relaciones y no necesitaríamos tantas normas y preceptos.
Ha sido así en todos los tiempos y en todos los tiempos los hombres han sentido también esa rebeldía interior. Cuando apareció Jesús de Nazaret enseñando un nuevo sentido de vida, un nuevo estilo de mundo que El llamaba el Reino de Dios, también estaban esas voces de los que querían liberarse de normas y preceptos, mas cuando las clases dominantes en aquel momento daban tanta importancia a minucias que no la tenían y se habían cargado de esos preceptos y leyes.
Jesús viene a decir que El no ha venido a abolir la ley, sino lo que quiere es darle plenitud. Y es que Jesús venia a ayudarnos a descubrir el verdadero sentido del hombre, de la persona. De alguna manera estaba conectando con lo que les había dicho Moisés de parte de Dios, como  hoy hemos escuchado en el Deuteronomio. ‘Ahora, Israel, escucha los mandatos y decretos que yo os mando cumplir. Así viviréis y entraréis a tomar posesión de la tierra que el Señor, Dios de vuestros padres, os va a dar… Ponedlos por obra, que ellos son vuestra sabiduría y vuestra inteligencia a los ojos de los pueblos’.
Así viviréis… son vuestra sabiduría y vuestra inteligencia. ¿No decíamos al principio de esta reflexión que queríamos vivir? La ley del Señor es vida para el creyente. No es una carga ni una imposición. Es el camino que nos conduce a plenitud, a felicidad.
Fijémonos cómo si seguimos las pautas que nos va señalando el Señor en verdad seremos felices porque nunca haríamos nada que fuera en contra de los demás, que hiciera daño a los otros. Nuestra convivencia sería de lo más hermoso, y ¿en qué podemos encontrar mayor plenitud, mayor felicidad?  Nuestra verdadera sabiduría, nuestra mayor inteligencia, el mejor camino de la felicidad en el amor.

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