El mandamiento del Señor el mejor camino en el amor que nos conduce a la vida en plenitud y a la felicidad
Deuteronomio
4,1.5-9; Sal 147; Mateo 5,17-19
Queremos vivir. ¿Quién me va a decir que no quiere vivir? Ya sé que
algunos se pueden sentir aburridos de la vida y desesperanzados y pareciera que
pierden las ganas de vivir; los problemas, las dificultades de la vida, las
enfermedades, la carencia de medios de subsistencia, la perdido de un norte o
de un sentido para la vida, muchas cosas que pudieran hacer que perdiéramos las
ganas de vivir.
Pero todos queremos vivir, aunque luego cifremos ese vivir en
diferentes cosas. Hay quien dice que quiere vivir en libertad y que nada le
ate, nada le condicione, que pueda hacer lo que quiere o lo que le apetezca en cada
momento. Fuera normas, fuera reglas, fuera leyes, todo aquello que yo creo que
me condiciona mi libertad. Pero ¿no llegaríamos a un caos total si cada uno
hace lo que le da la gana y no tiene en cuenta lo que es también la libertad de
los demás?
Me voy a una isla desierta, para vivir solo sin que nadie me moleste o
interrumpa mis deseos, piensan algunos y quizás están haciendo islas en su
entorno y quieren vivir aislados de los demás, no quieren contar con nadie ni
que nadie interfiera en sus vidas, pero ¿podrán vivir sin tener una relación
con alguien, sin tener con quien compartir su felicidad? Algo caduco en lo que
podemos caer, un sin sentido que a la larga me está haciendo perder algo que es
esencial en el ser humano, que es la relación con los demás.
Pero seguimos diciendo que todos queremos vivir y para otros será
distinto el sentido de ese vivir. Buscarán algo más hondo que les haga
encontrar lo que les lleve a una plenitud en ese vivir. Andamos en búsqueda. Y
nos daremos cuenta quizás que en ese aislamiento no vamos a encontrar esa
felicidad para su vida, y nos daremos cuenta que no es solo hacer lo que me
apetezca porque al final así nunca quedaré satisfecho, que ese caos no me
llevará a ninguna parte.
Y es que no vivimos solos en el mundo ni estamos hechos para esa
soledad que nos aísle permanentemente de los demás, de lo que nos rodea. Que la
plenitud de mi ser no está en romper con todo lo que me relacione con los
demás, sino en encontrar un sentido a esa relación y encontrar el camino para que
en esa relación pueda ser feliz, pueda realizarme en plenitud, encuentre un
sentido a mi vida por lo que luchar, por lo que caminar, por lo que vivir.
Es cierto que la vida la vamos llenando de tantas normas que nos
pudieran parecer un corsé demasiado ajustado que nos moleste a caminar con
soltura. Quizá nos reglamentamos demasiado en la vida y necesitaríamos ir a lo
que verdaderamente es fundamental e importante. A causa de nuestras sinrazones
y del caos que creamos con nuestros caprichos y orgullos haya sido necesario
ponernos normas que de alguna manera nos obliguen a ir por un camino. Pero si
llegamos a encontrar ese equilibrio en nuestra vida personal podremos lograr también
un equilibrio en nuestras relaciones y no necesitaríamos tantas normas y preceptos.
Ha sido así en todos los tiempos y en todos los tiempos los hombres
han sentido también esa rebeldía interior. Cuando apareció Jesús de Nazaret
enseñando un nuevo sentido de vida, un nuevo estilo de mundo que El llamaba el
Reino de Dios, también estaban esas voces de los que querían liberarse de
normas y preceptos, mas cuando las clases dominantes en aquel momento daban
tanta importancia a minucias que no la tenían y se habían cargado de esos
preceptos y leyes.
Jesús viene a decir que El no ha venido a abolir la ley, sino lo que
quiere es darle plenitud. Y es que Jesús venia a ayudarnos a descubrir el
verdadero sentido del hombre, de la persona. De alguna manera estaba conectando
con lo que les había dicho Moisés de parte de Dios, como hoy hemos escuchado en el Deuteronomio. ‘Ahora, Israel, escucha los mandatos y decretos
que yo os mando cumplir. Así viviréis y entraréis a tomar posesión de la tierra
que el Señor, Dios de vuestros padres, os va a dar… Ponedlos por obra, que
ellos son vuestra sabiduría y vuestra inteligencia a los ojos de los pueblos’.
Así viviréis… son vuestra
sabiduría y vuestra inteligencia. ¿No decíamos al principio de esta reflexión
que queríamos vivir? La ley del Señor es vida para el creyente. No es una carga
ni una imposición. Es el camino que nos conduce a plenitud, a felicidad.
Fijémonos cómo si seguimos las
pautas que nos va señalando el Señor en verdad seremos felices porque nunca haríamos
nada que fuera en contra de los demás, que hiciera daño a los otros. Nuestra
convivencia sería de lo más hermoso, y ¿en qué podemos encontrar mayor
plenitud, mayor felicidad? Nuestra
verdadera sabiduría, nuestra mayor inteligencia, el mejor camino de la
felicidad en el amor.
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