Necesitamos aprender a no ser intolerantes y saber descubrir lo bueno de los demás
2Samuel, 5, 1-7.10; Sal.88; Mc. 3, 22-30
En los días pasados eran los fariseos, ahora son los
escribas o letrados los que se oponen a Jesús. Les costaba aceptar las enseñanzas
de Jesús y rechazaban todo lo bueno que hacía; ahora de forma incluso blasfema
incluso atribuyen el poder de Jesús y las cosas buenas que hace al poder del
maligno. ‘Tiene dentro a Belcebú y expulsa a los demonios con el poder del jefe
de los demonios’, le dicen.
Jesús quiere hacerlos recapacitar en lo que se atreven
a decir porque en una pura lógica humana es algo que no se puede sostener. ‘Un reino en guerra civil no se puede
sostener… Si Satanás se rebela contra sí mismo, para hacerse la guerra, no puede
subsistir, está perdido’, trata de explicarles Jesús.
Esta actitud tan negativa de aquellos letrados podría
ayudarnos a reflexionar también en nuestras actitudes negativas en nuestra
relación con los demás. Podría enseñarnos hermosas lecciones. Pero cuando nos
ofuscamos en nuestras ideas y pensamientos, sobre todo cuando hacemos daño a
los demás, nos resulta casi imposible razonar y ver las cosas de manera buena.
Es algo blasfemo querer atribuir a Dios las obras del maligno, como decir que
son hechas con el poder del maligno las obras buenas de Dios. Es el mal que se
mete dentro de nosotros y nos ciega.
Cuántas veces nos cegamos en nuestro trato y relación
con los demás y en el juicio que podemos hacer de las obras de los otros.
Cuando se nos mete por dentro la envidia, el orgullo la pasión no somos capaces
de ver las cosas buenas de los demás, y todo lo miramos detrás del cristal
turbio de nuestros malos pensamientos o de nuestras malas ideas. Nos llenamos
de pasión y solo vemos lo malo. Cuando nos dejamos encender por la ira que
fácil brota la violencia de nuestro corazón y qué fácil se manifestará en las
obras de nuestra vida. Cuando nos subimos al pedestal del orgullo no sabemos
ver con buenos ojos a los demás y terminamos humillando y haciendo daño a los
otros.
Nos sucede en muchos aspectos de la vida, en nuestras
relaciones mutuas y que hará mermar una buena convivencia de los unos con los
otros. El fanatismo en la defensa de nuestras ideas o maneras de pensar nos
hace intolerantes y nos puede llevar hasta los odios, resentimientos y
rencores. Cuántas personas ni se hablan porque les ciega el fanatismo de sus
ideas en lo político, en los social o cultural. Y, repito, qué difícil es la
convivencia con personas fanáticas de esta manera. Un fanático de esta manera
nunca será capaz de ver lo bueno que pueda haber en el otro, aunque sea
distinto, y siempre lo verá todo bajo ese prisma de la sospecha para pensar que
todo lo que hace, piensa o dice el otro siempre es malo.
Qué importante y necesario es que sepamos respetarnos
aunque opinemos distinto. Qué importante es que sepamos actuar con serenidad en
la vida para mirar con ojos distintos a los demás y lo que hacen, para saber
descubrir lo bueno que hay en los otros y saber aprovechar cada granito de arena
bueno que cada uno podamos poner para conjuntamente hacer que nuestro mundo,
nuestra sociedad sea mejor.
El amor cristiano que viene a enseñarnos Jesús nos
enseñará a suavizar y mejorar esas actitudes negativas que se nos pueden meter en el corazón. Nos enseña a
ser humildes y sencillos, a respetar y valorar a los demás, a alejar de
nosotros envidias, resentimientos, malos deseos hacia los demás, no nos
permitirá ser orgullosos sino que llenará siempre nuestro corazón de humildad.
Nos convendría leer y meditar una y otra vez el himno del amor cristianos que
nos ofrece san Pablo en la carta a los Corintios.
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