Cuando
amamos a alguien de verdad, así será la intensidad con que lo esperamos y lo
deseamos preparando el momento del encuentro, como es el camino del Adviento
Jeremías 33, 14-16; Sal. 24; 1Tesalonicenses
3,12-4,2; Lucas 21,25-28.34-36
Cuando amamos
a alguien de verdad, así será la intensidad con que lo esperamos, así lo
deseamos y así preparamos el momento. Eso es el adviento que estamos comenzando
a vivir. Creemos en Jesús, creemos en Dios, pero bien sabemos que la fe no es
un acto meramente intelectual o de la voluntad que pongamos en creer; cuando
decimos que creemos en Jesús, que creemos en Dios es que lo amamos.
Cuánto tendría
que ser nuestro deseo de estar con El, cuánta tiene que ser la intensidad con
que esperamos y deseamos encontrarnos con El. Es la tarea de nuestra vida
cristiana; es la esperanza de nuestra vida cristiana; es la esperanza que ahora
avivamos de manera especial. Con cuánta intensidad tendríamos que estar
viviendo el momento presente ‘mientras esperamos la gloriosa venida de
nuestro Señor Jesucristo’, como decimos en la liturgia.
Cuando
estamos diciendo estas palabras de esperanza en la gloriosa venida de nuestro
Señor Jesucristo, estamos haciendo referencia a su segunda venida, la venida
final en el final de los tiempos. ‘Veréis al Hijo del Hombre venir entre las
nubes del cielo con gran poder y majestad’, nos ha dicho hoy Jesús en el
evangelio. ¿Y cuál fue la respuesta que dio ante el Sanedrín al Sumo Sacerdote?
‘Y desde ahora veréis al Hijo del Hombre sentido a la derecha del Poder de
Dios y venir sobre las nubes del cielo’. Y no olvidemos la alegoría del
Juicio final. ‘Cuando venga en su gloria el Hijo del Hombre, y todos los Ángeles
con El, se sentará en el trono de su gloria y serán reunidas ante El todas las
naciones…’
¿Qué decimos
en el Credo? ‘Subió al cielo y está sentado a la derecha de Dios Padre
todopoderoso, y desde allí ha de venir a juzgar a vivos y muertos’. Es su
venida en plenitud al final de los tiempos. Es el encuentro pleno y definitivo
que vamos a tener con el Señor. Forma parte, pues, de nuestra fe y de nuestra
esperanza. Algo, pues, que tiene que estar muy presente en nuestra vida. Algo
que tenemos que vivir con toda la intensidad del amor que le tenemos a Jesús.
Esperamos al que amamos y ese deseo tiene que hacer subir la temperatura de
nuestro amor y de nuestra esperanza.
Claro que
tenemos que preguntarnos cuál es la intensidad de nuestra fe, para vivir esta
esperanza en el amor. Porque según eso, así tendría que ser nuestra vida. Pero
bien, sabemos que las esperas algunas veces pueden hacernos enfriar los ánimos.
Más cuando vivimos en un mundo tan materializado que todo lo espiritual se va
enfriando, tan preocupado de vivir el momento presente que le quitamos esa
trascendencia de futuro con deseos de plenitud. ¿No decimos, o nos dicen muchas
veces, de este mundo no nos llevamos nada, vivamos el ahora porque nada más
hay? Algunas veces perdemos esa perspectiva de la fe.
Vivir en esta
esperanza de la venida del Señor, de ese encuentro en plenitud con el Señor no nos
tiene que hacer vivir en el agobio y en la angustia. Quizás muchas veces se nos
ha insistido excesivamente en el juicio y en la condena que nos hace olvidar
que nos vamos a encontrar con un Dios que nos ama, y tanto nos ama que nos ha
entregado a su Hijo para que encontremos la salvación, para ofrecernos la salvación.
Es el Dios
que va a poner la balanza toda la intensidad de todo lo bueno, la intensidad
que hayamos puesto en nuestra vida y en nuestras responsabilidades con ese
mundo que puso en nuestras manos, en la intensidad del amor que hayamos vivido
y compartido. Es la verdadera intensidad con que tenemos que vivir el mundo
presente, del que también hemos de disfrutar ¿por qué no? porque es Dios el que
nos ha dado esa capacidad de la alegría y de la felicidad. Claro que eso nos
exige que no nos descuidemos y vivamos la intensidad de todo lo verdadero.
Y es que ese
Dios con quien vamos a encontrarnos en plenitud al final ahora mientras
caminamos en este valle que tantas veces se convierte en un valle de lágrimas
también sacramentalmente se está haciendo presente en nuestra vida. Le podremos
sentir en nuestro corazón como podemos escuchar su Palabra, pero le vamos a
encontrar en esas cosas buenas de la vida y en cada una de sus circunstancia
porque prometió Jesús que estaría con nosotros hasta el final de los tiempos,
pero le vamos a encontrar en los hermanos, en los que con nosotros están
haciendo el camino de la vida.
La liturgia
de la Iglesia nos invita a que pensemos todas estas cosas para que se renueve
la esperanza en nuestro corazón cuando iniciamos este tiempo del Adviento. No
es solo pensar en la celebración de la primera venida de Jesús y prepararnos
para ello como en su momento iremos haciendo a través de este tiempo de
Adviento, sino abrir nuestro espíritu a la esperanza en esa segunda venida del
Señor al final de los tiempos para lo que también hemos estar preparados.
‘Levantaos,
alzad la cabeza, se acerca vuestra liberación…’ nos dice Jesús hoy en el evangelio. ‘Estad, pues, despiertos en todo tiempo…
y manteneros en pie ante el Hijo del hombre… Tened cuidado de vosotros, no sea
que se emboten vuestros corazones… Entonces verán al Hijo del hombre venir en
una nube, con gran poder y gloria’.
No esperar otra cosa sino a Jesús, el único que nos puede salvar.
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ResponderEliminar*Oh, Dios mío cada día estoy menos seguro de mí y más seguro Ti!*
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