Copiemos
la fe, la confianza, la humildad del centurión dejando que Jesús llegue a
nuestra vida desterrando los complejos de que el mundo nos vea como creyentes
Isaías 2, 1-5; Sal 121; Mateo 8, 5-11
Cuando
tenemos que hacer una petición, presentar una súplica o una instancia ante algún
organismo o alguna entidad determinada, solemos muchas veces decir, bueno vamos
a echarla a ver si tenemos suerte y lo conseguimos, que siempre con el no vamos
por delante. Será mucha quizás la necesidad de aquello por lo que estamos
suplicando, pero parece muchas veces que vamos con la derrota por delante,
somos demasiado conformistas en si lo conseguimos o no lo conseguimos, nos
falta confianza en nosotros mismos, pero también por supuesto desconfiamos del
poderoso o de aquel que tiene en sus manos la resolución de lo que pedimos.
Pero eso nos
sucede también en nuestra vida espiritual, en nuestra vida religiosa, y nos
cansamos y aburrimos en nuestras oraciones no tenemos la confianza de una fe
profunda en nuestro interior. Y claro, luego decimos, Dios no nos escucha. Pero
¿con qué confianza has presentado tu oracion? ¿Cuál es la seguridad interior
que tenemos cuando nos presentamos a Dios?
Es todo lo
contrario de lo que vemos hoy en el evangelio en el caso de aquel centurión que
viene a pedirle a Jesús por el criado que tiene en casa muy enfermo. Tiene la
seguridad de que Jesús le va a escuchar, que no será necesario ni siquiera el
que Jesús vaya a su casa para curarle.
Cuando el
centurión le cuenta a Jesús su problema, del criado que tiene enfermo de
muerte, y Jesús le dice que El va a curarlo – Jesús que se quiere acercar junto
al lecho del enfermo, como hizo con la hija de Jairo, como hizo con el
paralítico de la piscina, como le vemos tantas veces a lo largo del evangelio –
aquel centurión le replica. ‘Señor, no soy digno…’ tú puedes hacerlo con
tu palabra, igual que yo le doy órdenes a mis soldados o a mis criados para que
hagan las cosas. Pero es que yo no soy digno de que entres en mi casa.
¿Se sobresaltó
aquel hombre porque Jesús le dijo que iba a ir a su casa? Ya sabemos que lo que
predominaba en aquel corazón era la fe, una fe humilde, pero una fe grandiosa.
Algunas veces quizás nosotros nos sobresaltamos por nuestros miedos, por no
querer quizá comprometernos, porque la presencia de Jesús nos interroga por
dentro, porque el encuentro con la gracia cambiaría quizás muchas cosas en mi
vida.
Pedimos, pero
quizás nos quedamos en unas posturas lejanas y poco comprometidas, unas
posturas llenas de temores y de complejos, porque quizá no queremos que los
demás se enteren. Y no dejamos que el sacerdote llegue junto al lecho de un
familiar enfermo disculpándonos que el enfermo se va a morir del susto; y no
queremos que nos vean que nosotros somos muy religiosos; y no nos manifestamos
públicamente con nuestra fe, porque ahora no sé lo que van a pesar de mi; no
queremos llevar visible un signo religioso porque parece que eso chocaría con
la mentalidad de nuestro alrededor que decimos tan moderna; y disimulamos
nuestras posturas o nuestros principios porque para la gente de ahora no son
las cosas políticamente correctas… Cuántos disimulos, cuántas posiciones
ocultas, cuántas cobardías, cuántos miedos, cuántos complejos…
Pero aquel
centurión si no quería que Jesús fuera a su casa no era sino porque no se
consideraba digno; él confiaba plenamente en la palabra salvadora de Jesús y
era solamente eso lo que necesitaba; él no se quería poner con exigencias
aunque desde su posición de poder como centurión pareciera que fuera una
postura fácil, aunque con Jesús ya sabemos que eso no valía. Mereció la
alabanza de Jesús. ‘En todo Israel no he encontrado en nadie tanta fe’.
Y aquel centurión no era un israelita, era un romano, era un gentil.
¿Necesitamos
algo más? copiar la fe, la confianza absoluta y la humildad de aquel hombre.
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