Seguimos a Jesús caminando en comunión con El y con los hermanos siendo
nuestra comunión el mejor signo para que el mundo crea
1Timoteo 6,3-12; Sal 48; Lucas 8,1-3
‘Jesús iba caminando de
ciudad en ciudad y de pueblo en pueblo, predicando el Evangelio del reino de
Dios; lo acompañaban los Doce y algunas mujeres que él había curado de malos
espíritus y enfermedades…’
Jesús caminando de pueblo en
pueblo anunciando el Reino; con él los discípulos y en especial aquellos doce
que había constituido en apóstoles con él, pero también la gente le seguía;
ahora menciona el evangelista algunas mujeres que Jesús había curado. Es el
grupo de los que siguen a Jesús más de cerca, siempre con El, escuchando sus
enseñanzas pero también las explicaciones especiales que a ellos les hacia. Así
se va constituyendo la primera comunidad, en torno a Jesús, escuchando su
Palabra, sintiendo el regalo de su amor.
Seguimos a Jesús, nos llamamos
sus discípulos y nos decimos cristianos; su Palabra tiene que ser también el
alimento diario de nuestra vida; queremos escucharle de manera especial allá en
lo hondo de nuestro corazón, queremos sentir el calor de su presencia, la
fuerza de su amor.
Seguir a Jesús así, unidos,
formando comunidad en torno a El tiene que ser nuestro gozo. Así nos amasamos
en su amor, así vamos creando cada día más intensamente comunión con El, así
formamos comunidad con los demás, nos sentimos en comunión con los que nos
rodean, vamos creando la comunidad cristiana.
Pero no es un camino que hacemos
en solitario, por nuestra cuenta, a nuestra manera; eso no sería la comunidad
de Jesús, la comunidad de los que creemos en El; primero que nada es un camino
que hacemos con El, a El tenemos que sentirnos unidos siempre abiertos a su
amor, siempre con los oídos del corazón bien atentos para escucharle, siempre
en sintonía de amor con El.
Ahí tiene que estar nuestra oración,
ese dialogo continuo de amor. Los amigos que no se comunican, que no hablan,
que no comparten, que no abren su corazón el uno al otro tienen el peligro de
que su amistad se enfrié, se malee, se pierda; sucede tantas veces. Que no nos
suceda con Jesús; por eso hemos de cultivar nuestra amistad con El, nuestra unión
con El en la oración y en los sacramentos donde sentimos de manera especial la
gracia de su presencia.
Pero nuestra unión con Cristo no
nos separa de los demás, sino todo lo contrario. Nos tiene que llevar
necesariamente a que cada día nos sintamos más en comunión con los otros. Una
comunión de hermanos, somos una familia. En sintonía de amor con los demás que
vamos haciendo los caminos juntos; y mutuamente nos apoyamos, nos ayudamos, nos
estimulamos. El camino que el hermano hace a mi lado en medio de sus luchas y
con todos sus esfuerzos es para mi un estimulo que me impulsa a yo también
mantener esa lucha, a no dejarme vencer por el cansancio o la desilusión, a
tener siempre esperanza de que podemos avanzar, de que podemos llegar a la
meta.
Ahí en esa comunión con los
hermanos escuchamos también la Palabra de Jesús, esa Palabra que nos llena de vida,
que nos explica, que nos anima, que nos ayuda a descubrir el camino, que nos
amplia horizontes, que nos hace ir con mayor ilusión cada día al encuentro con
los demás. Ahí en esa comunión y por esa comunión nos convertimos en
anunciadores de evangelio, porque nuestro amor y nuestra comunión se convierte
en testimonio de lo que es el Reino, es anuncio de Buena Nueva de Salvación
para nuestro mundo. Ya Jesús nos pedía que nos mantuviéramos unidos para que el
mundo crea. Nuestra comunión es el mejor anuncio para que el mundo llegue a la
fe en Jesús.
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