Quienes quieren construir un nuevo mundo fundamentado en el amor no pueden andar con mezquindades en el corazón sino siempre abiertos a la generosidad del perdón
Eclesiástico 27, 33-28, 9; Sal 102; Romanos 14, 7-9; Mateo
18, 21-35
No es fácil hablar del evangelio de hoy. Bueno, hablar sí es fácil, lo
que no es tan fácil es que lo que nos dice el evangelio lo asumamos totalmente
y no tengamos la tentación de ponernos a hacer rebajas.
Teóricamente lo podemos ver todo muy claro, pero cuando esas
situaciones difíciles nos tocan directamente porque somos nosotros los que
tenemos esos desencuentros con los demás, cuando hay algo que nos ha podido
hacer daño en la vida, o cuando nos dejamos llevar por el ambiente de violencia
que nos rodea no es tan fácil de salirnos de esa espiral y hacer como hace todo
el mundo.
Nos es fácil comenzar a hacer rebajas, a poner limites, a hacer
distinciones porque lo que me hicieron a mí no se le hace a nadie, porque es
muy duro ver la muerte de tantos inocentes en atentados que llenan todo de
terror, porque se va creando un ambiente de rechazo a ciertos sectores que ya
de entrada discriminamos, separamos, los metemos a todos en el mismo saco y a
esas gentes ya no queremos aceptarlas y las rechazamos. Se nos hace cuesta
arriba romper esa espiral en la que todos se ven envueltos y nosotros también.
Tenemos que ver seriamente qué mundo es el que queremos construir,
bajo qué parámetros, en qué vamos a fundamentar de verdad nuestras relaciones.
Porque quizá no queremos hacer muchos cambios en nuestro mundo sino que todo
siga igual y que a mi no me toquen mis cosas, mis ideas y planteamientos,
aquellas cosas que yo he vivido a mi manera desde siempre. Todo lo que pudiera
desestabilizarnos porque tendríamos que cambiar actitudes y posturas, salirnos
de nuestras rutinas de siempre, ya lo vemos como un peligro, y aquellas
personas a quienes juzgamos que nos vienen a quitar nuestra paz, pues ya de
entrada las rechazaremos y pondremos nuestros 'peros'.
¿No nos damos cuenta de que a pesar de todas las cosas bonitas que
decimos se está creando en el ambiente un nuevo racismo en que ponemos a un
lado, en un aparte, a todos los que, emigrantes o refugiados, llaman a nuestras
puertas viniendo de otras culturas y de otros lugares? Cuántas desconfianzas
disimuladas o abiertas tenemos hacia esas gentes que cada vez más nos aparecen
en nuestro entorno.
Y cuando sucede algún acto violento, como cada vez más está
sucediendo, aunque vemos muchas cosas hermosas de solidaridad hacia las víctimas,
sin embargo comienzan a rebrotar esas desconfianzas, que provocan rechazos, que
van maleando nuestras conciencias y el ambiente que nos rodea, y gritamos muy
fácilmente justicia, pero nos olvidamos
de la compasión y de la capacidad del perdón.
Es esa maldad, desconfianza, resentimientos y deseos de venganza que
van apareciendo cada vez más en nuestra sociedad, pero que eso realmente no
está muy lejos del día a día donde convivimos vecinos, familiares y amigos. Nos
encontramos personas que van acumulando en su interior muchos resentimientos,
muchos orgullos malheridos que no llegan a sanarse con el perdón,
distanciamientos entre quienes antes eran amigos y ya no se consideran tanto ni
al menos dignos de nuestra confianza, rupturas en las familias que crean unos
distanciamientos que se ahondan cada vez más.
¿Estamos ciertamente queriendo construir la civilización del amor de
la que tantas veces hablamos? Quienes se proponen la construcción de esa nueva
sociedad fundamentada en el amor no pueden andar con esas mezquindades en el corazón.
Cuando decimos que queremos construir ese mundo nuevo y mejor tenemos que poner
por delante la carta de la comprensión, de la aceptación mutua, del respeto y
valoración de todos porque realmente queremos estar unidos para aunar
esfuerzos, pero si mantenemos aquellas posturas mal podremos construir ese
mundo mejor.
Es lo que nos está planteando Jesús hoy en el evangelio, o las dudas
que le aparecen a Pedro en su conciencia sobre cuántas veces tenemos que
perdonar y que se convierten en preguntas a Jesús. En cierto modo no es solo el
cuantas veces tenemos que perdonar, como si tuviéramos que llevar un registro
de las veces que nos han ofendido y nosotros tan generosamente hemos perdonado,
sino en el fondo está también aquello de a quien tengo que perdonar. Recordemos
lo que en cierto modo era la tradición judía y la forma de relacionarse que tenían
con otros pueblos a los que consideraban enemigos.
Jesús nos responde planteándonos esa actitud de amor que tiene que
envolver siempre nuestra vida y con la que ya para siempre tenemos que ver con
otros ojos a los demás quienquiera que sea o cual sea la cosa que nos haya
podido hacer. Si es el amor, y un amor de verdad, lo que envuelve y empapa
nuestra vida, surgirá casi como espontánea esa actitud de comprensión, esa
misericordia con que la envolvemos también a los demás, que se transformará en
un perdón para que nada ya nos hiera por dentro y nos separe de los demás.
Porque bien sabemos que cuando guardamos un rencor en nuestro corazón somos
nosotros los primeros heridos y que mientras no lo quitemos será difícil la
auténtica curación que nos lleve a sentir paz.
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