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domingo, 17 de septiembre de 2017

Quienes quieren construir un nuevo mundo fundamentado en el amor no pueden andar con mezquindades en el corazón sino siempre abiertos a la generosidad del perdón


Quienes quieren construir un nuevo mundo fundamentado en el amor no pueden andar con mezquindades en el corazón sino siempre abiertos a la generosidad del perdón

Eclesiástico 27, 33-28, 9; Sal 102; Romanos 14, 7-9; Mateo 18, 21-35

No es fácil hablar del evangelio de hoy. Bueno, hablar sí es fácil, lo que no es tan fácil es que lo que nos dice el evangelio lo asumamos totalmente y no tengamos la tentación de ponernos a hacer rebajas.
Teóricamente lo podemos ver todo muy claro, pero cuando esas situaciones difíciles nos tocan directamente porque somos nosotros los que tenemos esos desencuentros con los demás, cuando hay algo que nos ha podido hacer daño en la vida, o cuando nos dejamos llevar por el ambiente de violencia que nos rodea no es tan fácil de salirnos de esa espiral y hacer como hace todo el mundo.
Nos es fácil comenzar a hacer rebajas, a poner limites, a hacer distinciones porque lo que me hicieron a mí no se le hace a nadie, porque es muy duro ver la muerte de tantos inocentes en atentados que llenan todo de terror, porque se va creando un ambiente de rechazo a ciertos sectores que ya de entrada discriminamos, separamos, los metemos a todos en el mismo saco y a esas gentes ya no queremos aceptarlas y las rechazamos. Se nos hace cuesta arriba romper esa espiral en la que todos se ven envueltos y nosotros también.
Tenemos que ver seriamente qué mundo es el que queremos construir, bajo qué parámetros, en qué vamos a fundamentar de verdad nuestras relaciones. Porque quizá no queremos hacer muchos cambios en nuestro mundo sino que todo siga igual y que a mi no me toquen mis cosas, mis ideas y planteamientos, aquellas cosas que yo he vivido a mi manera desde siempre. Todo lo que pudiera desestabilizarnos porque tendríamos que cambiar actitudes y posturas, salirnos de nuestras rutinas de siempre, ya lo vemos como un peligro, y aquellas personas a quienes juzgamos que nos vienen a quitar nuestra paz, pues ya de entrada las rechazaremos y pondremos nuestros 'peros'.
¿No nos damos cuenta de que a pesar de todas las cosas bonitas que decimos se está creando en el ambiente un nuevo racismo en que ponemos a un lado, en un aparte, a todos los que, emigrantes o refugiados, llaman a nuestras puertas viniendo de otras culturas y de otros lugares? Cuántas desconfianzas disimuladas o abiertas tenemos hacia esas gentes que cada vez más nos aparecen en nuestro entorno.
Y cuando sucede algún acto violento, como cada vez más está sucediendo, aunque vemos muchas cosas hermosas de solidaridad hacia las víctimas, sin embargo comienzan a rebrotar esas desconfianzas, que provocan rechazos, que van maleando nuestras conciencias y el ambiente que nos rodea, y gritamos muy fácilmente justicia, pero  nos olvidamos de la compasión y de la capacidad del perdón.
Es esa maldad, desconfianza, resentimientos y deseos de venganza que van apareciendo cada vez más en nuestra sociedad, pero que eso realmente no está muy lejos del día a día donde convivimos vecinos, familiares y amigos. Nos encontramos personas que van acumulando en su interior muchos resentimientos, muchos orgullos malheridos que no llegan a sanarse con el perdón, distanciamientos entre quienes antes eran amigos y ya no se consideran tanto ni al menos dignos de nuestra confianza, rupturas en las familias que crean unos distanciamientos que se ahondan cada vez más.
¿Estamos ciertamente queriendo construir la civilización del amor de la que tantas veces hablamos? Quienes se proponen la construcción de esa nueva sociedad fundamentada en el amor no pueden andar con esas mezquindades en el corazón. Cuando decimos que queremos construir ese mundo nuevo y mejor tenemos que poner por delante la carta de la comprensión, de la aceptación mutua, del respeto y valoración de todos porque realmente queremos estar unidos para aunar esfuerzos, pero si mantenemos aquellas posturas mal podremos construir ese mundo mejor.
Es lo que nos está planteando Jesús hoy en el evangelio, o las dudas que le aparecen a Pedro en su conciencia sobre cuántas veces tenemos que perdonar y que se convierten en preguntas a Jesús. En cierto modo no es solo el cuantas veces tenemos que perdonar, como si tuviéramos que llevar un registro de las veces que nos han ofendido y nosotros tan generosamente hemos perdonado, sino en el fondo está también aquello de a quien tengo que perdonar. Recordemos lo que en cierto modo era la tradición judía y la forma de relacionarse que tenían con otros pueblos a los que consideraban enemigos.
Jesús nos responde planteándonos esa actitud de amor que tiene que envolver siempre nuestra vida y con la que ya para siempre tenemos que ver con otros ojos a los demás quienquiera que sea o cual sea la cosa que nos haya podido hacer. Si es el amor, y un amor de verdad, lo que envuelve y empapa nuestra vida, surgirá casi como espontánea esa actitud de comprensión, esa misericordia con que la envolvemos también a los demás, que se transformará en un perdón para que nada ya nos hiera por dentro y nos separe de los demás. Porque bien sabemos que cuando guardamos un rencor en nuestro corazón somos nosotros los primeros heridos y que mientras no lo quitemos será difícil la auténtica curación que nos lleve a sentir paz.

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