Jesús quiere ir siempre al encuentro del que sufre, pero es necesario que nosotros con nuestra fe y nuestra humildad nos dejemos encontrar por Jesús
1Timoteo 2,1-8; Sal 27; Lucas 7,1-10
Hay gente que se cree merecedora de todo; van poniendo por delante las
cosas que hacen o que han hecho y con ello se creen con derecho a reclamar y
exigir.
Por adelantando decir que siempre hemos de valorar lo bueno que hacen
los demás, siempre hay que valorar a la persona, nos merece respeto y
consideración sea quien sea, pero bueno es que valoremos lo que hace e incluso
de alguna manera se lo manifestemos; no es cultivar orgullos ni vanidades, sino
más bien que nuestra valoración sea un estimulo para que siga haciendo eso
bueno que hace o eso que intenta aunque le cueste.
Cuantas veces nos encontramos en la vida gente buena que se hunde
porque nunca han escuchado una palabra amable o una valoración de lo que hacen;
según el carácter de la persona eso puede hacerle sentirse incluso inútil
porque le puede parecer que lo que hace no le importa a nadie. Por eso hemos de
saber tener esa delicadeza para con los demás porque una palabra amable por
nuestra parte puede ser un buen estimulo para que quien quizá no se cree nada,
se dé cuenta de sus valores y hasta donde pueda llegar.
Pero hemos dicho que aunque se nos valore lo que hacemos, eso no nos
da derecho a convertirnos en unos vanidosos y orgullosos que vayamos exigiendo
por aquello que hacemos, o echándoselo en cada a los que nos rodean. Otro ha de
ser el espíritu de sencillez y de humildad con que hemos de saber ir por la
vida. Ya Jesús nos enseña que no sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha.
Que no vayamos buscando esos reconocimientos de los demás. Y quien quizá por el
cargo o la situación social en que se encuentra situada todo eso lo puede
convertir en una forma de poder sobre los demás que le lleve incluso a la
manipulación y quizá muchas veces a formas de corrupción por sus exigencias que
se quieren incluso convertir en ganancias económicas.
Toda esta reflexión me viene al pensamiento escuchando el texto del
evangelio que hoy se nos ofrece. Un centurión, un hombre con su poder y
prestigio desde el lugar que ocupa en el orden social, político o militar que
se vive en el momento; un hombre que no se ha servido de su situación para sus
ganancias personales, sino que incluso ha sido bueno con el pueblo al que ha de
servir, ha ayuda a construir incluso la nueva sinagoga, aunque él no es de
religión judía. Es bien considerado por los demás. Un criado o servidor que
tiene enfermo de gravedad y al que tiene gran aprecio.
Serán los ancianos del pueblo los que acudan a Jesús como
intercesores. Pero detrás está la fe de aquel hombre y su humildad. Ante el
deseo de Jesús de llegar hasta la casa de aquel hombre vendrá su reacción.
Primero fijémonos en la actitud de Jesús que escucha pero que quiere estar
cerca de aquel que sufre, en este caso el criado del centurión pero también del
mismo centurión que sufre por la enfermedad de su criado; cuanto tenemos que
aprender de esta cercanía de Jesús. No ayudemos desde la distancia, porque
muchas veces el consuelo o la solución no está en lo que materialmente hagamos,
sino vayamos siempre al encuentro de la persona que suele ser mas difícil y
será también lo que más necesitará esa persona.
Pero mencionábamos la reacción humilde y confiada por parte del
centurión. ‘No soy digno…’ Cuánto nos dice esta frase que refleja toda
una actitud en la vida. La Iglesia la recoge en su liturgia para que la
repitamos con humildad antes de recibir la comunión. Quizás por tantas veces
repetida le hemos mermado su valor y su sentido. Pensemos mucho esa frase antes
de decirla, no me extiendo más porque seremos capaces de comprender todo su
sentido.
Jesús alaba la fe y la humildad de aquel hombre. ‘Os digo que ni en Israel he encontrado tanta fe’. ¿Alabará así Jesús nuestra fe y nuestra
humildad? Muchas cosas habremos podido haber aprendido de este episodio para
crear unas nuevas actitudes y posturas en lo más hondo de nosotros mismos.
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