Necesitamos autenticidad para vivir el momento presente con los caminos que Dios ahora nos ofrece y para tener unas buenas relaciones de convivencia con los demás
1Timoteo 3, 14-16; Sal 110; Lucas 7,31-35
A veces parece que quisiéramos que la gente sea como uno se la
imagina, o como uno quiere que sea; nos cuesta aceptar como son las personas,
que cada uno tiene su propia personalidad, sus características propias, su
manera de pensar y su visión de la vida. Aunque quizá coincidamos en metas e
ideales, en un sentido básico de la vida, hemos de respetar la forma de vivir y
de expresarse de cada uno. Pero cuando los demás no son como nosotros quisiéramos
que fueran, vienen las críticas, los recelos, los intentos de manipulación
quizá y cuando no lo conseguimos fácilmente nos distanciamos y comenzamos a
poner barreras entre unos y otros.
Cuesta el aceptarnos como somos. Cuesta el llegar a darnos cuenta que
desde esa diversidad cada uno hemos de poner de nuestra parte lo que somos y lo
que son nuestros valores para lograr esa buena convivencia, para lograr entre
todos hacer que nuestro mundo sea mejor. Así crearemos verdadera comunidad
porque cada uno aportamos desde lo que somos al bien común, a esa comunión que
entre todos, incluso en la diversidad, debe haber.
Las ideas preconcebidas que tengamos los unos de los otros nos impiden
ver la realidad y valorar lo bueno que siempre hay en los demás. Esos matices
que se dan en la vida nos enriquecen, dan colorido podríamos decir al cuadro de
la vida y lograran una belleza mejor en una felicidad para todos.
Hoy Jesús en el evangelio nos hace constatar lo que sucedía entonces también
en referencia a El y en referencia a la opinión que tenían de Juan Bautista.
Parece que nunca estamos de acuerdo con la realidad del momento y lo que en
cada momento quizá necesitamos.
No aceptaban a Juan porque les parecía demasiado austero y demasiado
exigente. Era austero en la presentación de su propia vida viviendo en el
desierto, alimentándose de lo que buenamente podía conseguir en aquellos
terrenos desérticos, era austero incluso
en su vestido con su piel de oveja; exigente consigo mismo les planteaba a los judíos
que para recibir al Mesías en su inminente venida también habían de realizar
una vida de sacrificio y de conversión; les pedía autenticidad en sus vidas y
responsabilidad en sus obligaciones llevada hasta el extremo, les señalaba ese
camino de austeridad y sacrificio que había de transformarse en solidaridad con
los que nada tenían. Esas exigencias nunca nos gustan porque preferimos seguir
nuestros caminos donde no siempre resplandecen esos valores.
Pero tampoco ahora aceptaban a Jesús. Querían verlo como el Mesías
esperado, así de alguna manera lo había señalado Juan el Bautista, pero querían
que fueran otros los planteamientos de Jesús. Su cercanía, su amor, su
misericordia los desconcertaba, queriendo de alguna manera alguna vez volver a
la manera de ser del bautista que no habían aceptado antes. Así somos de
volubles en la vida. No aceptamos lo que en el momento presente hemos de vivir
y para justificarnos de unos nuevos planteamientos que se nos hacen de
renovación en nuestra vida, comenzamos con añoranzas de otros tiempos.
¿No nos seguirá sucediendo igual ahora, por ejemplo, en el seno de la
Iglesia? Nos ilusionamos en un momento determinado con los nuevos signos de
vida nueva que van apareciendo en su seno, pero pronto queremos volver a las
andadas soñando con una iglesia de cristiandad, propia quizá de otros tiempos.
¿No nos sucederá incluso en la propia liturgia de la Iglesia donde nos encontramos a algunos que siguen añorando
aquella liturgia de otra época de antes de la reforma conciliar? Hay quienes
sueñan con los latines, con las antiguas vestiduras con demasiados oropeles,
con muchos signos quizá de poder que distancian al pueblo de Dios de lo que
verdaderamente ha de ser nuestra celebración.
Puede parecer un mosaico de ideas diversas y entremezcladas esta reflexión,
pero creo que todo debe llevarnos a una interiorización en lo que vivimos, en
nuestras relaciones también con los demás, para que haya autenticidad en
nuestra vida que alguna vez nos falta.
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