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sábado, 6 de junio de 2015

Reverencias, reconocimientos, lugares de honor… vanidades de las que tenemos que despojarnos

Reverencias, reconocimientos, lugares de honor… vanidades de las que tenemos que despojarnos

Tobías 12, 1.5-15.20;Sal: Tb 13; Marcos 12,38-44
Por qué y para qué hacemos las cosas es algo que quizá muchas veces nos planteamos pero a lo que intentamos dar una respuesta rápida y que en cierto modo nos satisfaga. Nos complacemos en decir que en nosotros no hay mala voluntad, que lejos de nosotros la vanidad o que busquemos con aquello bueno que hacemos algun tipo de beneficio para nuestra vida o nuestras cosas. Digo es una respuesta fácil y rápida que queremos dar queriendo justificarnos o quizá ocultar lo que se nos puede meter por medio de vanidad o vanagloria por aquello que hacemos. Al final nos sentimos buenos y nos autojustificamos.
Sí, es algo que tenemos que plantearnos seriamente, porque en el fondo no queremos pasar desapercibos. Decimos que no buscamos la vanidad, pero bueno que nos reconozcan aquello que hacemos no nos hace daño. En el fondo sentimos un cierto orgullo dentro de nosotros cuando nos reconocen algo bueno que hemos hecho, y tenemos la tentación de presentarlo como tarjeta de visita medio camuflada ante los demás para que vean que somos buenos y se puede confiar en nosotros.
Pero digo algo más, en mi reflexión, ¿no nos puede suceder esto también ante Dios cuando desde nuestros apuros o nuestras necesidades acudimos a El pidiendo su ayuda, pero en el fondo queriendo algo asi como recordarle que nosotros hemos sido buenos y hemos hecho tantas cosas buenas? Estaría bien que ahora Dios nos escuchara y nos concediera aquello que le pedimos.
Hoy Jesús en el evangelio nos quiere hacer reflexionar sobre esas actitudes que ocultamos, pero que en el fondo podemos tener. Está Jesús observando a la puerta del templo a los que van entrando en él, y como por allí cerca está el arca de las ofrendas va viendo también los que allí se acercan para poner sus limosnas.
Y Jesús que ha visto los que con toda pomposidad  han puesto sus generosas y ricas ofrendas sin embargo se fija en una pobre y humilde viuda que pone solamente dos reales en su ofrenda. Y Jesús dirá de ella que ha puesto mucho más que los que pusieron grandes cantidades, porque Jesús ha visto el corazón de aquella pobre mujer que calladamente ha querido pasar desapercibida pero ha puesto de lo poco que tenía para vivir.
‘Cuidado con aquellos a los que les encanta pasearse con amplio ropaje y que les hagan reverencias en la plaza, buscan los asientos de honor en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; y devoran los bienes de las viudas, con pretexto de largos rezos’. Jesús les advierte, cuando ve a los que ostentosamente ahora van poniendo sus ofrendas. Reverencias, reconocimientos, lugares de honor… que nos tengan en cuenta, que vean lo que nosotros valemos, que nosotros también hacemos muchas cosas buenas… cuantas cosas se nos pasan por nuestro interior tantas  veces. ¡Cúanto nos cuesta despojarnos de esas vanidades!
Pero Jesús se fija en los pequeños, en los humildes, los que pasan desapercibidos. De aquella pobre viuda no sabemos el nombre, no sabemos como se llamaba aquella mujer adultera y pecadora que iban a apedrear, ni sabemos como se llamaba la samaritana, pero recordamos su generosidad, su humildad para sentirse pequeña y pecadora allá tirada por los suelos, o su búsqueda de Dios.
El Señor mira nuestro corazón. Valora nuestra humildad y que nos sintamos pequeños. El Señor enaltece a los humildes, mientras a los ricos y poderosos dejó sin nada, como cantaría María en el Magnificat. ¿Cuáles son las verdaderas actitudes que hay en nuestro corazón? Cuanto nos cuesta vivir las actitudes y los valores que nos enseña el Evangelio.


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