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jueves, 4 de junio de 2015

Que nuestro amor no sea solo con los labios, mientras nuestro corazón está lejos de Dios y está lejos de los demás

Que nuestro amor no sea solo con los labios, mientras nuestro corazón está lejos de Dios y está lejos de los demás

Tobías,  6,10-11;7,1.9 -17;8,4-9a; Sal 127; Marcos 12,28b-34
‘Muy bien, Maestro, tienes razón cuando dices que el Señor es uno solo y no hay otro fuera de él; y que amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todo el ser, y amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios’. El que había hecho la pregunta es el que ahora hace la afirmación como corroborando lo que Jesús había respondido.
Era un maestro de la ley. Luego la pregunta no era porque no lo supiera. Jesús se limitará a citar textualmente lo que estaba en la Escritura y cada día todo buen judío repetía. Luego aquella pregunta tenía sus intenciones. Jesús no había estudiado en ninguna escuela rabínica pero enseñaba a gente y les hablaba de Dios. Con que autoridad se habían preguntado en alguna ocasión e incluso habían venido hasta El para reclamarle. La pregunta que ahora le hace este maestro de la Ley ¿podría ser como un examen para cerciorarse de que enseñaba correctamente? Ya sabemos cómo andaban a ver cómo lo cazaban en sus palabras porque había algo nuevo en Jesús que rompía sus esquemas.
Pero quedémonos en la pregunta en sí y en la respuesta de Jesús porque podría tener hermosa enseñanza para nuestra vida que nos hiciera reflexionar. Amar y amar con todo el corazón y todo el entendimiento a Dios y amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios. Cuántos holocaustos y sacrificios se ofrecían cada día en el templo de Jerusalén y Jesús les dirá que solo le aman con los labios, que su corazón está lejos de Dios.
Nos puede suceder también a nosotros. También cumplimos, también hacemos cosas, también hay momentos hasta en los que nos sacrificamos, hasta nos desprendemos muchas veces de lo nuestro porque queremos colaborar o respondemos a llamadas que nos hacen, pero eso no impide que nos preguntemos cómo es nuestro amor.
Sí, es cierto, que hacemos todo eso en nombre de una fe y también porque decimos que amamos a Dios, pero ¿cuál es la medida de nuestro amor? ¿Es un amor así, como se nos está diciendo hoy, con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todo el ser o,  como decimos en la formulación de los mandamientos, sobre todas las cosas? Y el amor que le tenemos al prójimo, ¿cómo es? ¿lo amamos de verdad como a nosotros mismos? Lo que queremos o no queremos para nosotros, ¿lo queremos o no lo queremos para los demás?
Eso tenemos que examinarlo de forma práctica en el día a día de nuestra vida fijándonos a la hora de nuestra relación con Dios, por ejemplo, si nos sucede que no tenemos tiempo para Dios y para su culto - la celebración de la Eucaristía del domingo - porque hay otras preferencias en nuestra vida.
Y lo mismo en nuestra relación con los demás. Examinemos de forma concreta cómo somos comprensivos con ellos como queremos que sean comprensivos con nosotros, por ejemplo; cómo sentimos las necesidades de los demás como si fueran algo que nos pasa a nosotros y somos capaces de compartir aunque nos saquemos el pan de nuestra boca para dárselo a los otros; cómo defendemos el honor de los demás en nuestras conversaciones, en juicios y criticas, como si de nuestro honor se tratara. Muchas cosas podríamos seguir preguntándonos de forma concreta.
Que nuestro amor no sea solo con los labios, mientras nuestro corazón está lejos de Dios y está lejos de los demás. 

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