La ternura y la misericordia del Señor son eternas y no nos sentiremos defraudados en nuestra fe y en nuestra esperanza
Tobías
3,1-11.24-25; Sal
24; Marcos
12,18-27
‘A ti, Señor, levanto mi alma. Dios mío, en ti confío, no quede yo
defraudado… Recuerda, Señor, que tu ternura y tu misericordia son eternas;
acuérdate de mi con misericordia, por tu bondad, Señor…’ Así hemos rezado
hoy poniendo toda nuestra confianza y toda nuestra esperanza en el Señor. Es
grande la misericordia del Señor y a ella nos acogemos.
Este salmo lo hemos rezado hoy en la Eucaristía después
de escuchar la oración, la súplica llena de esperanza de Tobías en la primera
lectura. Hemos venido escuchando desde el lunes la historia de Tobías. Un
hombre bueno, un hombre justo, un hombre lleno de misericordia que la
ejercitaba para con los demás. Se manifiesta en la obra de misericordia de
enterrar a los muertos aunque su vida se viera en peligro. Pero él confiaba en
el Señor.
Sin embargo su vida se ve turbada por una ceguera
grande en sus ojos. En su pobreza y necesidad, ser ciego era sinónimo de ser
pobre porque no podía ejercer ningún trabajo con el que ganarse la vida, sigue
poniendo su esperanza en el Señor. Sentirá los reproches de su mujer, la
lástima pero también los comentarios y murmuraciones de las gentes. El se
mantenía firme e ‘imperturbable en el
temor del Señor, dándole gracias todos los días de su vida’. Respondía a lo
que le decían expresando su esperanza porque, les decía, ‘somos descendientes de un pueblo santo y esperamos la vida que Dios da
a los que perseveran en su fe’.
Es la oración que hoy escuchamos. Se siente pecador, se
siente humillado y despreciado, pero sigue confiando en Dios. ‘Señor, tú eres justo, todas tus obras son
justas; tú actúas con misericordia y lealtad, tú eres el juez del mundo. Tu,
Señor, acuérdate de mi y mírame; no me castigues por mis pecados, mis errores…’
suplica al Señor. Desea morir pero pone su vida en las manos del Señor y el
Señor lo escucha, que es lo que escucharemos en los próximos días. ‘El Dios de la gloria escuchó la oración de
los dos, y envió a Rafael para curarlos’, haciendo referencia también a
Sara, la que sería la esposa de su hijo Tobías.
Es la oración llena de esperanza que nosotros también
hemos de hacer. Nuestra vida se ve perturbada por muchas cosas, problemas,
sufrimientos, abandonos, soledades, incomprensiones, descalificaciones y
desprecios que podamos sufrir de los demás, pero nuestra esperanza la hemos de
tener puesta en el Señor, manteniéndonos en el camino recto, haciendo el bien,
actuando con misericordia siempre para con los demás y en la esperanza de la
vida eterna.
Sepamos descubrir la presencia de ese ángel del Señor
que Dios nos envía y pone a nuestro lado para ayudarnos a caminar por ese
camino recto de bondad y de justicia. No busquemos señales extraordinarias,
sino en quienes están a nuestro lado el Señor puede dejarnos las señales de su
presencia.
Recordamos siempre que la ternura y la misericordia del
Señor son eternas y no nos sentiremos defraudados en nuestra fe y en nuestra
esperanza.
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