Celebrar la comunión con Cristo en la Eucaristía es entrar en comunión con ese Cristo vivo que son nuestros hermanos
Éxodo 24, 3-8; Sal. 115; Hebreos 9, 11-15; Marcos 14, 12. 16.
22-26
Cuando era el día y la hora del sacrificio - cuando se
sacrificaba en el templo el cordero pascual, dice el evangelista - los
discípulos le preguntan a Jesús donde quiere que le preparen la cena de pascua.
Están en Jerusalén y han de depender de la generosidad de alguien que les
facilite el lugar. Jesús les da una dirección concreta; han de seguir al hombre que lleva cántaro de agua para llegar
hasta el dueño del lugar. Todo sucede como lo ha señalado Jesús y allí hacen
los preparativos.
Era el día y la hora del sacrificio del cordero pascual
que cada año les servia de recuerdo de una pascua; celebraban así la pascua
comiendo un cordero sacrificado en el templo. Era un sacrificio lo que se
realizaba pero era una comida de comunión en la que se participaba. Era ahora
el momento en que había llegado la hora, como dirá Juan en su evangelio, en que
se iba a realizar la verdadera y definitiva pascua. Los discípulos estaban
colaborando en los preparativos sin ser del todo conscientes de lo
trascendental no solo para ellos sino para toda la humanidad de lo que iba a
suceder.
Recordaban los judíos la liberación de Egipto y todo
había de tener aires de fiesta y sentido de comunión. Por eso se sentaban
alrededor de la mesa para comer el cordero pascual. Pero ahora Jesús les va a
decir tomando el pan en sus manos que aquel Pan era su cuerpo entregado y que
lo habían de comer ya para siempre hasta el final de los tiempos recordando y
viviendo su pascua, su paso salvador para todos los hombres.
‘Esto es mi cuerpo…
esta es mi sangre, sangre de la alianza derramada por todos’. Y eso mismo tendríamos que seguirlo
haciendo siempre. ‘Haced esto en memoria
mía’, para siempre. Y cada vez que comiéramos de ese pan y bebiéramos de
esa copa estaríamos recordando para siempre el paso salvador del Señor, su
muerte redentora y salvadora que nos liberaba de los pecados. Y eso mismo
tendríamos que seguirlo haciendo con ese mismo aire de fiesta y de comunión.
Ahora será ya un nuevo sacrificio el que se celebra y
del que para siempre participaremos porque tiene valor y duración eterna. ‘No usa sangre de machos cabríos ni de
becerros, sino la suya propia; y así ha entrado en el santuario una vez para
siempre, consiguiendo la liberación eterna’. Es su sangre derramada, es la
sangre de la Nueva Alianza, es la Sangre que si nos traerá el perdón de los
pecados, es la sangre que va a derribar para siempre el muro que nos separaba
con nuestros odios y desamores, es la sangre que crea una nueva alianza entre
los hombres, que crea una nueva
comunión, que estrecha lazos entre los hombres para vivir para siempre en el amor.
Está hablándonos Jesús del sacrificio de la propia vida que logra una Alianza
eterna.
Y eso es lo que vivimos, hemos de vivir con toda
intensidad en cada Eucaristía. No la convirtamos en unos ritos; hagamos de
verdad de la Eucaristía ese banquete de comunión porque en verdad vivamos para
siempre esa comunión nueva que Cristo ha creado entre nosotros cuando ha
derramado su sangre. No podemos celebrar la Eucaristía de cualquiera manera.
Siempre tiene que recordarnos la Alianza de Jesús, siempre tenemos que vivirla
en la comunión y para la comunión. Y la comunión no es solo que vayamos
ritualmente a comer el cuerpo de Cristo en el pan sagrado, sino que tiene que
expresar algo más hondo que queremos vivir en nuestra vida.
Queremos, sí, comulgar a Cristo porque queremos entrar
en comunión con Cristo, pero entrar en comunión con Cristo es entrar en
comunión con ese Cristo vivo que son nuestros hermanos que están a nuestro
lado. Por eso ya nos decía que si cuando íbamos a presentar la ofrenda no había
esa comunión entre los hermanos fuéramos primero a restablecer esa comunión con
ellos para que la comunión de la Eucaristía tuviera verdadero sentido.
Por eso cuando vemos a tantos hermanos nuestros que
sufren a nuestro lado en ese mundo en el que vivimos tenemos que luchar por
vivir de forma autentica esa comunión con ellos para que nuestras eucaristías
tengan sentido profundo. Y si vivimos profundamente nuestras eucaristías de ahí
tenemos que salir siempre con un compromiso nuevo para llegar hasta esos
hermanos que sufren y compartir con ellos nuestro amor.
Esa presencia de Cristo que llega a nuestra vida en ese
paso liberador y salvador es lo que en esta fiesta del Cuerpo de Cristo
queremos celebrar. Vayamos a lo hondo. No nos quedemos en cosas externas. Es
hermoso que hagamos ese homenaje a la Eucaristía con nuestra procesión eucarística
por nuestras calles adornadas de flores, de pasillos, de todos esos signos de
fiesta. Pero eso ha de significar cómo tenemos que ir al encuentro de nuestros
hermanos; cómo tenemos que ir creando esos lazos de comunión con todos los que
nos rodean; cómo nos compromete a hacer un mundo más justo, más fraterno, donde
vayamos repartiendo auténtico amor.
Del paso la procesión de Cristo por nuestras calles ha
de quedar algo más que unos restos de flores con las que hayamos adornado el
paso de Cristo en su procesión; ha de quedar el suave olor del amor porque al
día siguiente nos amemos más, nos sintamos más comprometidos con los hermanos
que sufren, hayamos creado más comunión entre nosotros.
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