Decimos corazón y mirando el Corazón de Cristo pensamos en ternura y amor y encontramos fuerza para transformar nuestro mundo por el amor
Oseas
11, 1b. 3-4. 8c-9; Sal:
Is 12; Efesios
3, 8-12. 14-19; Juan
19, 31-37
Decimos corazón y pensamos en ternura y amor; decimos
corazón y pensamos en los mejores sentimientos que llevamos dentro; decimos
corazón y pensamos en amistad, en generosidad, en horizontes que se abren a lo
nuevo y a lo bello; decimos corazón y pensamos en compasión y en misericordia;
decimos corazón y pensamos y deseamos tener nosotros y encontrarnos en el
camino de la vida con corazones sencillos y humildes que nos acojan y nos
llenen de su ternura; decimos corazón y no queremos que en él se metan las
malas ideas ni los malos deseos, aunque sabemos que a eso también nos sentimos
tentados. Pero pensemos en lo bueno y en lo hermoso que el corazón nos sugiere.
Iniciamos nuestra reflexión con estos pensamientos
porque hoy queremos mirar al corazón más hermoso y del que manan para nosotros
toda clase de bienes. Hoy celebramos a Cristo Jesús queriendo mirar y
contemplar su corazón del que se derrama su amor como un rió impetuoso que todo
lo inunda y lo transforma llenándolo de nueva vida.
Venid y aprended de mi que soy manso y humilde de
corazón, nos dice en una ocasión; pero es que contemplando a Cristo estaremos
contemplando para siempre su amor, la ternura de Dios para con nosotros que se
hace misericordia y se hace compasión, que nos regala con su amor dándonos su perdón
por tantas veces que vivimos encerrados en nosotros mismos y en nuestro egoísmo
y desamor.
Hoy tendríamos que ir de nuevo repasando la vida de
Cristo para no solo escuchar sus palabras que tanto necesitamos oírlas, sino
para ir contemplando su cercanía a los pobres y los humildes, a los enfermos y
a los que sufren, a los pecadores o a los que eran marginados en aquella
sociedad, a los niños y a los pequeños, a los que tenían un corazón inquieto
para alentarle a cosas grandes, como a los que dudaban para hacerles comprender
el camino de la verdad, también a los que lo rechazaban y tramaban contra él a
los que siempre llamaría amigos mirándoles al corazón y esperando la mirada de
respuesta de amor y de generosidad.
Pero no queremos mirar Cristo desde fuera, como si fuéramos
meros espectadores de su hacer y su actuar, sino que queremos meternos en su
corazón para dejarnos inundar por sus sentimientos y por su amor; que su
Espíritu inunde también nuestro corazón para llenarnos de su paz, para
encontrar la verdad de nuestra vida, para alcanzar esa alta sabiduría de su
corazón, que es la sabiduría del amor.
Cuando contemplamos toda la maravilla que podemos
encontrar nuestro corazón lleno de amor decíamos también que nos podemos sentir
tentados y dejar que en él se nos metan los malos sentimientos que nos dañen y
puedan dañar también a los demás. Por eso hoy queremos que sea el Espíritu del
Señor el que nos transforme por dentro para hacer nuestro corazón semejante al
de Cristo; que El nos llene de su fuerza y de su vida para que siempre Cristo
sea el centro de nuestro corazón, pero también para hacer nuestro corazón tan
grande porque así lo expanda el amor para que en él quepan todos nuestros
hermanos.
Que siempre haya un lugar en nuestro corazón para el
pobre y el que sufre; que siempre el que está triste pueda encontrar consuelo,
alegría y paz en nuestro corazón; que los que andan desesperanzados por la vida
y sin ilusión puedan encontrar en el testimonio de nuestra vida llena de amor
razones para la esperanza y anhelos de superación; que tengamos un corazón
fuerte para que no nos desalentemos por los contratiempos o las tristezas y
negruras que nos puedan ir apareciendo en la vida y siempre nos empeñemos en
encontrar caminos de luz, en descubrir lo bueno que hay en los demás y en
tantas razones que podemos encontrar para despertar nuestra esperanza y la de
los demás.
¿Cómo podremos realizarlo? Asemejando nuestro corazón
al de Cristo; meciéndonos en El y dejando que El se meta en nosotros y nos
transforme llenándonos de nueva vida.
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