No podemos ser una sal sosa sino una sal que dé en verdad el sabor de Cristo a nuestra sociedad
2Corintios
1, 18-22; Salmo
118; Mateo
5, 13-16
‘Vosotros sois la sal
de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No sirve más
que para tirarla fuera y que la pise la gente’. Me pregunto, y lo hago primero que
nada pensando en mi mismo, ¿nos habremos convertido los cristianos en una sal
sosa? Una sal sosa no tiene sentido. Porque es sal o no es sal. Por eso nos
dice que si no sirve para su función será tirada y pisoteada.
Mirando el mundo que nos rodea tenemos que ver si en
verdad nosotros los cristianos estamos siendo esa sal que dé sentido a nuestro
mundo. ¿Dónde está el sentido y el sabor cristiano en nuestra sociedad? No es
simplemente que sigamos conservando unos templos grandes en medio de nuestros
pueblos y ciudades y que aun nos dejen conservar algún signo religioso en
lugares públicos, que ya sabemos que hay quien quiere hacerlos desaparecer,
sino que en verdad los signos de Cristo que tiene que haber en nuestro mundo
somos nosotros, los cristianos. No tienen que ser solamente unas
manifestaciones religiosas populares en unas fiestas, romerías o procesiones lo
que tenemos que hacer, porque tenemos el peligro de que se vayan descafeinando
y perdiendo su sentido porque solo se pueden quedar en una manifestación folclórica
o que recuerde cosas del pasado que ya pueden considerar muchos obsoletas.
Es mucho más lo que tenemos que hacer para que podamos
decir con sentido que somos sal en medio de nuestro mundo, como nos pide Jesús.
¿De qué manera influimos en nuestra sociedad? ¿de qué manera estaremos
contribuyendo a la construcción de una sociedad mejor si quizá muchas veces
ocultamos nuestra condición de cristianos. ¿Serán nuestros valores los que
impregnen nuestra sociedad?
Es ahí en ese mundo donde tenemos que manifestarnos sin
ningún temor ni cobardía, sino con mucha valentía. Impregnados nosotros
profundamente de los valores del evangelio tenemos que contagiar a nuestro
mundo. Hemos de saber manifestar públicamente lo que son nuestros valores, lo
que son los principios del evangelio que animan nuestra vida; hemos de saber
entrar en diálogo con nuestro mundo, pero sin ocultar aquello en lo que
nosotros creemos, es más, no solo tenemos que decir aquello, sino decir Aquel
en quien creemos, Jesús que es nuestro salvador y que estamos convencidos que
es la única salvación para nuestro mundo.
Que en verdad vayamos impregnando del sabor de Cristo a
nuestra sociedad, porque nosotros lo vivamos, porque sea lo que dé sentido a
nuestras familias, porque sepamos trasmitirlo a los que nos rodean, porque nos
manifestemos en todo momento como unos signos y unos testigos de Cristo. No
podemos ser una sal sosa sino una sal que dé en verdad el sabor de Cristo a
nuestra sociedad.
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