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lunes, 14 de diciembre de 2015

Despojémonos de nuestros orgullos y vanidades, entremos por el camino de la sinceridad y de la verdad y encontraremos a Dios

Despojémonos de nuestros orgullos y vanidades, entremos por el camino de la sinceridad y de la verdad y encontraremos a Dios

Números 24,2-7.15-17ª; Sal 24; Mateo 21,23-27

A Dios no nos podemos acercar si no es con sinceridad de corazón. Acercarnos a Dios ya en sí es un acto de fe pero solo con corazón humilde será grande esa fe. Nunca el orgullo fue buen camino para ir a Dios; nunca desde la malicia de la mentira y del disimulo podemos conocer a Dios. Por es necesaria esa sinceridad que nos hace humildes y esa humildad que nos hace mirar con sinceridad nuestra vida. Y a ese corazón humilde y sincero sí se manifiesta Dios, se hace presente en su vida, le hace saborear la sabiduría de Dios, puede llegar al conocimiento de Dios.
Sin embargo nuestro orgullo aparece fácilmente en nuestra vida; nos queremos hacer nuestra propia imagen de Dios o incluso nosotros mismos queremos hacernos dioses porque nos creemos autosuficientes, porque nos creemos que nos lo sabemos todo y no necesitamos ninguna revelación que nos ayude a descubrir el misterio, porque tenemos nuestras ideas preconcebidas y nos cuesta abajarnos de nuestros pedestales para abrirnos a la sabiduría de Dios.
En el evangelio que queremos comentar hoy vemos que los escribas y fariseos ya tenían su idea preconcebida de lo que había de ser el Mesías, ahora se presenta Jesús a quien entre el pueblo sencillo se le considera como un gran profeta y quizá que podría ser el Mesías, pero Jesús no se está presentando conforme a aquellas ideas que ellos tenían de lo que habría de ser el Mesías; ya tienen por delante el rechazo a todo lo que haga y lo que diga Jesús, o bien le dicen que está endemoniado cuando cura a los enfermos y expulsa a los demonios, según ellos con el poder del príncipe de los demonios, o bien le preguntan por su autoridad para enseñar o para hacer lo que hace como la reciente expulsión de los vendedores del templo; es verdad que Jesús no ha ido a estudiar a sus escuelas rabínicas y eso les descoloca porque sin embargo se manifiesta con autoridad en lo que enseña. No saben, o no quieren, abrirse al misterio de Dios que en Jesús se está manifestando.
Vienen con preguntas a Jesús pero no lo hacen con la sinceridad del que busca la verdad; vienen con preguntas a Jesús porque quieren cazarlo en sus respuestas para tener de qué acusarlo y quitarlo de en medio. Hoy Jesús les desenmascara con la pregunta que les hace sobre el sentido del bautismo de Juan, y no entra en el juego de sus preguntas. La sabiduría de Jesús ve en verdad los corazones de los hombres y allí no había sinceridad ni verdadero deseo de encontrar a Dios.
¿Nos pasará algo así a nosotros? ¿Vamos con sinceridad a la búsqueda de Dios y nos queremos poner ante El con la sinceridad y verdad de nuestra vida, aunque seamos pecadores? Porque tenemos el peligro de ni siquiera ante Dios que conoce de verdad hasta el fondo nuestros corazones, somos capaces de reconocer nuestra indigencia, nuestra pobreza espiritual o nuestro pecado. Despojémonos de nuestros orgullos y vanidades, entremos por el camino de la sinceridad y de la verdad y encontraremos a Dios. Nos vamos a encontrar un Dios compasivo y misericordioso que nos ama a pesar de nuestros pecados y nos ofrece generosamente el perdón de su misericordia.

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