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martes, 15 de diciembre de 2015

Con unas actitudes nuevas de humildad y de acogida llena de amor hacia los demás preparemos la venida del Señor

Con unas actitudes nuevas de humildad y de acogida llena de amor hacia los demás preparemos la venida del Señor

Sofonías 3,1-2.9-13; Sal 33; Mateo 21,28-32

Una breve parábola de Jesús que nos hace un buen retrato de lo que es nuestra vida. Qué fácil es decir sí con las palabras pero qué pronto olvidamos lo que habíamos decidido o a lo que nos habíamos comprometido. Queremos parecer el hijo obediente y cumplidor que está pronto para decir sí en un primer momento mientras quizá otros que nos parecen contestatarios y rebeldes están más dispuestos a responder con sus obras a la llamada que se les hace.
Nos es fácil juzgar y condenar a los demás; igual que en tiempos de Jesús había gente a la que se les discriminaba y se les consideraba pecadores y poco menos que unos malditos con quienes los que se creían justos no querían ni mezclarse, nos sigue sucediendo hoy; somos los buenos, así nos creemos, y miramos fácilmente por encima del hombro a tantos otros porque son así o de otra manera, porque tienen tal o cual condición o en algún momento de la vida han errado el camino y han podido vivir envueltos en muchas situaciones que los marcaron. ¿Es que de ahí puede salir algo bueno? Pensamos tantas veces, pero quizá luego los veremos más generosos que nosotros, dispuestos siempre a echar una mano, más solidarios con los demás y seguramente con mejor corazón que nosotros.
Pensemos en lo que es nuestra propia historia. ¿Por qué nos creemos buenos? ¿Es que no hemos roto nunca un plato, como se suele decir? Si en verdad somos sinceros en nuestro interior veremos nuestras flaquezas, nuestras debilidades, nuestras inconstancias en tantas cosas que nos proponemos y dejamos a la mitad y que pronto en tantas ocasiones olvidamos o abandonamos.
A esta parábola le encuentro un paralelo en la que solemos llamar habitualmente del ‘hijo pródigo’; aunque en dicha parábola el mensaje principal siempre hemos de centrarlo en el amor del padre que acoge y que perdona, que abraza a su hijo que vuelve arrepentido tras haber abandonado la casa paterna, siempre decimos también que es nuestro retrato; y digo que es nuestro retrato porque no solo nos veamos reflejados por nuestro pecado en el hijo que abandonó la casa paterna viviendo perdidamente, sino porque también nos podemos ver reflejados en el otro hijo, el que parecía bueno porque no se había marchado de la casa del padre, pero que sin embargo su corazón estaba tan distante. Había estado siempre allí y se creía con derecho a todo, también a juzgar y a condenar a su hermano, pero en él no había misericordia, compasión, comprensión, capacidad de acogida para el hermano que volvía; se creía bueno pero su corazón estaba lleno de rencores y resentimientos, su corazón estaba bien lejos de lo que era el corazón lleno de amor y compasión de su padre; no supo acoger con amor a su hermano. ¿No nos pasará así tantas veces a nosotros?
Lo mismo podemos ver en la parábola que hoy nos ofrece el evangelio. El que parecía bueno porque decía siempre sí a todo lo que su padre le decía, sin embargo sus actitudes estaban bien lejos de la obediencia que se le pedía porque luego no hacía lo que su padre le pedía; como tantas veces nosotros que queremos parecer buenos pero luego en el día a día de nuestra vida somos inconstantes, infieles, abandonamos pronto lo bueno que teníamos que hacer, nos dejamos conquistar por el cansancio o caímos en las redes de la rutina.
Jesús terminará diciéndoles tras la parábola: ‘Os aseguro que los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros enseñándoos el camino de la justicia, y no le creísteis; en cambio, los publicanos y prostitutas le creyeron. Y, aun después de ver esto, vosotros no recapacitasteis ni le creísteis’. ¿Seremos capaces nosotros de recapacitar? ¿Seremos capaces de ser humildes para ver nuestros errores y cambiar nuestras posturas y actitudes?

Seamos sinceros con nosotros mismos y alejemos de nosotros todo atisbo de juicio y de condena hacia los demás. Aprendamos de una vez por todas que podemos cambiar y los demás también pueden cambiar. Que sean las actitudes nuevas que pongamos en nuestro corazón mientras nos preparamos para la venida del Señor. Ese nuevo corazón con unas nuevas actitudes y unos nuevos sentimientos serán la señal de que el Señor ha llegado a nuestra vida.

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