Detengámonos
en la loca carrera y sepamos leer las señales que Dios va poniendo en nuestro
camino, serán las que nos llevarán a la verdadera plenitud de vida
Job 38,1.12-21; 40, 3-5; Sal 138; Lucas
10,13-16
En los
caminos encontramos señales que nos indican la dirección, a donde vamos o donde
nos encontramos en cada momento, el tráfico en nuestras carreteras se rige
también por unas señales que nos indican los peligros, nos hacen tomar
precauciones para evitar accidentes, y nos indican como hemos de ir atentos por
esa carretera si queremos llegar hasta la meta que nos hayamos propuesto; en la
vida también vamos encontrando señales, unas convencionales en nuestros
comportamientos o que nos pueden indicar como hemos de encontrarnos con las
personas, o también podemos ir encontrando unas señales, más misteriosas
podemos decir, que nos abren a otras dimensiones, que son como llamadas que
hemos de atender también para poder entender la vida.
Pero cuando
hemos venido hablando de todas estas señales convencionales que dirigen nuestra
vida, en el fondo estamos pensando en algo más, unos como signos que nos va
poniendo Dios en el camino de la vida, aunque no siempre sepamos interpretarle
desde este sentido, que también quieren decirnos algo para nuestra vida en una transcendencia
y en un nivel, podríamos decir, superior. Y es como creyentes hemos de saber
reconocer que Dios nos va hablando, Dios nos va poniendo señales en el camino
de la vida con las que podríamos darle una mayor profundidad a la vida o
elevarnos a lo espiritual porque de alguna manera van siendo un encuentro con
Dios. Sin embargo, no siempre sabemos leer esas señales, esos signos que Dios
pone en nuestro camino.
Muchas veces
nos suceden cosas de alguna manera inesperadas y que muchas veces nos trastruecan
nuestra vida, nos obligan a cambios, nos pueden producir sufrimientos en el
corazón, nos producen unos contratiempos que nos cuesta aceptar y nos hacen
hacernos muchas preguntas en nuestro interior, cuando no nos llevan también a
una cierta rebeldía espiritual. Creo que con serenidad tenemos, sí, que
hacernos preguntas, pero no es necesario buscar culpabilidades que eso es algo
que sabemos hacer muy fácilmente, sino qué es lo que querrá decirnos Dios con
estas cosas, qué nos estará pidiendo y también, por qué no, qué nos estará
ofreciendo.
Es difícil
muchas veces en esos momentos tener la serenidad suficiente para hacernos esas
preguntas y encontrar respuestas, pero tenemos que intentarlo, poner mucha fe
en lo que hacemos, para no llenarnos de amarguras innecesarias y ver lo nuevo y
lo bueno que Dios pudiera estar ofreciéndonos. Tendremos que pasar en cierto
modo por momentos de desierto y de soledad, pero sepamos mantenernos firmes
para en esos momentos saber escuchar la voz de Dios en nuestro corazón. Es una
forma de escuchar a Dios.
Hoy en el
evangelio vemos que Jesús recrimina a Corozaín y Betsaida por la poca respuesta
que están dando a la acción de Jesús en aquellos lugares. Si en Tiro y en Sidón
– ciudades fenicias y en consecuencia de gentiles – se hubieran hecho los
signos y prodigios que se habían hecho en aquellas ciudades, seguro que
hubieran dado otra respuesta. Y lo mismo le dice a Cafarnaún que se consideraba
muy grande e importante por su prosperidad económica pero que no sabia sin
embargo descubrir la señal de Dios que en medio de ellos estaba.
¿Nos habremos
parado a pensar en las señales que Dios ha ido poniendo en nuestro camino a lo
largo de la vida y que no hemos sabido leer? Si nos detenemos un poquito a
pensar creo que tendríamos que reconocer muchas señales del amor que Dios nos
tiene, pero que no hemos sabido hacer caso. Estamos a tiempo. Sepamos
detenernos. Sepamos abrir los ojos y el corazón, sepamos dejarnos dirigir por
las señales de Dios, oigamos en verdad lo que el Señor nos dice en el corazón.
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