Aprendamos
a dejar a un lado los protagonismos y a dejarnos inundar por la humildad y el
espíritu de servicio para con corazón acogedor valorar lo bueno de los demás
Job 1, 6-22; Sal 16; Lucas 9, 46-50
Me van a
decir algunos que no, pero hemos de reconocer que queremos ser los más guapos,
los más altos, los más inteligentes, en una palabra, que queremos ser los
mejores en todo; y no es porque nos estemos esforzando quizás mucho por ser los
mejores, pero que venga alguien y ocupe en lugar nuestro aquel lugar con el que
soñábamos, que venga alguien y quede por delante nosotros porque en la carrera
corrió más, o porque supo ser más sagaz para ponerse por delante y no hubo
manera que nosotros le venciéramos; nos sentimos mal, en cierto modo humillados
si nos relegaron a un segundo puesto cuando nosotros creíamos que teníamos
asegurado el primer puesto.
En esa
andaban los discípulos de Jesús, aquellos que andaban más cerca de Jesús en
todo momento, aquellos a los que Jesús había elegido para ser sus enviados. Ahora
andaban discutiendo por quien valía más, quien era el primero en aquel grupo ya
fuera porque se creyeran los más antiguos, los primeros que comenzaron a seguir
a Jesús, o porque se consideraban con más derechos o privilegios que los demás
para ocupar los primeros puestos cuando Jesús no estuviera. Como nosotros
cuando en la vida nos vamos dando empujones porque queremos salir bien en la
foto… a ver cuanto más cerca que podamos del personaje que consideramos
principal.
¿Esos codazos
y esas zancadillas tienen sentido en un grupo de hermanos? ¿Qué sentido y que
valor tiene que andemos en esas carreras, con esos empujones cuando formamos
parte de una misma humanidad que entre todos tendríamos que preocuparnos de
hacer que cada día sea más humanidad? Cuando vemos que Dios nos ha puesto el
mundo en nuestras manos para que entre todos los hagamos caminar, no tienen
sentido nuestras rivalidades ni nuestras envidias, nuestros orgullos o mal
disimulado amor propio cuando tendríamos que aprender a valor lo que realmente
cada uno vale y la función que cada uno tiene en ese mundo que es de todos.
Cuánto nos
gustan los protagonismos, que aparezcamos nosotros, que parezca que somos los únicos
salvadores, que acapararemos todos los méritos, que nos pongan sobre pedestales.
Y cuando aparece alguien que nos pueda dar sombra o quitar protagonismo nos
recomemos por dentro y surgen los recelos y las envidias, el desprestigiar o el
quitar méritos, creyendo que somos los únicos que podemos hacerlo.
Y Jesús nos
da la gran lección, a la chita callando, como se suele decir. Solamente cogió
un niño y lo puso en medio de ellos y les digo que todos teníamos que comenzar
por ser como niños. ¿Nos quiere infantilizar Jesús? Ni mucho menos. Necesitamos
de la virtud de la humildad y de la sencillez, el espíritu abierto de un niño
que con todos se junta y con todos juega y reaviva sus sueños, en el que no
caben personalismos porque aun en él no hemos despertado los orgullos y los
sueños de grandiosidades, que se deja querer y a todos ofrece la limpieza de
sus ojos.
Pero nos dice
aun algo más Jesús, no solo hemos de ser como ellos sino también saber acogerlos a ellos, aunque nos parezcan pequeños y nada
nos exijan. ‘El que acoge a este niño en mi nombre, me acoge a mí; y el que
me acoge a mí, acoge al que me ha enviado. Pues el más pequeño de vosotros es
el más importante’. Cuantas veces vamos por la vida apabullando a todo el
que nos parece menos, a todo el que nos parece pequeño e insignificante. ¡Qué
sabes hacer tú!, le decimos a aquel que nos parece inferior, ¿me vas a dar
lecciones a mi?
Y Jesús nos está diciendo que nos dan
lecciones los niños, que nos dan lecciones los pequeños, que nos dan lecciones
aquellos que menos consideramos y a los que quizá no queremos dejar que hagan
algo para que no ocupen nuestro lugar. Por allá vinieron a decirle a Jesús que
a uno que no de su grupo pero que también echaba demonios en nombre de Jesús se
lo habían querido prohibir. ‘El que no está con nosotros, está a favor
nuestro’, les viene a decir a Jesús para que nadie se crea el único
protagonista o el único que sabe hacer las cosas bien.
Qué distinto es el estilo de Jesús; qué
amplitud de miras tiene su corazón; qué apertura a lo bueno, venga de donde
venga, porque siempre será construir el Reino de Dios; en qué caminos nuevos
nos está poniendo Jesús. No se trata de carreras para ver quien llega primero,
sino para ver quien es el que mejor sirve a los demás.
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