Nuestra fe en Jesús nos lleva a confesarle también en la Pascua
Sant. 2, 1-9; Sal. 33; Mc. 8, 27-33
Ya Herodes en su confusión, o mala conciencia, cuando
había oído hablar de Jesús pensaba que era Juan Bautista quer había resucitado.
Lo escuchamos no hace mucho. Ahora Jesús que anda con sus discípulos por las
regiones fronterizas de Palestina le pregunta a los discípulos que es lo que la
gente opinaba de El.
Curiosas respuestas, puesto que se admiraban de lo que
Jesús hacía y decía, de sus milagros y signos que realizaba, pero lo veían casi
como un personaje del pasado. ‘¿Quién
dice la gente que soy yo? Y ellos le respondieron: Unos, Juan Bautista, otros
Elías, y otros, uno de los profetas’. No llegaban a captar todo el ser de
Jesús.
Quizá, antes de seguir adelante con la respuesta ya del
pensar de los propios discípulos, quizá podríamos preguntarnos si acaso algunas
veces, al menos por nuestras actitudes o la forma de dar respuesta al mensaje
del Evangelio, pensamos de la misma manera en cierto modo. Y es que podemos
pensar en Jesús también como un persona del pasado, un personaje histórico.
Pensamos en que Jesús hizo, en que Jesús dijo, pero como dicho y hecho en el
pasado sin ver lo que ahora nos dice y hace en nosotros. Si nos quedamos ahí,
podría significar cuánto hemos de hacer crecer y madurar nuestra fe en Jesús.
Jesús insiste en sus preguntas, que son preguntas que
tenemos que ver como hechas también a nosotros hoy. ‘Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?’ Es el momento de responder
con verdad lo que es para nosotros Jesús, lo que es para mí Jesús hoy y ahora.
Es el momento de hacer una auténtico proclamación de fe que no sean solo
palabras sino que sean expresión de una vida, de lo que llevamos dentro, de lo
que sentimos desde lo más hondo de nosotros mismos.
Conocemos la respuesta de Pedro que puede ser también
nuestra respuesta y dicha con toda sinceridad. ‘Tú eres el Mesías’, Tú eres el Hijo de Dios, Tú eres nuestro
Salvador, nuestra vida, la verdad de nuestra vida, todo para mi, que quiero
llevarte en lo más hondo del corazón, pero que quiero manifestarte con toda mi
vida y mi quehacer. Tú eres el sentido último de mi vida.
Pero cuidado que todo esto que estamos diciendo nos
implica mucho. No pueden ser palabras hermosas que digamos desde un momento de
fervor. Son palabras que tienen que ir acompañadas por toda nuestra vida y en
todo momento; también en los momentos difíciles, en la prueba, en el dolor y en
el sacrificio, en los momentos de oscuridad o en los momentos en que nuestro
compromiso nos exige llegar hasta el final.
Confesamos a Jesús no solo en el Tabor o en el momento
de fervor; confesamos a Jesús no solo desde un razonamiento que nos hagamos en
un momento determinado, sino que tenemos que saber confesar a Jesús cuando
subamos a la Pascua. Y subir a la Pascua es subir a la cruz, a la pasión, a la
muerte, siempre con la esperanza de la resurrección. Subir a la Pascua es dejar
que Jesús llegue y pase por nuestra vida en toda circunstancia. Subir a la
Pascua es aprender a subir el camino del amor más sublime, del que es capaz de
dar la vida por el amado.
Los apóstoles, sobre todo Pedro que fue el primero que
reaccionó - ¿qué harían mientras los otros discípulos quizá más acobardados que
se quedaron atrás mientras Pedro hablaba? -; Pedro reaccionó manifestando que
eso de la cruz, de la pasión, de la pascua en ese sentido no le podía pasar a Jesús. ¿Vislumbraba quizá
que si Jesús había de pasar por ese tipo de Pascua a él que lo seguía le
tocaría algo igual?
Jesús había comenzado a instruirlos de que ‘el Hijo del Hombre tiene que padecer
mucho, tiene que ser condenado por los senadores, sumos sacerdotes y letrados,
ser ejecutado y resucitar a los tres días. Y se lo explicaba con toda
claridad…’ Pero Pedro no entiende, como no queremos entender nosotros
tantas veces de sacrificios y sufrimientos, de amor que nos lleve a una entrega
hasta dar la vida. ‘Pedro se lo llevó
aparte y se puso a increparlo’. Como nosotros que tantas veces nos quejamos
de que eso no puede suceder, por qué tienen que pasarme esas cosas a mí.
Pensamos como los hombres, no como Dios.
Que se nos abran los ojos del corazón y de la fe, para
que reconozcamos a Jesús de verdad y con toda nuestra vida, aunque eso nos
lleve a la pascua. recordemos que la Pascua siempre termina en resurrección.
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