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jueves, 16 de febrero de 2012


Nuestra fe en Jesús nos lleva a confesarle también en la Pascua

Sant. 2, 1-9; Sal. 33; Mc. 8, 27-33
Ya Herodes en su confusión, o mala conciencia, cuando había oído hablar de Jesús pensaba que era Juan Bautista quer había resucitado. Lo escuchamos no hace mucho. Ahora Jesús que anda con sus discípulos por las regiones fronterizas de Palestina le pregunta a los discípulos que es lo que la gente opinaba de El.
Curiosas respuestas, puesto que se admiraban de lo que Jesús hacía y decía, de sus milagros y signos que realizaba, pero lo veían casi como un personaje del pasado. ‘¿Quién dice la gente que soy yo? Y ellos le respondieron: Unos, Juan Bautista, otros Elías, y otros, uno de los profetas’. No llegaban a captar todo el ser de Jesús.
Quizá, antes de seguir adelante con la respuesta ya del pensar de los propios discípulos, quizá podríamos preguntarnos si acaso algunas veces, al menos por nuestras actitudes o la forma de dar respuesta al mensaje del Evangelio, pensamos de la misma manera en cierto modo. Y es que podemos pensar en Jesús también como un persona del pasado, un personaje histórico. Pensamos en que Jesús hizo, en que Jesús dijo, pero como dicho y hecho en el pasado sin ver lo que ahora nos dice y hace en nosotros. Si nos quedamos ahí, podría significar cuánto hemos de hacer crecer y madurar nuestra fe en Jesús.
Jesús insiste en sus preguntas, que son preguntas que tenemos que ver como hechas también a nosotros hoy. ‘Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?’ Es el momento de responder con verdad lo que es para nosotros Jesús, lo que es para mí Jesús hoy y ahora. Es el momento de hacer una auténtico proclamación de fe que no sean solo palabras sino que sean expresión de una vida, de lo que llevamos dentro, de lo que sentimos desde lo más hondo de nosotros mismos.
Conocemos la respuesta de Pedro que puede ser también nuestra respuesta y dicha con toda sinceridad. ‘Tú eres el Mesías’, Tú eres el Hijo de Dios, Tú eres nuestro Salvador, nuestra vida, la verdad de nuestra vida, todo para mi, que quiero llevarte en lo más hondo del corazón, pero que quiero manifestarte con toda mi vida y mi quehacer. Tú eres el sentido último de mi vida.
Pero cuidado que todo esto que estamos diciendo nos implica mucho. No pueden ser palabras hermosas que digamos desde un momento de fervor. Son palabras que tienen que ir acompañadas por toda nuestra vida y en todo momento; también en los momentos difíciles, en la prueba, en el dolor y en el sacrificio, en los momentos de oscuridad o en los momentos en que nuestro compromiso nos exige llegar hasta el final.
Confesamos a Jesús no solo en el Tabor o en el momento de fervor; confesamos a Jesús no solo desde un razonamiento que nos hagamos en un momento determinado, sino que tenemos que saber confesar a Jesús cuando subamos a la Pascua. Y subir a la Pascua es subir a la cruz, a la pasión, a la muerte, siempre con la esperanza de la resurrección. Subir a la Pascua es dejar que Jesús llegue y pase por nuestra vida en toda circunstancia. Subir a la Pascua es aprender a subir el camino del amor más sublime, del que es capaz de dar la vida por el amado.
Los apóstoles, sobre todo Pedro que fue el primero que reaccionó - ¿qué harían mientras los otros discípulos quizá más acobardados que se quedaron atrás mientras Pedro hablaba? -; Pedro reaccionó manifestando que eso de la cruz, de la pasión, de la pascua en ese sentido  no le podía pasar a Jesús. ¿Vislumbraba quizá que si Jesús había de pasar por ese tipo de Pascua a él que lo seguía le tocaría algo igual?
Jesús había comenzado a instruirlos de que ‘el Hijo del Hombre tiene que padecer mucho, tiene que ser condenado por los senadores, sumos sacerdotes y letrados, ser ejecutado y resucitar a los tres días. Y se lo explicaba con toda claridad…’ Pero Pedro no entiende, como no queremos entender nosotros tantas veces de sacrificios y sufrimientos, de amor que nos lleve a una entrega hasta dar la vida. ‘Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo’. Como nosotros que tantas veces nos quejamos de que eso no puede suceder, por qué tienen que pasarme esas cosas a mí. Pensamos como los hombres, no como Dios.
Que se nos abran los ojos del corazón y de la fe, para que reconozcamos a Jesús de verdad y con toda nuestra vida, aunque eso nos lleve a la pascua. recordemos que la Pascua siempre termina en resurrección.

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