Vistas de página en total

miércoles, 8 de octubre de 2014

Cuando nos enseña a orar Jesús nos da algo más que una fórmula porque nos enseña a saborear que Dios es nuestro Padre

Cuando nos enseña a orar Jesús nos da algo más que una fórmula porque nos enseña a saborear que Dios es nuestro Padre

Gál. 2, 1-2.7-14; Sal. 116; Lc. 11, 1-4
El ejemplo es la mejor motivación que podemos tener para desear algo bueno. No basta quizá que nos digan que tenemos que hacer una cosa para que nos entren deseos de hacerla. Cuando contemplamos a aquel que nos está sirviendo de referencia para nuestra vida hacer eso bueno, surgirá en nosotros el deseo también de querer hacerlo.
Jesús había hablado y hablaría muchas veces a lo largo del evangelio de que tenemos que orar y que tenemos que orar con constancia y sin desanimarnos. Allá en el sermón del monte que tenemos como referencia de un resumen del mensaje de Jesús tenemos extensos párrafos en los que Jesús nos habla de cómo hemos de orar.  Pero será ahora cuando los discípulos lo ven orar cuando va a surgir ese deseo de aprender a orar como Jesús. ‘Una vez que Jesús estaba orando en cierto lugar, cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos’.
Era normal que el Maestro o guía espiritual enseñara a orar y le imprimiera su estilo a la  oración, aunque ahora cuando le piden que les enseñe a orar Jesús podía haberles dado como referencia lo que era la oración de los judíos y que estaba reflejada en la Escritura. Cada sábado precisamente se reunían en la sinagoga para escuchar la Palabra y para rezar los salmos que era, por así decirlo, la oración oficial de los judíos. Jesús también hacía esa oración cuando acudía los sábados a la Sinagoga, y lo veremos que en la cruz, aunque recordamos solo el principio en una de sus palabras, recitó también un salmo de confianza en la providencia de Dios, poniéndose en sus manos.
Le piden a Jesús que les enseñe a orar. Y Jesús quiere darle algo más que una fórmula para que aprendan a orar. No es un rezo repetitivo lo que Jesús quiere enseñarles a hacer, sino que en verdad sea una oración en que nos pongamos en manos de Dios, saboreando en verdad que Dios es nuestro Padre que nos ama. Las palabras que le escuchamos decir hoy a Jesús en este evangelio de san Lucas son más breves que las del texto paralelo de san Mateo que nos ha servido más para utilizar como fórmula de nuestra oración, aunque tienen el mismo sentido.
Jesús nos quiere enseñar a llamar y a reconocer a Dios como Padre. Será la palabra por la que hemos de comenzar a dirigirnos a Dios. Pero es una palabra que no podemos decir de cualquier manera porque encierra mucho. Reconocer a Dios como Padre es reconocer su amor y no un amor cualquiera; es reconocerle en verdad como el Señor de nuestra vida porque nos ha ganado con su amor. Reconocer a Dios con ese nombre de Padre entrañará ya como consecuencia nuestro amor para corresponder y ese amor va todo nuestro respeto, el honor y la gloria que hemos de tributarle, el querer vivir ya para siempre sintiéndole así como Padre y viviendo en consecuencia. ‘Santificado sea tu nombre, venga tu reino’, nos enseña a decir a continuación.
Cuando reconocemos a Dios como Padre porque así estamos experimentando su amor con confianza nos ponemos ante El con nuestras necesidades y deseos. ‘Danos cada día nuestro pan del mañana’, nos enseña a decir Jesús. Nos recuerda lo que sucedía cuando peregrinaban por el desierto y el Señor los alimentaba con el maná cada día; solo podían coger la ración del día para los que formaban una misma casa o una misma familia; esa era la medida, no se podía coger para que sobrara  sino solo lo que se necesita cada día.
Como tendríamos que aprender porque cuando pedimos para que lo que deseamos son sobreabundancias como si no tuviéramos en sobreabundancia no faltaría para comer. ‘El pan nuestro de cada día, danosle hoy’, decimos en la oración del padrenuestro. No mi pan, ni el pan de la sobreabundancia, sino el pan de cada día, como hemos reflexionado también últimamente, y el pan nuestro porque será el pan del compartir. Cuándo aprenderemos a tener esa generosidad y disponibilidad de corazón. 
Finalmente nos enseña algo importante para nuestra oración. En nuestro corazón han de caber todos, lo mismo que en nuestra oración. Por eso cuando le pedimos perdón al Padre, porque no siempre quizá hayamos vivido totalmente en su amor - qué pecadores somos tantas veces - ponemos por delante por así decirlo nuestro deseo y voluntad de perdonar siempre nosotros a quienes nos hayan ofendido.  ‘Perdónanos… también nosotros perdonamos a todo el que nos debe algo…’ también estamos siempre dispuestos a perdonar a quienes nos hayan podido ofender.
Y una cosa importante para concluir nuestra oración. A Dios, nuestro Padre, acudimos desde nuestras necesidades, pero no son solo las necesidades materiales - el pan de cada día - sino también acudimos en nuestras luchas y en nuestros esfuerzos por ser buenos, por vivir en ese amor, para querer vivir de verdad como hijos y como hermanos. Pero es algo que nos cuesta, porque somos así; por eso le pedimos que nos libre del mal, que no nos fortalezca frente a la tentación.
Cómo tiene uno que salir reconfortado después de una oración así, donde de tal manera nos sentimos queridos por nuestro Padre Dios y donde estamos queriendo vivir en su amor,  gozándonos de su presencia de Padre. Que sea así siempre nuestra oración.

No hay comentarios:

Publicar un comentario