Cuando nos enseña a orar Jesús nos da algo más que una fórmula porque nos enseña a saborear que Dios es nuestro Padre
Gál. 2, 1-2.7-14; Sal. 116; Lc. 11, 1-4
El ejemplo es la mejor motivación que podemos tener
para desear algo bueno. No basta quizá que nos digan que tenemos que hacer una
cosa para que nos entren deseos de hacerla. Cuando contemplamos a aquel que nos
está sirviendo de referencia para nuestra vida hacer eso bueno, surgirá en
nosotros el deseo también de querer hacerlo.
Jesús había hablado y hablaría muchas veces a lo largo
del evangelio de que tenemos que orar y que tenemos que orar con constancia y
sin desanimarnos. Allá en el sermón del monte que tenemos como referencia de un
resumen del mensaje de Jesús tenemos extensos párrafos en los que Jesús nos
habla de cómo hemos de orar. Pero será
ahora cuando los discípulos lo ven orar cuando va a surgir ese deseo de
aprender a orar como Jesús. ‘Una vez que Jesús
estaba orando en cierto lugar, cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo:
Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos’.
Era normal que el Maestro o guía espiritual enseñara a
orar y le imprimiera su estilo a la
oración, aunque ahora cuando le piden que les enseñe a orar Jesús podía
haberles dado como referencia lo que era la oración de los judíos y que estaba
reflejada en la Escritura. Cada sábado precisamente se reunían en la sinagoga
para escuchar la Palabra y para rezar los salmos que era, por así decirlo, la
oración oficial de los judíos. Jesús también hacía esa oración cuando acudía
los sábados a la Sinagoga, y lo veremos que en la cruz, aunque recordamos solo
el principio en una de sus palabras, recitó también un salmo de confianza en la
providencia de Dios, poniéndose en sus manos.
Le piden a Jesús que les enseñe a orar. Y Jesús quiere
darle algo más que una fórmula para que aprendan a orar. No es un rezo
repetitivo lo que Jesús quiere enseñarles a hacer, sino que en verdad sea una
oración en que nos pongamos en manos de Dios, saboreando en verdad que Dios es
nuestro Padre que nos ama. Las palabras que le escuchamos decir hoy a Jesús en
este evangelio de san Lucas son más breves que las del texto paralelo de san
Mateo que nos ha servido más para utilizar como fórmula de nuestra oración,
aunque tienen el mismo sentido.
Jesús nos quiere enseñar a llamar y a reconocer a Dios
como Padre. Será la palabra por la que hemos de comenzar a dirigirnos a Dios.
Pero es una palabra que no podemos decir de cualquier manera porque encierra
mucho. Reconocer a Dios como Padre es reconocer su amor y no un amor
cualquiera; es reconocerle en verdad como el Señor de nuestra vida porque nos
ha ganado con su amor. Reconocer a Dios con ese nombre de Padre entrañará ya
como consecuencia nuestro amor para corresponder y ese amor va todo nuestro
respeto, el honor y la gloria que hemos de tributarle, el querer vivir ya para
siempre sintiéndole así como Padre y viviendo en consecuencia. ‘Santificado sea tu nombre, venga tu reino’,
nos enseña a decir a continuación.
Cuando reconocemos a Dios como Padre porque así estamos
experimentando su amor con confianza nos ponemos ante El con nuestras
necesidades y deseos. ‘Danos cada día nuestro pan del mañana’, nos enseña a
decir Jesús. Nos recuerda lo que sucedía cuando peregrinaban por el desierto y
el Señor los alimentaba con el maná cada día; solo podían coger la ración del día
para los que formaban una misma casa o una misma familia; esa era la medida, no
se podía coger para que sobrara sino
solo lo que se necesita cada día.
Como tendríamos que aprender porque cuando pedimos para
que lo que deseamos son sobreabundancias como si no tuviéramos en
sobreabundancia no faltaría para comer. ‘El
pan nuestro de cada día, danosle hoy’, decimos en la oración del
padrenuestro. No mi pan, ni el pan de la sobreabundancia, sino el pan de cada día,
como hemos reflexionado también últimamente, y el pan nuestro porque será el
pan del compartir. Cuándo aprenderemos a tener esa generosidad y disponibilidad
de corazón.
Finalmente nos enseña algo importante para nuestra
oración. En nuestro corazón han de caber todos, lo mismo que en nuestra oración.
Por eso cuando le pedimos perdón al Padre, porque no siempre quizá hayamos
vivido totalmente en su amor - qué pecadores somos tantas veces - ponemos por
delante por así decirlo nuestro deseo y voluntad de perdonar siempre nosotros a
quienes nos hayan ofendido. ‘Perdónanos… también nosotros perdonamos a
todo el que nos debe algo…’ también estamos siempre dispuestos a perdonar a
quienes nos hayan podido ofender.
Y una cosa importante para concluir nuestra oración. A
Dios, nuestro Padre, acudimos desde nuestras necesidades, pero no son solo las
necesidades materiales - el pan de cada día - sino también acudimos en nuestras
luchas y en nuestros esfuerzos por ser buenos, por vivir en ese amor, para
querer vivir de verdad como hijos y como hermanos. Pero es algo que nos cuesta,
porque somos así; por eso le pedimos que nos libre del mal, que no nos
fortalezca frente a la tentación.
Cómo tiene uno que salir reconfortado después de una
oración así, donde de tal manera nos sentimos queridos por nuestro Padre Dios y
donde estamos queriendo vivir en su amor,
gozándonos de su presencia de Padre. Que sea así siempre nuestra oración.
No hay comentarios:
Publicar un comentario