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jueves, 9 de octubre de 2014

Una oración hecha con fe, con la confianza de los hijos y la perseverancia de los que se sienten amados siempre es escuchada

Una oración hecha con fe, con la confianza de los hijos y la perseverancia de los que se sienten amados siempre es escuchada

Gál. 3, 1-5; Sal.:Lc.1, 69-75; Lc. 11, 5-13
Le habían pedido a Jesús que los enseñara a orar, ‘como Juan enseñaba a sus discípulos’, y Jesús les había enseñado a saborear el que llamaran y reconocieran a Dios como Padre. Normalmente decimos les enseñó el padrenuestro, bien sabemos que lo que Jesús quería enseñarles era algo más que una fórmula de oración para repetir; para eso ya tenían los salmos inspirados por Dios mismo contenidos en la Escritura. Era un sentido de Dios y un nuevo sentido de encuentro con Dios lo que Jesús quería trasmitirles. De la misma manera que El se sentía unido en el amor del Padre, así quería que fuera en quienes creyéramos en El. Y nos dejó ese sentido de oración.
 Pero continuó Jesús hablándoles de la oración. Ahora quiere enseñarnos Jesús cuáles son las actitudes interiores para la oración. La primera actitud es la constancia y la perseverancia en la oración, que Jesús nos la muestra con la parábola del amigo inoportuno en la que se revela la necesidad de orar con insistencia y perseverancia sin desfallecer. Es importante esa constancia y esa perseverancia. A veces parece que nuestra oración no es escuchada, pero no debemos desanimarnos porque a fuerza de insistir el amigo inoportuno consigue los panes que necesita. Por eso Cristo nos dice: ‘pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá’.
Algunas veces aunque decimos que venimos con fe a nuestra oración sin embargo nos flaquea nuestra fe. Lo primero que tenemos que hacer y sentir es nuestra fe; creer que nuestra oración es un encuentro vivo con Dios que es nuestro Padre; nos es necesario comenzar por ese acto de fe; interiorizar bien que estamos en la presencia de Dios, de un Dios que nos ama porque es nuestro Padre y, como decíamos, saboreamos su presencia y su amor. Y desde ahí  surge la perseverancia de nuestra oración. Aunque haya momentos en que quizá estemos como más fríos o más distraídos, tratemos de interiorizar bien esa presencia del Señor y esa riqueza de su amor.
Y en aquello que le pedimos lo hacemos con la fe y la confianza de los hijos que se sienten amados y en consecuencia escuchados en aquello que pedimos. Si de entrada vamos ya desconfiando, pensando que no vamos a alcanzar aquello que le pedimos al Señor, es que nos está faltando esa fe. Por eso, esa necesaria perseverancia en nuestra oración, una y otra vez como aquel que fue a pedirle el pan al amigo para la visita que le había llegado, según la pequeña parábola que nos propone Jesús.
Esa confianza en que Dios nos escucha y nos dará lo que mejor necesitamos. La confianza de los hijos que saben que el padre les va a dar incluso más de lo que le pidan. Mantengamos la paz en el corazón sabiendo que Dios nos concederá siempre lo que más nos conviene, que es sobre todo, su Espíritu Santo, el cual nos ayudará a afrontar y aceptar los acontecimientos de nuestra vida: ‘Si vosotros que sois malos sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre del Cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?’
Escuché en una ocasión esta pequeña anécdota. En una ocasión, un niño muy pequeño hacía grandes esfuerzos por levantar un objeto muy pesado. Su papá, al ver la lucha tan desigual que sostenía su hijo, le preguntó: “¿Estás usando todas tus fuerzas?”“¡Claro que sí!”, contestó malhumorado el pequeño. “No es cierto - le respondió el padre - no me has pedido que te ayude”.
¿Nos sucederá así a nosotros alguna vez? Con confianza y con fe sepamos acudir a Dios nuestro Padre que siempre nos atiende. Decimos muchas veces en nuestro camino de superación que no podemos, que los problemas son superiores a nuestras fuerzas, que quizá la enfermedad o las limitaciones que nos van apareciendo en la vida con los años nos llenan de amarguras y desesperanzas, que nos cuesta mucho arrancarnos quizá de una mala costumbre, que se nos hace difícil el trato y la convivencia con determinadas personas que quizá se nos atraviesan y nos caen mal.
¿Hemos contado con el Señor? ¿Pensamos realizar el camino de nuestra vida por nuestra cuenta y solo con nuestras fuerzas? ¿Nos olvidamos que Dios es el Padre bueno que está ahí a nuestro lado y nos dará siempre su fuerza y su gracia?

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