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martes, 7 de octubre de 2014

Oramos con María y aprendemos del misterio de Cristo empapándonos del evangelio

Oramos con María y aprendemos del misterio de Cristo empapándonos del evangelio

Hechos, 1, 12-14; Sal.:Lc. 1, 46-54; Lc. 1, 26-38
‘Todos ellos se dedicaban a la oración en común, junto con algunas mujeres, entre ellas María, la madre de Jesús, y con sus hermanos’. Es lo que hemos escuchado en el texto sagrado tomado de los Hechos de los Apóstoles cuando nos habla de quienes estaban reunidos en el Cenáculo en la espera del cumplimiento de la promesa de Jesús, el envío del Espíritu Santo.
Nos viene bien este texto en esta fiesta de María que hoy celebramos, la fiesta del Rosario, la fiesta de nuestra Señora del Rosario. Una fiesta que como sabemos fue instituida por el Papa san Pío V tras la batalla de Lepanto, donde la cristiandad europea se vio liberada del invasor turco con la intercesión de la Virgen María a quien toda Europa invocaba con el rezo del Rosario.
Una forma de oración que había mantenido la fe del pueblo cristiano desde muy antiguo y sobre todo en las nebulosidades de la edad Media. Cuando el pueblo no podía participar en la oración de la Iglesia por su ignorancia de la lengua con que se realizaba la liturgia pues habían ido apareciendo las nuevas lenguas en los distintos pueblos y ya el latín no era la lengua del pueblo, cuando era muy escasa la formación que se tenía el rezo del rosario sirvió con la meditación de los distintos misterios de la vida de Jesús para mantener viva la fe del pueblo al tiempo que era como una catequesis que se iba recibiendo mientras se rezaban los distintos misterios del Rosario.
No es solo la repetición de unas avemarías cual piropos a la Virgen que en nuestro amor le dedicamos una y otra vez, sino que se enunciado que se hace en cada uno de los misterios nos ha de servir para contemplar y meditar esos distintos momentos de la vida de Cristo y de María en su relación con el misterio de la salvación donde nos iremos impregnando poco a poco del espíritu y sentido del Evangelio.
Es hermoso, es cierto, repetir como piropos esas avemarías a la Virgen nuestra Madre en el amor que le tenemos, pero no nos podemos quedar ahí. Es muy importante ese enunciado que hacemos del Misterio de Cristo, porque se ha de quedar como gravado en nuestra mente para contemplarlo y meditarlo a la sombra de la presencia de María. No quiere la Virgen que nos quedemos en ella, sino que siempre María quiere conducirnos a Jesús. Es lo que tenemos que vivir con toda intensidad mientras rezamos el rosario, para que no se nos quede en una repetición monótona y rutinaria.
No puede ser el rezo del Rosario algo que hagamos como a la carrera porque tenemos que cumplir, sino que hemos de darle el tiempo que sea necesario para que de verdad nuestro corazón se vaya abriendo más y más al misterio de Cristo. Ojalá en lugar de esa formulación breve y condensada del enunciado del misterio tuviéramos la calma de leer un trozo del evangelio que a ese misterio hiciera referencia, o tener incluso unos momentos de silencio antes de comenzar a repetir las avemarías para interiorizar de verdad lo que decimos con los labios, pero que es necesario que lo sintamos y digamos desde el corazón. Así lograríamos que fuera un gran alimento espiritual para nuestra vida que nos hiciera sentir profundamente la gracia del Señor y nos fuera empapando más y más del evangelio verdadero alimento de nuestra vida cristiana.
Amemos a María desde lo más hondo de nuestra vida. Con la confianza de los hijos a ella acudimos desde nuestros problemas y necesidades porque sabemos que es la Madre que siempre nos escucha como saben hacerlo las madres, y por nosotros va a interceder ante el Señor para que alcancemos esa gracia que tanto necesitamos no solo como ayuda a nuestras necesidades materiales, sino como verdadera fuente de nuestra santificación. 
Como tienen que hacer siempre los hijos con las madres, las amamos y las imitamos, las amamos y las escuchamos, las amamos y las obedecemos. Imitemos a María,  escuchemos a María, obedezcamos a María que siempre nos está diciendo que miremos a Cristo, que vayamos a Cristo,  que escuchemos a Cristo, que hagamos lo que Cristo nos dice.

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