Vistas de página en total

viernes, 10 de octubre de 2014

Limpiemos de malicia nuestro corazón y mantengamos la intensidad de nuestra vida espiritual para no volver a caer en la tentació

Limpiemos de malicia nuestro corazón y mantengamos la intensidad de nuestra vida espiritual para no volver a caer en la tentación

Gál. 3, 7-14; Sal. 110; Lc. 11, 15-26
Todos hemos escuchado más de una vez que vemos las cosas según el color del cristal con que se mira, pero también podemos añadir lo que le sucedía a cierta persona que detrás de la ventana de su casa miraba el patio donde su vecina tendía a secar las sábanas recién lavadas, pero la criticaba porque decía que su vecina lavaba mal las sábanas y las tendía llenas de suciedades y manchas; un día su marido abrió la ventana a través de la cual ella miraba y juzgaba a su vecina, pero se dio cuenta que las sábanas no estaban manchadas, sino que eran los cristales de su ventana los que estaban manchados y esas eran las manchas que ella pretendía ver en la ropa tendida de su vecina.
Así nos pasa muchas veces cuando miramos a los demás, pero los ojos de nuestra alma están manchados, porque es nuestro corazón el que está lleno de maldad y de muchas cosas malas y no seremos capaces de ver lo bueno y hermoso que puede haber en los demás, sino que todo lo pasamos por el cristal o el filtro de nuestra malicia.
Hoy vemos en el evangelio que Jesús realiza el milagro de la expulsión de un demonio de una persona; pero, ¿cuál es la reacción en muchos de las personas que ven realizar aquel milagro de Jesús? ‘Si echa los demonios, decían, es por arte de Belcebú, el príncipe de los demonios' La malicia que había en su corazón les impedía descubrir lo bueno que hacía Jesús. Y aún después de los milagros que Jesús realizaba, le pedían una y otra vez un signo.
Tenemos que descubrir cual es de verdad la acción de Jesús y ser nosotros, los primeros que nos dejemos liberar por Jesús de todo ese mal que dejamos meter en nuestro corazon y que de tal manera nos esclaviza. La presencia de Jesús en el mundo es el principio de ese mundo  nuevo, que llamamos Reino de Dios, para que en verdad Dios sea el único Señor de nuestra vida.
Cristo viene a liberarnos del mal, pero  nos sentimos tan esclavizados por ese mal que nos resistimos a dejarnos liberar por Jesús. Buscamos disculpas, pedimos plazos, lo queremos dejar para otro momento y así nos vamos resistiendo. Resistencia que se puede convertir en oposición. Es lo que sucedía con aquellos que vemos en el evangelio que no solo no reconocen la obra de Jesús, sino que atribuyéndosela al maligno quieren como desprestigiar a Jesús. Cuántas veces nos suceden cosas así en nuestra vida. Nos cuesta arrancarnos del mal aunque sintamos la llamada clara de Jesús en nuestro corazón. 
Cuidemos mucho la respuesta que le damos a la llamada que el Señor nos va haciendo allá en lo profundo de nuestro corazón. Tenemos la experiencia también, y de ello quiere hablarnos Jesús con las recomendaciones que nos hace en el evangelio, que quizá en un momento determinado ayudados por la gracia del Señor decidimos cambiar y mejorar nuestra vida, reconociendo nuestros errores, tratando de corregir lo que hacemos mal, queriendo vivir la gracia del Señor y así íbamos avanzando poco a poco en nuestra vida espiritual. Pero en un momento determinado parece que todo se vino abajo, una tentación fuerte, un mal momento de nuestra vida, y volvimos a la situación anterior.
¿Qué nos había pasado si tan seguros nos sentíamos en nuestra vida que queríamos mejorar? Algo quizá habíamos abandonado en nuestra vida espiritual, quizá dejándonos llevar porque las cosas nos iban bien, abandonamos las precauciones y pronto volvieron las tentaciones y el peligro y porque quizá había comenzado a aparecer la tibieza espiritual en nuestra alma, pronto caímos y quizá de forma peor en las mismas cosas que queríamos corregir.
Es de lo que nos habla hoy Jesús en el evangelio cuando nos habla de ese espíritu maligno que vuelve con más fuerza a nuestra vida y arrasa con todo en nuestra vida espiritual. Es la vigilancia que hemos de mantener para no caer en la tentación; es la intensidad con que tenemos que seguir viviendo nuestra vida espiritual; es la perseverancia y constancia en nuestra oración para sentir fuerte en nosotros esa gracia del Señor. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario