La viña que Dios ha puesto en nuestras manos es nuestro mundo que tenemos que transformar desde una civilización del amor
Is. 5, 1-7; Sal. 79; Filp.4, 6-9; Mt. 21, 33-43
‘La viña del Señor de los ejércitos
es la casa de Israel; son los hombres de Judá su plantel preferido’.
Podemos decir que por aquí, con estas palabras, comienza a dársenos la clave de
la Palabra de Dios que hoy se nos ha proclamado sobre todo al proponernos la
imagen de la viña, ya fuera ‘la viña de
mi amigo’ a la que el profeta quiere cantar en nombre de su amigo un canto
de amor, ya sea la viña arrendada a unos labradores por aquel propietario que
tan bien la había preparado.
Está por
una parte lo que significa la figura del amigo que tenía una viña que cuidaba
con todo mimo esperando sus frutos, o de aquel propietario que había plantado
una viña que había preparado cuidadosamente antes de arrendarla para que la
trabajasen aquellos labradores. Está por otro lado lo que significa en sí la
imagen de la viña tan primorosamente cuidada para que diera los mejores frutos.
Pero están también finalmente por otra parte aquellos a los que se había
confiado el trabajo de la viña para obtener sus frutos.
El primer
mensaje nos está hablando de esa solicitud paciente y amorosa de Dios que cuida de su viña como aquel propietario, que así
nos cuida y nos regala con su gracia. ‘La
entrecavó, la descantó y plantó buenas cepas’, que decía el canto de amor
del profeta por la viña de su amigo; que son por otra parte todos los cuidados
de aquel propietario preparando el terreno, plantando buenas cepas,
construyendo un lagar y la casa del guarda, rodeándola de una cerca. Los que
hemos estado relacionados con este mundo de la agricultura y en concreto de la
viticultura, bien por razones familiares o por vivir en zonas agrícolas
conocemos bien lo que son estos trabajos pero también el amor que ponen los
agricultores en estos trabajos del campo y podemos entender bien el sentido de
la imagen que se nos ofrece.
‘¿Qué más podía hacer yo por mi viña que no lo haya
hecho?’ se preguntaba el canto profético. ¿Qué
podía hacer Dios por nosotros que continuamente nos regala con su gracia
después que nos ha entregado a Jesús para enriquecernos con su salvación? El canto de amor del profeta por la viña de su amigo se convierte en lamentos y
congojas ante la respuesta negativa.
Es lo que
nos tiene que hacer pensar y es el segundo aspecto del mensaje. ¿Cuáles son los
frutos? ‘¿Por qué esperando que diera
uvas dio agrazones?’ Dios siempre está esperando pacientemente nuestra
respuesta. El profeta nos está hablando de que después de tanto amor que había
puesto por su viña y cómo la había cuidado con esmero, los frutos no fueron
buenos.
Pero con
la parábola contemplamos al tiempo la paciencia de Dios en la imagen del
propietario que envía a sus criados una y otra vez, aunque fueran maltratados
esperando poder recoger los frutos de aquella viña que tan cuidadosamente había
preparado, enviando incluso hasta su propio hijo. Tendría que hacernos pensar,
recapacitar para encontrar el camino por el que demos los frutos que el Señor
nos pide cuando nos ofrece tanto amor.
Pero está
también ese tercer aspecto al que hacíamos referencia al principio y que se nos
refleja más en la parábola del evangelio. Aunque se habla de la viña plantada
para obtener unos frutos, se incide más en el desarrollo de la parábola en
aquellos a los que se confió la viña para que la trabajasen y se pudieran
recoger unos frutos. Ya en la motivación de la parábola el evangelista nos dice
que ‘dijo Jesús a los sumos sacerdotes y
a los senadores del pueblo’.
Jesús en
la parábola hace poco menos que un resumen de la historia de la salvación del
pueblo de Dios. Una referencia clara a aquellos que en medio del pueblo de Dios
tenían la misión de ayudar al pueblo a mantenerse en la fidelidad de la
Alianza, en la fidelidad al Señor. Pero no fueron fieles, no rindieron los
frutos que esperaba el Señor, muchas veces rechazaron también a los hombres de
Dios, los profetas, que el Señor les enviaba, como finalmente terminarían
rechazando al Hijo de Dios.
Claro que cuando ahora nosotros escuchamos y
meditamos esta Palabra del Señor no nos vamos a quedar en pensar en los otros,
sino que tenemos que pensar en nosotros mismos. Esa viña del Señor Dios nos la
ha puesto en nuestras manos, porque es nuestra propia vida enriquecida con la
gracia, y de qué manera como hemos dicho, desde la que tenemos que ofrecer
frutos de santidad y de gracia que no siempre damos como es debido. Pero
pensamos también - y lo decimos al hilo de la parábola - en la responsabilidad
que todos tenemos de cuidar esa viña del Señor.
¿Qué
significa ese cuidar la viña del Señor? No somos ni podemos ser unos seres
pasivos en medio de la vida de la Iglesia en donde siempre estemos pensando lo
que vamos a recibir; todo lo contrario, esa gracia que Dios ha puesto en
nosotros nos obliga a preocuparnos de los demás, a tomarnos en serio con toda
responsabilidad lo que es la misión de la Iglesia y entonces nuestra misión en
medio de nuestro mundo. Así tenemos que asumir nuestros compromisos dentro de
la Iglesia y lo que es la vida de la comunidad cristiana. Es el puesto que cada
uno tiene dentro de la Iglesia y es todo lo que nosotros podemos y tenemos que
aportar para la vida de la Iglesia, para la propagación de la fe.
Hemos de trabajar
esa viña del Señor, que es también la responsabilidad que tenemos y hemos de
asumir en todas sus consecuencias para hacer que nuestro mundo sea mejor; un
mundo del que hemos de desterrar toda maldad y toda violencia; un mundo que
tenemos que hacer más solidario y con más corazón; un mundo en el que hemos de
trabajar más por la paz y la armonía en la convivencia de todas las personas
alejando discriminaciones, desterrando envidias y orgullos, ambiciones
materialistas que nos llevan a esa corrupción en todos los aspectos que vemos
en nuestra sociedad y que tanto nos duele.
Dios hizo
al hombre y al mundo bueno; recordemos las primeras paginas de la Biblia donde
vemos ese mundo hermoso y lleno de felicidad cuando se nos habla del jardín del
paraíso, y de lo que es imagen esa viña tan bien preparada de la que se nos
habla hoy en los dos textos; pero pronto lo hemos llenado de maldad, de
violencia, de recelos y resentimientos, de actitudes egoístas e insolidarias,
de robos y de injusticias; es lo que nos refleja la parábola con la actitud de
aquellos labradores que querían hacerse con la viña de su amo y en lo que
estamos viendo como en un espejo todo lo que sucede en el entorno de nuestro
mundo donde parece que no hay un día donde no nos despertemos con una nueva
noticia de maldades y de corrupciones.
Tenemos
que trabajar la viña del Señor que es nuestro mundo, pero de otra manera, desde
otra visión y sentido de lo que ha de ser un mundo mejor. Son los frutos de una
civilización del amor que será la que ofrezcamos a nuestro mundo desde ese
sentido y esos valores del Evangelio. Es la tarea comprometida que tenemos los
cristianos con nuestro mundo, desde la fe que tenemos en Cristo y nos hace cristianos
comprometidos. Y ¿cómo nos vamos a comprometernos en ese trabajo en la viña de
nuestro mundo si consideramos y vemos cuanto es el amor que el Señor nos tiene
y cómo nos cuida con su amor que hasta nos ha entregado a su Hijo para nuestra
salvación?
Muy hermosa apreciacion de este pasaje profético, digno de ser predicado en nuestras Iglesias para despertar el espíritu de la misma
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