Si nos tomáramos en serio lo de basar nuestras mutuas relaciones en una
amistad verdadera y en un auténtico amor de hermanos, qué distintos seriamos,
qué felices podríamos ser, qué mundo más hermoso estaríamos construyendo
Ezequiel 33, 7-9 Sal 94 Romanos 13,
8-10 Mateo 18, 15-20
Un centinela es algo más que un adorno bonito que pongamos en las
puertas de algún palacio importante para retrotraernos a otras épocas quizá más guerreras pero que en nuestra
imaginación hayamos llenado de romanticismo y poesía. El centinela es un
vigilante colocado en un lugar estratégico desde donde pudiera dar la alerta
ante cualquier peligro que pudiera atentar contra la población.
Siguen habiendo guardaespaldas y guardias de seguridad, pero hay mucho
más de eso que podamos ver con nuestros ojos. Hoy aunque les demos otros
nombres y otros aparentes cometidos esa vigilancia se realiza y con mucha
responsabilidad en muchos hilos, digámoslo así, que mueven el ritmo de nuestro
mundo. Serán vigilancias y alertas electrónicas o con otros medios más
sofisticados, pero siguen teniendo su función.
¿Por qué comienzo hablando de todo esto? El profeta que nos ofrece hoy
la liturgia en la primera lectura de la Palabra de Dios nos habla de ello. Pero
quiere darle un sentido más amplio y que va más allá del hecho de darnos unas
alertas ante algunos peligros materiales que pudieran afectarnos. Nos habla de
unos vigías que como profetas están para en nombre de Dios alertarnos del mal
en el que podemos caer, pero al mismo tiempo para señalarnos los caminos de luz
por los que hemos de transitar.
Es el vigía que alerta pero es la voz que nos trae la Palabra de Dios
que viene a iluminar nuestra vida. Es el vigía pero que también como un
arcángel Rafael viene a caminar con nosotros y acompañarnos en los caminos de
la vida, para ayudarnos a hacer esos caminos de luz y de amor que tendríamos
que recorrer en una fidelidad al Señor.
¿Una referencia a los que tienen una misión muy concreta dentro de la
comunidad cristiana para acompañarnos y ayudarnos a hacer el camino de la fe alertándonos
y previniéndonos con el anuncio de la Buena Nueva de salvación? Sí, es cierto,
pero creo que quiere decirnos algo más.
Es el camino que juntos hemos de hacer en la vida, pero en el que
todos tenemos que ser esos compañeros de camino los unos de los otros, y por
eso mismo aceptándonos y respetándonos sin embargo nos ayudamos cuando vemos
algo que nos puede hacer tropezar, o cuando dejamos manchar nuestra vida por
tantos lodos del camino que nos pueden hacer tanto daño.
Hoy Jesús en el evangelio nos está hablando de esa corrección de
hermanos que hemos de hacernos los unos a los otros precisamente en nombre de
ese amor que nos hace hermanos. Cuando nos amamos de verdad, cuando nos
sentimos hermanos nos ayudamos; no estamos al acecho a ver en que puede
tropezar el otro para echárselo en cara y tratar de hacernos nosotros los
justos. Eso no es amor de hermanos.
Como hermanos somos comprensivos con los demás, alejamos de nuestros
sentimientos el juicio y la condena, nos respetamos mutuamente conociendo
nuestra propia debilidad, nos tendemos la mano y nos ayudamos a superar
nuestros baches; aceptamos que nos ayuden a descubrir nuestros tropiezos en ese
afán y deseo de superación que siempre tenemos muy latente en nuestro corazón.
Hemos de reconocer, sin embargo, que es fácil decirlo pero hacerlo nos
cuesta más; y por una cosa muy sencilla, porque no siempre nos amamos de
verdad, somos auténticos en nuestro amor, y fácilmente aparecen en nuestro
interior los orgullos y las vanidades, y cuando nos podemos ver perjudicados
por los otros nos es difícil aceptarlo y actuar desde esos valores. Es nuestra
tarea, y en eso hemos de estar vigilantes sobre nosotros mismos para no nos inoculemos esos venenos de desconfianzas
y de orgullos, de resentimientos y de juicios, porque realmente nos haríamos
mucho daño a nosotros mismos.
Como decíamos al principio eso de ser centinela no es un adorno más o
menos romántico, sino que tiene que ser una actitud que tengamos primero que
nada con nosotros mismos, y luego también en nuestro amor por los demás
buscando siempre lo bueno para ayudarnos en lo mejor.
Como nos dice también hoy la carta de san Pablo a los Romanos ‘A nadie le debáis nada, más que amor; porque el
que ama a su prójimo tiene cumplido el resto de la ley’. Si nos tomáramos en
serio lo de basar nuestras mutuas relaciones en una amistad verdadera y en un
auténtico amor de hermanos, qué distintos seriamos, qué felices podríamos ser,
qué mundo más hermoso estaríamos construyendo.
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