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domingo, 10 de septiembre de 2017

Si nos tomáramos en serio lo de basar nuestras mutuas relaciones en una amistad verdadera y en un auténtico amor de hermanos, qué distintos seriamos, qué felices podríamos ser, qué mundo más hermoso estaríamos construyendo.

Si nos tomáramos en serio lo de basar nuestras mutuas relaciones en una amistad verdadera y en un auténtico amor de hermanos, qué distintos seriamos, qué felices podríamos ser, qué mundo más hermoso estaríamos construyendo

Ezequiel 33, 7-9 Sal 94 Romanos 13, 8-10 Mateo 18, 15-20
Un centinela es algo más que un adorno bonito que pongamos en las puertas de algún palacio importante para retrotraernos a otras épocas  quizá más guerreras pero que en nuestra imaginación hayamos llenado de romanticismo y poesía. El centinela es un vigilante colocado en un lugar estratégico desde donde pudiera dar la alerta ante cualquier peligro que pudiera atentar contra la población.
Siguen habiendo guardaespaldas y guardias de seguridad, pero hay mucho más de eso que podamos ver con nuestros ojos. Hoy aunque les demos otros nombres y otros aparentes cometidos esa vigilancia se realiza y con mucha responsabilidad en muchos hilos, digámoslo así, que mueven el ritmo de nuestro mundo. Serán vigilancias y alertas electrónicas o con otros medios más sofisticados, pero siguen teniendo su función.
¿Por qué comienzo hablando de todo esto? El profeta que nos ofrece hoy la liturgia en la primera lectura de la Palabra de Dios nos habla de ello. Pero quiere darle un sentido más amplio y que va más allá del hecho de darnos unas alertas ante algunos peligros materiales que pudieran afectarnos. Nos habla de unos vigías que como profetas están para en nombre de Dios alertarnos del mal en el que podemos caer, pero al mismo tiempo para señalarnos los caminos de luz por los que hemos de transitar.
Es el vigía que alerta pero es la voz que nos trae la Palabra de Dios que viene a iluminar nuestra vida. Es el vigía pero que también como un arcángel Rafael viene a caminar con nosotros y acompañarnos en los caminos de la vida, para ayudarnos a hacer esos caminos de luz y de amor que tendríamos que recorrer en una fidelidad al Señor.
¿Una referencia a los que tienen una misión muy concreta dentro de la comunidad cristiana para acompañarnos y ayudarnos a hacer el camino de la fe alertándonos y previniéndonos con el anuncio de la Buena Nueva de salvación? Sí, es cierto, pero creo que quiere decirnos algo más.
Es el camino que juntos hemos de hacer en la vida, pero en el que todos tenemos que ser esos compañeros de camino los unos de los otros, y por eso mismo aceptándonos y respetándonos sin embargo nos ayudamos cuando vemos algo que nos puede hacer tropezar, o cuando dejamos manchar nuestra vida por tantos lodos del camino que nos pueden hacer tanto daño.
Hoy Jesús en el evangelio nos está hablando de esa corrección de hermanos que hemos de hacernos los unos a los otros precisamente en nombre de ese amor que nos hace hermanos. Cuando nos amamos de verdad, cuando nos sentimos hermanos nos ayudamos; no estamos al acecho a ver en que puede tropezar el otro para echárselo en cara y tratar de hacernos nosotros los justos. Eso no es amor de hermanos.
Como hermanos somos comprensivos con los demás, alejamos de nuestros sentimientos el juicio y la condena, nos respetamos mutuamente conociendo nuestra propia debilidad, nos tendemos la mano y nos ayudamos a superar nuestros baches; aceptamos que nos ayuden a descubrir nuestros tropiezos en ese afán y deseo de superación que siempre tenemos muy latente en nuestro corazón.
Hemos de reconocer, sin embargo, que es fácil decirlo pero hacerlo nos cuesta más; y por una cosa muy sencilla, porque no siempre nos amamos de verdad, somos auténticos en nuestro amor, y fácilmente aparecen en nuestro interior los orgullos y las vanidades, y cuando nos podemos ver perjudicados por los otros nos es difícil aceptarlo y actuar desde esos valores. Es nuestra tarea, y en eso hemos de estar vigilantes sobre nosotros mismos para no  nos inoculemos esos venenos de desconfianzas y de orgullos, de resentimientos y de juicios, porque realmente nos haríamos mucho daño a nosotros mismos.
Como decíamos al principio eso de ser centinela no es un adorno más o menos romántico, sino que tiene que ser una actitud que tengamos primero que nada con nosotros mismos, y luego también en nuestro amor por los demás buscando siempre lo bueno para ayudarnos en lo mejor.
Como nos dice también hoy la carta de san Pablo a los Romanos ‘A nadie le debáis nada, más que amor; porque el que ama a su prójimo tiene cumplido el resto de la ley’. Si nos tomáramos en serio lo de basar nuestras mutuas relaciones en una amistad verdadera y en un auténtico amor de hermanos, qué distintos seriamos, qué felices podríamos ser, qué mundo más hermoso estaríamos construyendo.

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