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sábado, 15 de junio de 2013

Un corazón limpio y veraz es lo que agrada al Señor

2Cor. 5, 14-21; Sal. 102; Mt. 5, 33-37
‘A vosotros os basta decir sí o no’. Así nos dice Jesús. ¡Qué hermoso cuando una persona es creíble! No necesita nada más; sabemos que su palabra es siempre sincera, veraz; no necesitamos más argumentos ni pruebas. Es la persona que se muestra siempre y en todo con sinceridad, con sinceridad total. Se le puede creer. Se puede uno fiar.
Jesús nos dice que no nos es necesario nada más. De El también dijeron, llegaron a reconocer aunque les costaba hacerlo, que era veraz, porque en El no había engaño. Y es lo que nos pide Jesús para nuestra vida. Esas actitudes interiores sinceras sin doblez ni engaño, sin apariencias que traten de deslumbrar, mostrándonos siempre con autenticidad, es lo que el Señor quiere que tengamos en nuestro corazón.
Nos hemos comenzado a hacer esta reflexión que creo que nos viene bien a partir de esas palabras de Jesús pronunciadas con la ocasión del comentario que hace sobre el tema de los juramentos. ‘Yo os digo que no juréis en absoluto’, les dice. Era algo muy habitual entre los judíos pero Jesús quiere purificar muchas cosas y muchas costumbres, como nos sucede a nosotros también.
En el mandamiento del Señor está el no tomar el nombre de Dios en vano, y es ahí donde entra el tema de los juramentos. Cuando estamos jurando por cualquier cosa o ante cualquier afirmación que hacemos porque queremos que sea creíble, fácilmente estamos tomando el nombre de Dios en vano en un juramento que realmente es innecesario. Jurar es poner a Dios por testigo de la veracidad de aquello que decimos o de la promesa que hacemos como que la vamos a cumplir.
Claro que jurar con mentira, poniendo a Dios por testigo de una falsedad nuestra es grave pecado, el perjurio y eso tiene que estar siempre lejos de nosotros porque es una ofensa grave al santo nombre de Dios. Pero por otra parte creo que hemos de tener claro que el juramento habría que dejarlo para cosas o momentos que sean realmente importantes. Son las condiciones que siempre se nos ha enseñado en el catecismo que se han de tener para que con el juramento no ofendamos el nombre santo de Dios: Que sea verdadero, que sea justo y que sea necesario por la importancia del momento.
Hay personas que parece que no saben decir dos palabras seguidas sin que por medio haya un juramento para reafirmar la verdad de lo que están diciendo. ¿Será quizá porque son tan poco creíbles por la poca autenticidad y sinceridad que hay habitualmente en sus vidas por lo que creen necesario están haciendo juramento de cualquier cosa que afirmen para que se les pueda creer? A uno le entran algunas veces esas sospechas. Es por lo que Jesús ha terminado diciéndonos hoy que nosotros nos baste decir sí o no, y con la veracidad que hay en nuestra vida será suficiente para que se nos crea.
Como decíamos al principio qué hermoso cuando una persona es creíble, cuando nos hacemos creíbles ante los demás por la sinceridad con que vivimos nuestra vida, por la rectitud de nuestro obrar, por la autenticidad con que nos mostramos en todo momento. Es una persona trasparente, decimos, porque siempre estaremos apreciando la bondad de su corazón, la justicia de su obrar. Qué desagradable se nos hace una persona mentirosa, en la que notamos esa falsedad, esa poca sinceridad; y ya no son las palabras o afirmaciones que puedan hacer en un momento determinado, sino la actitud permanente que pueda haber en sus vidas.
En el evangelio vemos a Jesús condenar con palabras fuertes a esas personas que viven en esa doblez de su vida, en esa hipocresía de querer aparentar una cosa que realmente no están viviendo por dentro. Como le dirá a los fariseos, como tantas veces hemos escuchado, son como sepulcros blanqueados, por fuera muy limpios y muy relucientes de blancura, pero dentro lo que sabemos es que hay podredumbre.

Por eso lo mejor es un corazón limpio y sin maldad, un corazón sincero y sin doblez, una vida auténtica que busca siempre lo bueno y lo justo para todos. Que haya sinceridad en nuestra vida. El Espíritu del Señor nos llene de fortaleza para esa veracidad de nuestra vida. 

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