No olvidemos que la ley del Señor nos conduce a la plenitud
2Cor. 3, 4-11; Sal. 98; Mt. 5, 17-19
Hoy nadie quiere someterse a normas o leyes; pensamos
que nosotros sabemos lo que tenemos que hacer y que no nos haga falta que nadie nos diga lo que
hemos de hacer, como no nos gusta que
nos digan lo que es bueno o lo que no es bueno. Yo actúo según mi conciencia,
decimos, pero quizá eso de nuestra conciencia es simplemente nuestro yo
subjetivo sin referencia a ningún principio objetivo. Creo que somos muy subjetivistas
y nos convertimos nosotros en norma de nosotros mismos sin querer aceptar una
norma objetiva que nos ayude.
Pero eso nos pasa hoy y tenemos que decir que ha pasado
siempre. Cuando hay cualquier cambio de tipo social enseguida lo que se pretende
es que se nos quiten esas normas o leyes y a la larga caemos en una pendiente
peligrosa porque en nombre de nuestra libertad personal podemos estar
conculcando la libertad o los derechos que puedan tener también las otras
personas.
Creo que detrás de las palabras que le escuchamos a
Jesús hoy está una reacción o unos deseos en este sentido de muchos de los que
lo escuchaban. ‘No creáis que he venido a abolir la ley o los profetas, les
dice, no he venido a abolir sino a dar plenitud’. Y nos habla de que hasta lo
más pequeño o lo que nos parece menos importante tiene su valor y su
significado.
Ya sabemos que no es aceptar la ley por la ley. Ya nos decía
el apóstol en la carta a los corintios que Dios ‘nos ha capacitado para
servidores de una alianza nueva: no basada en pura letra, sino en el Espíritu,
porque la pura letra mata y, en cambio, el Espíritu da vida’. Por eso tenemos
que aprender a dejarnos conducir por el Espíritu del Señor para que alcancemos
esa plenitud de la que nos ha hablado Jesús que viene a darle a la ley del
Señor.
Los mandamientos no son un capricho de Dios, por así
decirlo. Son un camino, inscrito además en nuestros corazones en lo que
llamamos la ley natural, que conducen nuestra vida por esos caminos de
plenitud. Nunca el mandamiento del Señor daña o merma la libertad del hombre,
sino todo lo contrario. Nos está señalando el camino, un camino que si
respetamos nos hace felices a nosotros y ayudaremos a ser felices a cuantos nos
rodean, porque siempre el mandamiento del Señor lo que busca es el bien y la
felicidad del hombre, de toda persona.
No somos esclavos de la ley, sino que siguiendo ese
mandamiento del Señor y dejándonos conducir y además fortalecer por el Espíritu
divino nos hace más libres, nos hace más felices, y en ese respeto que surge
hacia los demás, que con el mandato de Jesús además se convierte en amor,
haremos un mundo mejor, un mundo donde reine la felicidad y la paz, porque
reinará la justicia y el bien de toda persona. Es precisamente por esos caminos
del amor por donde Jesús nos quiere llevar a la plenitud.
Pero ya sabemos que se nos mete por dentro el orgullo
en nuestro corazón que nos incita a la rebeldía, a creernos dioses de nosotros
mismos y al tiempo en dioses y señores de los demás porque terminaremos queriendo
a la larga imponer lo nuestro a cuantos nos rodean.
Recordemos cómo allá en la primera página de la Biblia
ya aparece esa tentación al hombre, la tentación al orgullo, a rebelarse y no
querer reconocer lo que el Señor había señalado para el hombre; recordemos que
el tentador le dice a Eva que serían dioses si comían del fruto de aquel árbol.
Queremos ser dioses; no queremos nunca que nada ni nadie esté por encima de
nosotros y por eso tanto nos cuesta aceptar lo que es la voluntad del Señor
olvidando qué es lo que realmente Dios quiere para el hombre.
Desde el reconocimiento del Dios que nos ama y siempre
quiere lo mejor para nosotros buscamos y aceptamos su voluntad siendo
conscientes de que buscaremos la gloria del Señor cuando buscamos el bien del
hombre, de todo hombre, de toda persona que está a nuestro lado. Que el
Espíritu del Señor nos ilumine para que comprendamos de verdad lo que es la
voluntad del Señor y dejándonos conducir por el Espíritu hagamos esos caminos
de plenitud a los que estamos llamados, caminos siempre para la gloria del
Señor.
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