El Espíritu del Señor nos dé fuerza para arrancarnos de ese torbellino de la tentación que nos lleva al pecado
Eclesiástico, 47, 2-13; Sal. 17; Mc. 6,14-29
Como hemos venido escuchando al seguir el relato del
evangelio de Marcos ‘la fama de Jesús se
había ido extendiendo’ y la gente, al ver las obras de Jesús pero también
al escuchar sus palabras que les enardecían por dentro, y que al mismo tiempo
les abrían a la esperanza de algo nuevo que llegaba, se preguntaba sobre Jesús. ‘No hemos visto cosa igual’, decían en
ocasiones, y pensaban que un profeta había aparecido en medio de ellos. ¿Era
Elías que volvía? ¿Era Juan Bautista que había resucitado?
Era lo que se preguntaba Herodes también, pues la
conciencia no la tenía tranquila. ‘Es
Juan, a quien yo decapité, que ha resucitado’, se decía. El evangelista ha
hecho esta introducción sobre lo que la gente se preguntaba o pensaba de Jesús,
para introducirnos en el martirio de Juan, que nos narra con todo detalle. Lo
hemos escuchado.
Una espiral de maldad y de muerte podríamos decir que
es su descripción. Y es lo que nos puede suceder cuando dejamos introducir el
mal en nuestro corazón. Quizá comenzamos aflojándonos un poquito en cosas que
no nos parecen importantes, pero una cosa nos lleva a la otra y caemos y nos
enrollamos en esa espiral de muerte.
Es curioso que el evangelista nos diga que ‘Herodes respetaba a Juan, sabiendo que era
un hombre honrado y santo, y hasta lo defendía’. Pero no escuchaba a Juan
sino se dejaba arrastrar por la pasión que le conducía al mal. Juan le decía
que no le era lícito hacer lo que estaba haciendo, que era inmoral aquella
forma de vivir en la que se había casado con Herodías que era la mujer de su
hermano Felipe, pero se hacía oídos sordos a la palabra que le señalaba aquello
que tenía que corregir en su vida. Cuantas veces nos pasa que nos hacemos oídos
sordos cuando nos señalan algo que no estamos haciendo bien. Por medio estaba
el odio de quien no quería reconocer la vida de pecado en que vivía. ‘Herodías aborrecía a Juan y quería
quitarlo de en medio y no acababa de conseguirlo’.
Ya hemos escuchado como llegó la ocasión y la debilidad
de un hombre que se creía poderoso condujo a la muerte de Juan. Reconocer
nuestras debilidades es un buen momento para emprender el camino que nos
corrija de nuestros errores. Pero el orgullo, como los afanes de grandeza de
Herodes que se creía poderoso, el amor propio o los respetos humanos nos ciegan
tantas veces y seguimos cayendo por esa pendiente del pecado.
Nos sería muy fácil en nuestro comentario quedarnos en
condenar a Herodes por su depravación y vida de pecado. Pero cuando nosotros escuchamos la Palabra de Dios
tenemos que saber escuchar lo que el Señor quiere decirnos, cómo quiere
iluminarnos en nuestra vida, porque también tenemos nuestras oscuridades y
debilidades. Tenemos que aprender a abrir bien los oídos del alma para escuchar
al Espíritu del Señor que nos habla en nuestro interior, y al que muchas veces
no terminamos de hacer caso. Por eso nos es necesario el escuchar con atención,
con espíritu de fe la Escritura Santa que va iluminando nuestra vida y así poco
a poco iremos corrigiendo nuestros errores, fortaleciéndonos frente a nuestras
debilidades, sintiendo la gracia de Dios en nuestra alma para superar la
tentación y el pecado y en verdad lleguemos a vivir una vida santa.
Sintamos desde la fe cómo Jesús llega a nuestra vida y
viene como Salvador que nos quiere hacer resucitar de nuestra vida de muerte y
de pecado. Quizá podríamos decir, bueno, no somos tan malos; hay, es cierto,
algunos tropiezos y debilidades en nuestra vida, pero quizá no son tan grandes
ni importantes. Ya decíamos antes como la pendiente que nos lleva al pecado es
bien resbaladiza y cuando comenzamos a bajar por ella, luego nos costará
pararnos, detenernos y todo se puede convertir en esa espiral en que cada vez
nuestras debilidades se pueden hacer más grandes, la frialdad y la indiferencia
se nos pueden meter en el corazón y al final terminamos en las sombras del
pecado.
Es la vigilancia que el cristiano siempre ha de tener
en su vida. No es solo que repitamos cada día en el padrenuestro ‘no nos dejes caer en la tentación’,
sino que nosotros hemos de saber evitar esa ocasión que nos conduzca a la
tentación y al pecado. Pedimos, sí, la ayuda y la gracia del Señor pero
poniendo de nuestra parte todos los medios para evitar la ocasión de pecado.
Que el Espíritu del Señor nos dé fuerza para arrancarnos de ese torbellino de
la tentación y vivamos con gozo siempre la gracia del Señor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario