Que el Espíritu nos ilumine el corazón para poner toda nuestra fe en Jesús, como nuestro Salvador
2Sam. 24, 2.9-17; Sal. 31; Mc. 6, 1-6
Admiración, sí, por una parte, pero también
desconfianza, que se traducirá finalmente en una falta de fe. Así podríamos resumir
en pocas palabras la actitud de las gentes de Nazaret ante la presencia y la
palabra de Jesús. Terminará diciéndonos el evangelista que ‘se extrañó de su falta de fe’.
Vuelve Jesús a su tierra, Nazaret, ‘en compañía de sus discípulos’. Y como venía haciendo allá por
donde iba, ‘cuando llegó el sábado,
empezó a enseñar en la sinagoga’. El evangelista Lucas es más explícito en
lo que fue la predicación de Jesús en la sinagoga de Nazaret. Fuera una cosa u
otra, era el anuncio del Reino de Dios lo que Jesús hacía. Y como había
sucedido en otros lugares ‘la multitud
que lo escuchaba estaba asombrada’.
Pero el asombro y la admiración aquí tienen una
connotación especial. Allí se había criado Jesús. Era el hijo del carpintero;
por allí andaban sus parientes - sus hermanos, como era la expresión que se
empleaba para referirse a la familia -; todos lo conocían. Por eso su asombro
era preguntarse de donde sacaba Jesús toda aquella sabiduría con que les
enseñaba. Quienes lo habían visto allí de niño y juntos habían crecido y
madurado, ahora se preguntan también por los milagros que hace. No terminan de
entender. Lo resume el evangelista: ‘Desconfiaban
de El’.
A nosotros nos puede parecer extraño esa actitud y esa
reacción, porque nosotros ya siempre vemos a Jesús como el Hijo de Dios que es
nuestro Salvador; y aunque sabemos que es hombre verdadero, no quitamos de
nuestra mente lo que es nuestra fe para reconocer en Jesús también al Hijo de
Dios. Pero aquellas gentes solamente veían lo que tenían delante de sus ojos; a
Jesús lo habían conocido de siempre, como el hijo del carpintero que también en
su juventud y hasta hace poco realizaba también ese trabajo y profesión. Les
cuesta entender; les cuesta ir más allá para abrir los ojos a la fe y descubrir
realmente quién es Jesús. Por eso surge esa desconfianza que se traduce en
falta de fe.
Abrir los ojos de la fe a veces a nosotros también nos
cuesta. Hacer trascender nuestra vida para ir más allá de lo que ven los ojos
de la cara no siempre es fácil. Llegar a una fe madura que sienta admiración
por el misterio pero que llene también de confianza el corazón para descubrir y
sentir la presencia de Dios con nosotros hay ocasiones en que se nos puede
hacer difícil. Muchas veces queremos darnos explicaciones o encontrar explicaciones
para todo. Y pueden surgir preguntas en nuestro interior para las que no
encontramos fácil respuesta.
Y, o nos hacemos crédulos para ciegamente dejarnos
llevar por explicaciones maravillosas, o nos cerramos en banda ante ese
misterio maravilloso de Dios y se
cierran entonces los ojos de la fe. Y hemos de saber encontrar el camino para
esa fe madura, que profundizando en el evangelio nos haga comprender desde la
fe ese misterio del Dios que llena y que inunda nuestra vida y que nos hace
comprometernos en un camino nuevo de fe y de amor. Un camino que pasa por Jesús
y su evangelio; un camino que no nos hace caminar como ciegos sino que nos
ayuda a darle una mayor profundidad a nuestra vida; un camino que no se queda en cosas mágicas y
misteriosas desde una religiosidad que está poco fundamentada en la Buena Nueva
de Jesús.
Hay mucha gente que se dice espiritual y que utiliza
incluso signos religiosos cristianos - como puedan ser el agua bendita, la cruz
o las imágenes religiosas -, pero cuya espiritualidad está muy lejos del
sentido de Jesús y la verdadera salvación que Jesús viene a ofrecernos. No son
esos signos religiosos cristianos para utilizarlos de esa manera mágica como
algunos quieren hacer, sino que siempre tendrán que hacer referencia al
misterio de Cristo y al misterio de la gracia que llega a nuestra vida por los
sacramentos.
Necesitamos leer mucho el evangelio para poder
impregnarnos de la verdadera espiritualidad de Jesús, porque no son fuerzas
extrañas las que dominan nuestra vida, sino que de quien tenemos que dejarnos
guiar es del Espíritu Santo que nos prometió Jesús, que nos hará conocer la
verdad plena de Dios y todo el misterio de Cristo, y que nos hará caminar por
los verdaderos caminos de la santidad y de la gracia de Dios. Tenemos que darle
verdadera profundidad cristiana, y decir cristiana es decir desde el sentido de
Cristo, a toda nuestra vida.
Que el Espíritu del Señor nos ilumine el corazón para
que lleguemos en verdad a reconocer a Jesús como nuestro Señor, a poner toda
nuestra fe en El, y a seguir siempre los caminos del evangelio.
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