Jesús nos envía a hacer el anuncio del Reino no solo con palabras, sino con
el testimonio de nuestras obras
Gén. 41,55-57; 42, 5-7.17-24ª; Sal 32; Mateo 10,1-7
‘Llamando a sus doce
discípulos, les dio autoridad para expulsar espíritus inmundos y curar toda
enfermedad y dolencia… y los envió Jesús con estas instrucciones… Id y
proclamad que el reino de los cielos está cerca…’
Un anuncio con obras y palabras,
el Reino de Dios está cerca. Entre todos los discípulos que le siguen Jesús
ha escogido a Doce – el evangelista nos da la lista de los Doce – que van a ser
sus especiales enviados, que van a ser piedra y fundamento de la nueva
comunidad. Han de anunciar el Reino, pero lo han de hacer con el testimonio de
sus obras. Expulsar espíritus inmundos, curar toda enfermedad y dolencia son
signos, valga la redundancia, de mucho significado.
El mal nos oprime, atenaza el corazón
del hombre; estamos llenos de sufrimientos que no solo son las enfermedades de
nuestro cuerpo; son muchas las cosas que nos hacen doler el alma. Cuando deja
de reinar el amor en el corazón del hombre perdemos humanidad; y si no sabemos
ser humanos los unos con los otros nos dañamos, nos malqueremos; surgen los
orgullos y nos envuelve la insolidaridad, aparecen las envidias que nos corroen
interiormente y va floreciendo la violencia de todo tipo; cada uno lucha solo
por lo suyo y todos los demás van a ser contrincantes y enemigos; destrozamos
nuestras vidas, destrozamos nuestro mundo. Ya no es Dios con su amor el que
centra el corazón del hombre, sino que nos convertimos en dioses de nosotros
mismos.
El anuncio del Reino de Dios ha
de significar el transformar todo ese mundo de dolor en un lugar de felicidad;
es el camino que nos lleva al encuentro, a la compasión y a la misericordia; es
el camino que nos transforma desde el amor porque nos hace más justos y más
solidarios; es un camino donde hay sinceridad en la vida y desterramos toda
vanidad y toda hipocresía; es un camino que nos lleva a ser más humanos los
unos con los otros y a amarnos de verdad porque nos sentimos hermanos.
Mientras no logremos hacer un
mundo mejor, donde haya entendimiento y haya paz, no podemos decir que el Reino
de Dios está presente; la concordia, la cercanía, la búsqueda de la felicidad
de los otros, la solidaridad que nos lleva a compartir hasta ser capaces de
desprendernos de todo lo nuestro para dar vida al otro serán señales de que
vamos construyendo de forma autentica ese Reino de Dios.
Triste sería que nos llamemos
cristianos, seguidores de Jesús, y no nos amemos, nos hagamos la guerra los
unos a los otros, no seamos capaces de perdonarnos, de comprendernos, de
aceptarnos. Estaríamos lejos del Reino de Dios. Triste es que siga habiendo
discriminaciones entre nosotros, que no se muestre verdaderamente una iglesia de
misericordia, porque aun no seamos capaces de ofrecer la misericordia y el perdón
a todos, porque seguimos rehuyendo a ciertos pecadores y no se tenga la misma
comprensión con todos.
Algunas veces pareciera que la
iglesia se dejara contagiar por los criterios del mundo en sus juicios, en sus
maneras de actuar y se dejara influir demasiado por lo que digan o pueda
decirse en los medios de comunicación. No siempre damos la imagen de la Iglesia
misericordiosa de Jesús, aunque proclamemos con muchas palabras eso de la
misericordia. No todos sienten esa misericordia de la iglesia en sus vidas y se
sienten apartados y discriminados.
Jesús nos envía a hacer el
anuncio del Reino no solo con palabras, sino con el testimonio de nuestras
obras. Mucho quizá tendríamos que revisarnos.
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