Los miedos y temores no son buenos consejeros porque nos llenan de negruras y pesimismos y la confianza en el Dios que nos ama nos ayuda a asumir el riesgo de seguir a Jesús
Génesis
49,29-32; 50, 15-26ª; Sal 104;
Mateo 10,24-33
Demasiadas veces en la vida actuamos movidos por el temor al que
dirán, la opinión que puedan tener los demás o la imagen que nosotros demos,
por el temor a lo que nos pueda pasar o a los imprevistos de la vida que nos
van surgiendo y que algunas veces nos la pueden complicar.
Es cierto que hemos de estar preparados ante lo que nos pueda suceder,
pero no es necesario que andemos siempre con el miedo en el cuerpo, porque con
ello parece que nos llenamos de negruras y pesimismo. Hemos de cuidar, es
cierto también, la imagen de rectitud que tenemos que dar pero no por las
apariencias de la vida, sino por la autenticidad en que vivimos y entonces no
nos tenemos que preocupar tanto por lo que puedan pensar los demás.
Los miedos y temores no son buenos consejeros, aunque nunca nos
faltaran en el camino de la vida, porque todo lo que sea incertidumbre y riesgo
de alguna manera nos hace temer. Sin embargo con valentía y sin temores deberíamos
aprender a enfrentarnos en la vida, y cierto riesgo hemos de asumir tomando
iniciativas en la búsqueda de lo que sea siempre lo mejor. Cuando tenemos una
meta, unos deseos hondos en el corazón de algo bueno que ansiamos, no tenemos
que dejarnos envolver por esos temores, ni estar tan pendientes de lo que los demás
puedan pensar. El conservadurismo que nos lleva a una rutina de la vida nos
envuelve muchas veces en esos temores.
Por tres veces nos dice hoy Jesús en el corto texto que nos propone la
liturgia que no tengamos miedo. Nos lo está diciendo en orden a ese camino que
emprendemos cuando en verdad queremos seguir sus pasos. Ya nos anuncia que no serán
caminos fáciles, porque, además de todo lo que nos cueste nuestra superación
personal, sabemos que vamos a tener muchas cosas en contra, entre ellas los
comentarios, las burlas y sarcasmos, y hasta las persecuciones que podamos
sufrir por parte de tantos que nos rodean.
Nos dice incluso que no temamos a quienes nos puedan quitar la vida de
nuestro cuerpo. Hay algo que vale mucho más que esa vida terrena, hay unos
valores profundos y de gran altura por los que merece la pena luchar, la
entrega que podamos hacer de nosotros mismos a favor de los demás vale mucho
mas que los reconocimientos humanos o alabanzas falseadas que podamos recibir
de quienes saben solo de adulación y de vanidades.
Y nos invita sobre todo a poner nuestra confianza en Dios que nunca
nos dejará de su mano. Con Dios podemos sentirnos seguros, porque tenemos
siempre su amor que no nos falta. Es nuestro Padre que nos cuida, que se
preocupa de nosotros, que nos regala con su amor, que enriquece continuamente
nuestra vida con su gracia. De ahí la valentía y seguridad con que hemos de
sentirnos en el testimonio de nuestra fe que tenemos que saber dar en todo
momento. Es algo que no podemos ocultar, más bien, es algo que tiene que
brillar con especial resplandor en nuestra vida, porque sentimos el gozo de la
fe, sentimos el gozo del amor de Dios que está en nosotros.
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