Los que creemos y seguimos a Jesús tenemos que ser siempre mensajeros e instrumentos de paz en medio de un mundo de violencias y de agobios que nos rodea
Génesis
44, 18-21. 23b-29; 45, 1-5; Sal 104; Mateo 10,7-15
Hay personas con las que realmente uno se siente a gusto; nos
trasmiten pan, serenidad, a su lado parece como si el mundo se detuviera y
todas las cosas fueran bellas, como si estuviéramos rodeados de flores o
envueltos en suave y rica fragancia. Son las personas que llevan paz en su
alma, quizá han pasado por muchas luchas en la vida pero han sabido encontrar esa
serenidad para su espíritu que se exhale de ellos como suave fragancia. En un
mundo de carreras y de violencias, allí todo es serenidad, se acaban las
prisas, la conversación pausada nos llena el alma, las turbulencias de los
problemas de la vida parece que se alejan. Da gusto encontrar personas así;
algunas veces nos cuesta encontrarlas, pero cuando las encontramos estamos
hallando el más hermoso tesoro.
No sé si sentiremos envidia – una envidia sana – de esas personas,
pero nos gustaría ser igual. Es más, tendríamos que decir, es que hemos de ser así
los que creemos en Jesús. Si hemos puesto nuestra fe en Jesús y nos hemos
dejado cautivar el alma, eso seria lo que tendríamos que trasmitir. Pero ya se
que no siempre sabemos hacerlo, que muchas veces parece que puede más en
nosotros la violencia de la vida, que nos dejamos arrastrar por esas
turbulencias de los problemas que nos van apareciendo que parece que nos vemos
enrollados y atraídos por ese torbellino y no llegamos a tener esa paz.
Es lo que Jesús les está pidiendo a sus discípulos cuando los envía
por el mundo a anunciar el Reino de Dios. Han de saber desterrar del mundo toda
violencia y todo mal, todo tipo de sufrimiento y todas las angustias del alma,
porque que cuando anunciamos el Reino de Dios estamos queriendo hacer que Dios
sea en verdad el centro de nuestra vida, el único centro.
Son las recomendaciones que hace Jesús cuando manda curar enfermos o
expulsar demonios, cuando les pide que el primer mensaje que lleven a cualquier
casa que entren, o a cualquier persona con la que se encuentren ese sea el
mensaje de la paz. Hemos de llevar esa paz con nosotros, porque hemos de
sentirnos llenos del espíritu de Jesús, y con la fuerza de ese espíritu hemos
de trasmitir esa paz a los que nos rodean.
Ya sabemos que algunos no la aceptaran porque querrán seguir viviendo
en sus violencias o en sus agobios, pero
ese ha de ser el mensaje que nosotros hemos de llevar. Y como decimos siempre,
no han de ser solo palabras que pronunciemos, sino algo profundo que
trasmitamos desde lo más hondo de nosotros mismos.
Busquemos esa paz, busquemos llenarnos, dejarnos inundar por el
Espíritu de Jesús. Seamos siempre personas de paz. Seamos instrumentos de paz.
Vayamos poniendo esa paz en ese mundo de odios, de desequilibrios, de
violencias, de injusticia, de insolidaridad que está tan lleno de guerras de
todo tipo.
Tenemos que ser siempre los mensajeros de la paz. Eso es lo que
tenemos que trasmitir con nuestra vida. Que los demás sientan también deseos de
vivir esa paz que nosotros queremos trasmitir.
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