Buscamos
seguridades, acumulamos y nos llenamos de cosas, nuestras alforjas tan pesadas
nos impiden caminar, miremos con mirada distinta lo que somos para un sentido
nuevo
Eclesiastés 1, 2; 2, 21-23; Sal 89;
Colosenses 3, 1-5. 9-11; Lucas 12, 13-21
¿Buscamos
seguridades en la vida? Pues, sí. Nos queremos construir un futuro y nos
preparamos. Queremos tener una seguridad para nuestra vida y para nuestra salud
en el futuro, y por un lado nos cuidamos, pero también hacemos nuestras
previsiones para que tengamos de donde echar mano cuando lo necesitemos, cuando
la salud se nos resquebraje, o cuando ya no seamos capaces de conseguir unos
medios por nosotros mismos. Es lógico, es normal, que busquemos esa seguridad,
busquemos esos apoyos en los que sustentar nuestra vida.
Pero, ¿en qué
sustentamos nuestra vida? Aquí viene una pregunta importante, porque según sea
nuestra respuesta o nuestro planteamiento veremos de qué seguridades estamos
hablando. ¿Solo es cuestión de unos bienes materiales? ¿Y donde está nuestra
relacion con las personas? ¿Cuál es el valor que le damos a la persona? ¿Cuál
es el valor que le damos a las personas con las que convivimos y hacemos
camino?
Vienen los
peligros en los planteamientos; vienen las vanidades que se convierten en
oropeles de los que nos rodeamos pero que nada valen; vienen esas otras
apetencias y ambiciones que nos pueden hacer soñar en pedestales, que no tienen
base; viene el que estemos más atentos a nuestras cuentas del banco que del
valor de la persona que somos o del valor de esas personas que nos rodean y con
las que caminamos.
Nos podemos
cegar, podemos perder el rumbo, podemos encontrarnos arenas movedizas bajo
nuestros pies y perder todas aquellas seguridades donde habíamos apoyado
nuestra vida. ¿Qué es lo que buscamos que pueda hacernos realmente grandes? Podríamos
pensar en el prestigio o en el poder; ese relumbrón que nos hace famosos porque
un día quizás hicimos algo que parecía que salía de lo normal, esa buena
consideración que los demás puedan tener de nosotros, o las apariencias tras
las que ocultamos la realidad de nuestra vida muchas veces vacía. ¿Cuáles son
los verdaderos valores por los que luchamos y nos esforzamos? ¿Qué es lo que
realmente va a hacer grande a la persona? ¿Por qué seguimos en la vida dándonos
codazos y traspiés los unos a los otros por estar un punto más alto que el que
está a nuestro lado?
El evangelio que hoy escuchamos parte
de unas peticiones que un buen hombre vino a hacerle a Jesús; los problemas de
las herencias que tantas familias rompen. ‘Maestro, dile a mi hermano que
reparta conmigo la herencia’. La respuesta de Jesús no tiene desperdicio.
‘¿Quién me ha nombrado juez o árbitro entre vosotros?... Guardaos de toda clase
de codicia, pues, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes’. ¿De
qué hacemos depender la vida? ¿Cuáles son nuestras seguridades? Nos hemos
venido preguntando a lo largo de nuestra reflexión.
Y nos propone Jesús la parábola de
aquel hombre rico que obtiene una buena cosecha que le hace engrandecer sus
graneros y bodegas de manera que ya parece que se siente satisfecho para
siempre porque ya no tendrá que trabajar. En otra ocasión nos dirá Jesús que de
qué nos vale ganar todos los tesoros y poderes del mundo, si perdemos la vida. En
el caso de la parábola aquel hombre que se pensaba que ya iba a vivir bien para
siempre, aquella noche le llegó la hora de la muerte. ¿De quien será todo
aquello que había acumulado?
Sí, ¿de qué nos valen tantas cosas que
vamos acumulando en la vida? Miremos nuestras alforjas tan pesadas que ya no
nos dejan ni caminar. Miremos lo que tenemos y cuan preocupados andamos por
guardarlo y que nadie nos lo pueda quitar o robar. Miremos lo que vamos
guardando y ni siquiera sabemos disfrutarlo, pero que vendrá un día que ya no
lo podamos usar y se va a quedar para trapo de limpieza. Miremos todas esas
vanidades de las que hemos llenado la vida y démonos cuenta del vacío que sin
embargo sentimos por dentro porque nada nos satisface ni nos llena. Y así
cuantas preguntas tendríamos que irnos haciendo.
Miramos las cosas que tenemos, los
adornos que nos llenan de vanidad, aquellos poderes o sabidurías que decimos
poseer, pero ¿nos fijamos en las personas que están a nuestro lado? ¿Seremos
capaces de detenernos para saludar y para escuchar? ¿Cómo es nuestra vida?
pasamos al lado de los demás y no sabemos cual es el color de sus ojos, porque
nunca les miramos cara a cara. Seguimos de largo con nuestras prisas por los
caminos de la vida porque vamos a entretenernos no se con cuantas cosas tenemos
a mano, pero no somos capaces de distinguir la lágrima que rodaba por la
mejilla de esa persona que está a tu lado. Estamos pendientes de no sé cuantos
ecos de sociedad y comidillas de esos personajes que se dicen famosos y cuya
vida con todas sus trampas está en boca de todos, pero no somos conscientes de
los dramas que pudiera haber tras la puerta de al lado.
¿Cuáles son las cosas importantes a las
que tenemos que prestarle atención en la vida? ¿Cuáles son las cosas que nos
darán verdadero valor a nuestra existencia?
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