Démosle
gracias a Dios que nos sigue amando y contando con nosotros, sigue tendiéndonos
la mano para sigamos en su camino, aunque los hombres quieran apartarnos
Jeremías 31,31-34; Sal 50; Mateo 16,13-23
Algunas veces nos echamos en cara que
no siempre somos lo suficiente congruentes entre cosas que decimos en un
determinado momento, en unas circunstancias quizás especiales, y lo que luego
hacemos o decimos con el paso de los días o ante nuevas situaciones que se nos
pueden presentar. Esa congruencia muchas veces es difícil o quizás lo que nos
parece incongruente no lo es tanto.
Tenemos
momentos de fervor y entusiasmo y en ese momento quizás todo nos pueda parecer
maravilloso, pero cuando vemos la realidad que no todo es tan fácil, quizás nos
comienzan las dudas o queremos hacer nuestros arreglos o apaños. Forma parte de
nuestra condición humana, que iremos madurando en la medida en que quizás la
misma vida nos enseñe o las experiencias por las que pasemos nos den esa
madurez.
Si prestamos
bien atención al evangelio que hoy se nos ofrece podríamos ver cosas así
incluso en el mismo Pedro, que en principio recibirá buenas alabanzas de Jesús.
Están caminando casi en el límite de Palestina y son momentos de mayor
tranquilidad en la actividad del propio Jesús; por eso aprovechará para tener
conversación como más íntima con sus discípulos y son los momentos que en especial
a ellos les abre a los misterios del reino de Dios.
Surgirá ese
hermoso diálogo en que Jesús pregunta por lo que ellos escuchan a la gente
decir de Jesús. Es curioso, solo dirán cosas podríamos llamarlas positivas,
porque le responden que la gente piensa de Jesús que es un profeta como los
antiguos, o como Juan el Bautista que todos han conocido; resaltan la
admiración que la gente sencilla siente por Jesús, pero no harán mención lo que
los fariseos y los principales del pueblo pensaban de Jesús, de todos era
sabido su rechazo.
Pero Jesús
quiere algo más, quiere la opinión de ellos. ‘Vosotros, ¿Quién decís que soy
yo?’ La pregunta ahora es más comprometedora, porque tendrán que definirse
con lo que ellos mismos piensan; pero allá está Pedro, el que salta siempre el
primero, para proclamar que Jesús es el Mesías que había de venir. Y Jesús lo
acepta, y le dirá que si ha sido capaz de
decir eso es porque se ha dejado conducir por Dios. ‘Eso no te lo ha
revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos’. Y
lo llama dichoso por hacer esa confesión, y le anunciará la misión que un día
Pedro ha de tener en medio de esa nueva comunidad. ‘Eres Pedro y sobre esta
piedra edificaré mi Iglesia’.
Pero aquí tenemos que observar las
variaciones que en nosotros los hombres suele haber tantas veces. Comenzará
Jesús a hablar que el Hijo del Hombre ha de padecer, que incluso sería
ejecutado pero resucitaría al tercer día, y ya Pedro no entiende ni puede aceptar
esas palabras y esos anuncios de Jesús. ‘¡Lejos de ti tal cosa, Señor! Eso
no puede pasarte’, le dice Pedro y Jesús lo rechazará porque está convirtiéndose
en un ángel tentador para El, y porque ahora no está pensando según el pensar
de Dios sino según el pensar de los hombres.
¿Incongruencias de Pedro? ¿Dudas en su
corazón? ¿Cosas que nos cuesta aceptar sobre todo cuando se vuelven duras para
uno? Lo que nos pasa a nosotros tantas veces. Nos aparecen los miedos y las
cobardías, nos aparecen nuestras debilidades y nuestras inconstancias. Será el
Pedro que está dispuesto a llevar una espada a Getsemaní para defender a Jesús,
pero que pronto lo abandonará y lo negará ante las preguntas de unos criados
que podrían ponerle a prueba a él también.
Nuestras dudas, nuestros momentos de
fervor entremezclados con nuestros momentos de debilidad. Pero, hay una cosa
que hemos de tener clara, Dios sigue confiando en nosotros. Entre nosotros nos
echamos en cara nuestras incongruencias y nuestras debilidades y decimos éste
no vale para eso porque es muy débil o muy inconstante, porque no es capaz de
mantener un ritmo de fidelidad o no sabe corregirse a tiempo. Y vamos apartando
a tantos del camino porque no nos parecen perfectos ni idóneos. Pero los ritmos
de Dios son otros, el sentir de Dios es de otra manera, la manera de pensar de
Dios y de manifestar su misericordia es totalmente distinta a nuestros
criterios humanos.
Démosle gracias a Dios que nos sigue
amando, sigue contando con nosotros, sigue tendiéndonos la mano para sigamos en
su camino, aunque los hombres quieran apartarnos.
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