Hemos de ponernos en camino de subida con Jesús a Jerusalén
alejándonos de los criterios humanos y dejándonos iluminar por los valores del
evangelio
Jeremías 20, 7-9; Sal 62; Romanos 12, 1-2;
Mateo 16, 21-27
Ya quisiéramos
nosotros que la vida transcurriera sin sobresaltos, vivida con toda serenidad,
todo fluyera como una balsa de aceite. Queremos paz, queremos ser felices,
queremos que todo marche bien. Pero cuando todo va marchando como sobre ruedas
bien lubrificadas para seguir con la imagen del aceite, pero alguien nos
recuerda que no siempre todo va a ser así, que tenemos que prepararnos porque
pueden venir tiempos difíciles, no nos lo creemos, lo llamamos pájaro de mal
agüero, y queremos quitarnos esos pensamientos de la cabeza. Pero siempre
sinceros nos damos cuenta que la vida no está exenta de luchas y violencias, de
contratiempos y de momentos en que todo se nos puede poner en contra.
Nos sucede en lo que
es la vida de cada día con sus luchas y tormentas, aunque tengamos también
muchos momentos de paz y de concordia, que todo hay que reconocerlo, pero nos
sucede en nuestra vida espiritual, en nuestros buenos deseos de vivir una buena
vida cristiana, y ya desearíamos tiempos como de cristiandad donde parecía que
todo le marchaba bien a la Iglesia como si fuera de triunfo en triunfo. Algunas
veces los mayores nos ponemos a añorar otros tiempos que nos parecía que las
cosas eran más fáciles y en que creíamos que todos teníamos una fe igual, pero quizás
subterráneamente las cosas no estaban marchando con esa imagen idílica que nos habíamos
creado en nuestros sueños.
Y esto nos sucede, por
ejemplo en este ámbito de la religión y de la Iglesia, porque quizá no hemos
terminado de saber leer bien el evangelio teniendo muy presente todo lo que Jesús
allí nos enseña. Hoy lo vemos en concreto en el texto que se nos ofrece en este
domingo.
Parecía que todo era
muy bonito; venían de allá casi a las afueras de palestina por el norte donde habían
terminado por hacer una hermosa profesión de fe en Jesús. Quizá atravesando
aquellas poblaciones de Galilea se encontraban con facilidad que la gente salía
al paso de Jesús, quería seguirle y se reunían numerosos para escucharle.
Parecían momentos de triunfo, aunque no están ocultos aquellos que comenzaban
ya a tramar contra Jesús. Por eso Jesús comienza a hacerles los anuncios que
les hace.
Van a subir a
Jerusalén por la fiesta de la pascua y allí sabe Jesús que hay muchos de los
principales del pueblo, fariseos, saduceos, maestros de la ley, sacerdotes y
servidores del templo a los que no les gustan las palabras y los signos de Jesús.
Jesús es fiel a su misión de anuncio del Reino de Dios y se sabe enviado del
Padre con esa misión, pero van a atentar contra El. Es lo que les anuncia a los
discípulos, la subida a Jerusalén no va a tener momentos fáciles sino todo lo
contrario, porque terminarán entregándolo a manos de los gentiles para quitarlo
de en medio, como lo están deseando. Pero los discípulos no entienden estas
palabras de Jesús.
Como vemos Pedro se
llevará aparte a Jesús para quitarle esas ideas de la cabeza, pero Jesús lo
apartará poco menos que violentamente diciéndole que él no piensa como Dios
sino como los hombres, que se quite de su vista porque está siendo una tentación
para El que tanto le está costando también esa subida a Jerusalén. Tiene que
descubrir cual es de verdad la visión de Dios, del Padre en quien Jesús se
confía plenamente y para entender estas palabras de Jesús nuestra visión tiene
que ser totalmente distinta.
Será difícil porque
seguir a Jesús tiene sus exigencias. No es que Jesús quiera ponernos el camino
duro, sino que tenemos que estar fortalecidos de verdad para esa dureza del
camino que nos vamos a encontrar. Por eso hemos de tener fortaleza en nosotros
mismos porque tenemos que saber negarnos, porque tenemos que saber asumir la
cruz que tengamos que llevar, porque cuando nos entregamos en ese camino de Jesús
que es camino de entrega y de amor, eso nos llevará a momentos dolorosos de
saber negarnos a nosotros mismos porque lo que importa es esa entrega que
estamos haciendo, ese bien que queremos para los demás y que queremos para
nuestro mundo. Quizá tengamos que sacrificarnos en cosas que para nosotros
parecerían buenas, pero lo hacemos con gusto porque amamos, como se sacrifica
la madre por su hijo porque lo ama, se entrega el enamorado por su amada porque
es el amor de su vida.
Pero pesa mucho en
nosotros esa visión tan terrena de las cosas y de la vida. Tú piensas como
los hombres, que le dice Jesús a Pedro. Seguimos muchas veces pensando con
los criterios del mundo, y entonces tratamos de acomodarnos, de suavizar las
cosas, de evitar lo que nos pudiera resultar duro, y así tenemos un amor
descafeinado porque llegamos solamente hasta donde no tengamos que
sacrificarnos mucho, hasta donde no perdamos nuestros poderes, hasta donde no
tengamos que arrancarnos de nuestros apegos, hasta donde no tengamos que
vaciarnos de nosotros mismos inclusive de aquellas cosas que poseemos. Cuando
nos cuesta cambiar ese chip de nuestra mente, de nuestro corazón para tener el
pensamiento y la mirada de Dios.
Y tenemos que
reconocer que eso nos pasa en nuestro nivel personal, pero eso nos puede estar
pasando como comunidad cristiana, nos puede estar pasando también en el ámbito
de nuestra Iglesia. Siempre tenemos que estar en estado de conversión para que
podamos ser en verdad esa iglesia verdaderamente misionera que vive y anuncia
toda la radicalidad del evangelio de Jesús.
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