Aprendamos a rastrear las huellas que Dios va dejando a su
paso a nuestro lado para que así nos podamos enriquecer con los dones de Dios
1Corintios 2, 1-5; Sal 118; Lucas 4, 16-30
Rastrear las huellas
del paso de algo o de alguien a nuestro lado en la vida a los humanos algunas
veces nos resulta tarea no fácil. Sin embargo observamos a nuestros animalitos
de compañía o mascotas cómo olfatean por donde quiera que van buscando el
rastro de otros animales que puedan ocupar su territorio, o como con su olfato
son capaces ponerse ojo avizor ante cualquiera que pueda acercarse que no es de
su agrado. Recuerdo también cuando era más joven utilizar dinámicas de rastreo
para seguir con los adolescentes con los que trabajábamos una ruta determinada
pero a través de una serie de huellas y mensajes ocultos para llegar a una
meta, o como se trataba de aprender a distinguir en dinámicas realizadas en el
campo o la montaña la huella de las pisadas que dejaba un animal diferenciando
unos de otros.
¿A qué viene toda esta
introducción? Es que los hombres tendríamos que aprender a descubrir y saber
interpretar las huellas del paso de Dios que El nos va dejando en los caminos
de la vida para que así aprendamos a encontrarnos con El. ¿Serán huellas
imperceptibles y por eso nos es tan difícil reconocerlas? Lo que nos sucede es
que quizá hemos perdido la sensibilidad para descubrir esa sintonía de Dios,
que no es solo música sino que en los hechos que acontecen en nuestro entorno o
en las personas con las que nos relacionamos o con las que nos vamos cruzando
en la vida hemos de aprender a descubrir esas señales de Dios, esas huellas del
actuar de Dios en nosotros y para nosotros.
y digo es necesario
saber discernir esa sintonía, porque no es a lo que a nosotros nos parece, no
es simplemente lo que nosotros deseamos o cómo nos lo imaginamos, sino que es
la forma en que El se nos quiere manifestar que siempre será de mayor riqueza
que todo lo que nosotros podamos imaginar. Buscamos, pero a nuestra manera;
deseamos pero que sea a nuestro gusto; queremos encontrar a Dios pero lo
queremos hacer a nuestra imagen y semejanza, como nosotros nos lo imaginamos, y
Dios nos supera en todas esas cosas, pero lo hace de una forma maravillosa,
pero mucho más sencilla de todas las complicaciones que nosotros muchas veces
nos armamos en nuestra cabeza para conocer a Dios. Los filtros humanos que
nosotros utilizamos no nos valen para descubrir a Dios, porque en nuestra
imperfección podrían incluso desenfocar la imagen.
Es lo que les sucedió
a las gentes de Nazaret. Allí estaba Dios en medio de ellos, pero no supieron
sintonizar con esos pasos de Dios. Al principio se habían sorprendido y hasta
llenado de orgullo patrio con las palabras de Jesús aquel sábado en la
sinagoga, pero pronto comenzaron a poner sus filtros. Era el hijo del José el
carpintero; si se había criado en el pueblo ¿de donde le venía toda aquella
sabiduría?; sin tan poderoso era como decían que se manifestaba en Cafarnaún y
otras aldeas de Galilea, ¿dónde estaban sus milagros que allí no realizaba
ninguno? Y así fueron poniendo sus pegas, iban poniendo sus filtros para
escuchar a Jesús y no llegaron a descubrir que allí estaba el paso de Dios en
medio de ellos. Al final terminaron echándolo y pretendían arrojarlo por un
precipicio.
Era lo que decía que
nosotros necesitamos aprender a entrar en esa sintonía de Dios pero tal como
Dios quiere manifestársenos y dejarnos sus señales. Tenemos que aprender a
descubrir esas huellas de Dios que se nos manifiesta y que nos llama de tantas
maneras. Pero no pongamos filtros, no pongamos condiciones, dejémonos
sorprender por Dios, abramos los ojos de la fe y podremos ir viendo esa
presencia de Dios hasta en esas cosas que algunas veces nos pueden resultar
desagradables o dolorosas.
Pasan tantas personas a
nuestro lado que nos tendrían que hacer percibir esa huella de Dios, ese olor
de Dios, pero no sabemos olfatear, porque buscamos otros perfumes, pero no
buscamos el perfume de Dios. Olfateemos y sepamos percibir lo que son los
perfumes del amor, de la entrega, de la generosidad, de la solidaridad que
podemos descubrir en tantos; sepamos percibir esos perfumes que nos hablan de
la sinceridad de la vida de las personas, de la autenticidad que podemos
descubrir en tantos, sepamos captar la verdad de cada persona y la fuerza con
que luchan por hacer un mundo mejor, e iremos entonces descubriendo huellas de
Dios.
Y es que el Espíritu
del Señor se manifiesta de muchas maneras en cuanto sucede en nuestro entorno,
en cuanto viven las personas que están a nuestro lado y será entonces cuando
descubramos de verdad esas huellas de Dios. Y claro, pensemos también que
nosotros podemos convertirnos en huellas de Dios para los que vienen a nuestro
encuentro; que no los defraudemos, que pueda aspirar el buen olor de Cristo también
en nuestras vidas.
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