Sepamos
encontrar generosidad en nuestro corazón que nos haga comprensivos, nos lleve a
disculpar y a perdonar, a tener abiertas las puertas sobre todo nuestro corazón
1Reyes 21, 1-16; Sal 5; Mateo 5, 38-42
Una espiral podríamos
decir que su sentido es que sea algo que no tiene fin; no son vueltas cerradas
sobre si mismas, sino vueltas abiertas que cada vez se van abriendo más, con lo
que la espiral se hace cada vez más grande e interminable.
Es difícil romper el ritmo de una espiral pero creo que todos nos damos cuenta que en la vida hay cosas que algunas veces dejamos crecer como una espiral y de que de alguna manera tenemos que romper su crecimiento. Son, por ejemplo, las espirales de violencia que nos vamos creando y haciendo crecer más y más, porque siempre tendremos una nueva forma de responder a la violencia que antes nos hayan hecho con lo que la espiral se hará interminable y totalmente destructiva para nuestras relaciones y para nuestra convivencia; bien lo contemplamos en la vida diaria en que esas espirales de rencores y resentimientos han dividido familias, han roto relaciones entre vecinos que antes quizás hasta eran amigos, y se convierte como en una herencia familiar, donde actualmente no sabemos por qué estamos familias o estos vecinos se llevan mal, pero desde siempre ha sido así y nunca nadie se ha atrevido a poner solución rompiendo esa espiral.
Es a lo que
nos está respondiendo hoy Jesús en el evangelio. Cuando nos ha puesto como
norma de nuestra vida el amor ese amor tiene que ser la piedra de toque que
sirva para romper esas espirales violentas y de odios que tantas veces nos
creamos en la vida. Muchas veces surgidas de la manera más inesperada y cuando
no se pensaba con ninguna malicia, pero hubo algo o alguien que la despertó y
entonces el cristal de nuestra visión se hizo añicos y todo lo que miraremos a
través de ese cristal roto y manchado por la malicia lo veremos lleno de esa
maldad que generará más maldad en nuestro corazón.
‘No hagáis frente al que os agravia’, nos dice Jesús y ojalá supiéramos escucharlo. Es la
manera de romper el inicio de esa espiral que cada vez se agrandaría más. En la
vida tenemos roces, nuestras aristas muchas veces están demasiado afiladas,
tenemos la sensibilidad a flor de piel y por cualquier cosa enseguida saltamos
con tres piedras en la mano, como se suele decir.
Muchas veces aquello que nosotros
recibimos como ofensa quizá ni tuvo esa intención en la persona de la que nos
sentimos ofendidos, una mala interpretación, un descuido o un dejarnos llevar
por un mal momento que a todos nos puede suceder, pero de la misma manera que
para nosotros pediríamos siempre comprensión, así deberíamos de tenerla con los
demás, y saber encontrar una disculpa en nuestro juicio tantas veces tan
severo, o en la aceptación de la disculpa que el otro nos pueda presentar. Una
detenernos en ese primer momento para tener la comprensión que pediríamos para
nosotros salvaría muchas disputas y muchas veces que entablamos tantas veces en
la vida. Romper, como hemos venido diciendo, esa espiral que tan fácilmente
generamos.
Por eso nos hablará Jesús de cosas tan
elementales como una bofetada recibida, de una discusión tonta por la posesión
o no de alguna cosa, del favor que nos están pidiendo que siempre nos parece
mucho, o de ese préstamo generoso que tendríamos que saber hacernos de las
cosas que poseemos. ¿Cuál es nuestra respuesta a esas cosas que así de forma
tan elemental nos van surgiendo en la vida en nuestra relación con los que
están cerca de nosotros, incluso la misma familia?
No es cuestión de hacer el tonto, como
algunos piensan, sino de saber encontrar generosidad en nuestro corazón que nos
haga comprensivos, que nos lleve a disculpar y a perdonar, que nos lleve a
tener abiertas las puertas de nuestra vida, pero sobre todo nuestro corazón. No
podemos estar cobrando con la misma moneda lo que nos puedan hacer los demás,
es ahí donde aparece la generosidad y la sublimidad del amor verdadero.
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