Cuando
hay amor de verdad en nosotros porque nos sentimos enamorados buscamos ansiosos
la manera de estar con quien amamos, disfrutemos así de la oración
Eclesiástico 48, 1-14; Sal 96; Mateo 6, 7-15
Nos enseña
Jesús a orar. Lo necesitamos. Quizás alguna vez nos hayamos preguntado si
oramos bien, si están bien nuestros rezos; quizás nos sentimos fríos y parece
que la oración no nos dice nada, quizás nos damos cuenta que muchas veces
nuestra oración está vacía, quizás nos preguntamos si Dios nos escucha, quizás
en ocasiones nos sentimos desganados y tenemos la tentación de dejarlo, o lo
hacemos a la carrera, deprisa y corriendo, como un cumplimiento. En el fondo
algunas veces quisiéramos que nos enseñaran a rezar, que nos enseñaran a orar.
¿A quién mejor pedírselo?
Muchas veces
nos hablará Jesús de la oración, alabará la oración de la gente humilde y
sencilla o nos irá planteando cómo hemos de darle profundidad a nuestra oración;
nos responde a esas preguntas sobre el valor de la oración y si merece la pena
hacerla, o nos hablará de la insistencia y constancia con que hemos de hacerla;
o nos dirá, como nos enseña hoy mismo, que es muy sencillo, que solo se trata
de dejarse inundar de la presencia de Dios. Que no será necesario llevar muchas
cosas preparadas ni cuestión de hacer una lista interminable de peticiones
porque decimos que tenemos muchas necesidades, sino solamente saborear a Dios,
su presencia, su amor.
Ya nos ha hablado de meternos en el cuarto escondido, para que sepamos hacer silencio, para que nos aislemos de tantas cosas y ruidos que nos perturban, de convertirlo en un tú a tú de amor para dejarnos sorprender por esa presencia, por ese amor, por esa vida de Dios que nos llena y nos trasciende, que nos hace echar raíces hondas pero que nos eleva a una órbita sobrenatural.
Las palabras
que pone hoy Jesús en nuestros labios para enseñarnos a orar eso es lo que
pretenden, que saboreemos la presencia y el amor de Dios; que tengamos el gusto
de llamarle Padre y sentirnos amados porque somos en verdad sus hijos; que nos
gocemos con Dios y con todo lo que Dios ama queriendo envolver, más aún,
empapar nuestra vida de ese sabor de Dios.
Nos está
diciendo quién es Dios y lo que es el amor de Dios; nos está diciendo cómo nos
sentimos engrandecidos con su amor de manera que después de hacer esta oración
todo tiene que ser distinto en nosotros porque ya no queremos otra cosa sino
amar con su mismo amor. Esa es la gloria de Dios que hemos de buscar, eso es lo
que nos hace sentir lo que es la grandeza del nombre de Dios de manera que ya
en su nombre salgamos a los caminos de la vida proclamando con nuestra manera
de hacer y de decir qué grande es el nombre de Dios, porque ya en su nombre
seremos capaces de hacer todo lo bueno necesario para que el mundo sea mejor.
Nos sentimos
amados de Dios y nunca nos sentiremos abandonados; nos sentimos amados de Dios
y en El ponemos toda nuestra confianza para que no nos falte el pan de cada
día; nos sentimos amados de Dios y queremos ir repartiendo ese amor y esa paz
que El nos da a todos ofreciendo generosamente el perdón, porque también nos
sentimos perdonados en nuestras debilidades y tropiezos; nos sentimos amados de
Dios y su presencia se hace fuerza en nosotros para luchar contra lo malo, para
no dejarnos arrastrar por el mal y el pecado. Siempre tendremos presente ante
nosotros la gloria del Señor que hemos de buscar y manifestar.
Disfrutemos
de la oración, porque disfrutamos de la presencia y del amor de Dios que nos
envuelve con su Espíritu. Cuando hay amor de verdad en nuestro corazón porque
nos sentimos enamorados buscamos ansiosos la manera de estar con quien amamos.
Sea ese el deseo de Dios, sea esa la prontitud con que nos disponemos para el
encuentro con el Señor en la oración.
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