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miércoles, 15 de junio de 2022

Necesitamos cultivarnos por dentro para no quedarnos en vanidades porque será lo que nos hará fuertes, lo que va a dar auténtico sentido y valor a cuanto hacemos

 


Necesitamos cultivarnos por dentro para no quedarnos en vanidades porque será lo que nos hará fuertes, lo que va a dar auténtico sentido y valor a cuanto hacemos

2Reyes 2, 1. 6-14; Sal 30; Mateo 6, 1-6. 16-18

A quién le amarga un dulce, solemos decir cuando queremos camuflar el orgullo que sentimos dentro de nosotros ante una alabanza por algo que hayamos hecho, un reconocimiento ya sea en forma de plaquita o de los oropeles de las medallas que quieren colgar sobre nuestros cuellos. Es cierto que en la vida tenemos que aprender a reconocer lo bueno que hacen los demás, y que todos sentimos dentro de nosotros el prurito satisfactorio de una alabanza o de un reconocimiento.

De cosas sencillas y pequeñas, muy elementales nacidas de la gratitud que hemos de tener hacia aquellos que hacen el bien, nacen luego las vanidades que se transforman en vanagloria y hasta desearíamos que nuestro nombre se perpetuara hasta la eternidad, porque así complacemos nuestra vanidad, alimentamos el orgullo y el amor propio y terminamos no solo queriendo elevarnos por encima de los demás sino que hasta seremos exigentes con aquellos que no nos muestran esos reconocimientos.

No vamos a seguir tirando del hilo de las vanidades porque esa hoguera de las vanidades consume muchos corazones o nos llena de muchas ambiciones que pueden terminar convirtiéndose en auténticas batallas que pueden destruir lo más hermoso que podemos llevar en nuestro corazón. Nadie es ajeno a esta tentación de la vanidad, a todos nos puede aflorar en el momento en que menos lo pensemos ese brillo en nuestros ojos emocionados por los reconocimientos. Demasiados oropeles de vanidad envuelven nuestra vida.

De esto nos quiere prevenir hoy Jesús en el evangelio. En el llamado sermón del monte Jesús nos va desgranando diversas situaciones de la vida donde hemos de saber mantener una vigilancia para que se mantenga la pureza de intención en aquello bueno que hacemos y no lleguemos a empañarla con esos brillos de oropeles. Nos señala Jesús diversos momentos o situaciones de nuestra vida, y sobre todo en relación a todo lo que fuera nuestra vida religiosa para que alejemos de ella toda vanidad.

Nos habla Jesús de la limosna, de la oración, del ayuno y de la penitencia que podamos hacer en distintos momentos de la vida. Ya de entrada Jesús nos deja la sentencia, el principio: Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos’. Practicar la justicia, hacer el bien con humildad y con la sinceridad de nuestra vida. No por el aplauso y reconocimiento, sino por aquello que con sinceridad queremos hacer desde lo más hondo de nosotros mismos.

Claro que Jesús aquí nos está queriendo contraponer actitudes y posturas de mucha gente de su tiempo, que no pueden ser la pauta de los que nos llamamos sus seguidores, sus discípulos vayamos a hacer en nuestra vida. Son las actitudes de los fariseos que veremos en otros momentos del evangelio denunciar con vehemencia y fuerza por parte de Jesús; es de lo que ahora nos quiere prevenir para que haya esa sinceridad y rectitud en nuestra vida, porque lo que en verdad busquemos siempre sea la gloria de Dios.

‘Tú, en cambio, cuando hagas limosna, nos dice Jesús, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha; así tu limosna quedará en secreto y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará’. No son las recompensas humanas, no son los reconocimientos de los hombres lo que tiene que movernos. Y nos habla de la limosna, pero nos hablará de la oración que haremos en lo escondido de nuestra habitación, porque es allí en nuestro interior más profundo donde vamos a sentir a Dios, donde vamos a encontrarnos con Dios, dónde y cómo vamos a presentarle nuestras peticiones. ‘Ora a tu Padre, que está en lo secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te lo recompensará’. Y en el mismo sentido nos va a hablar del ayuno. ‘Cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara, para que tu ayuno lo note tu Padre, que está en lo escondido; y tu Padre, que ve en lo escondido, te recompensará’.

Nos habla Jesús de estas tres situaciones concretas, porque eran hechos que estaban bien palpables en tantos en aquel momento. ¿Hoy qué nos diría el Señor? ¿Qué situaciones concretas de nuestra vida nos estaría señalando? ¿Esa vanidad no irá pareja en la vida con la superficialidad con que vivimos las cosas? Vanidad, superficialidad que nos lleva muchas veces de la rutina y a la vaciedad con que vivimos y hacemos las cosas; y nos fijamos en las apariencias que queremos mantener para que nos tengan en consideración o para que no baje nuestra autoestima; costumbrismo vacío, porque siempre las cosas se han hecho así, y no intentamos ni profundizar ni mejorar y acaso nos contentamos de realizar formalmente, ritualmente las cosas sin darles mayor sentido.

Nos falta muchas veces a los cristianos una auténtica espiritualidad que nos dé profundidad a lo que vivimos; damos la impresión tantas veces de que estamos tan vacíos; sería lo que nos haría creíbles ante el mundo que nos rodea, aunque también hay el peligro o la tentación de que nos rechacen porque les molesta la profundidad que le queremos dar a las cosas que hacemos. Necesitamos cultivarnos por dentro porque será lo que nos hará fuertes, lo que va a dar auténtico sentido y valor a cuanto hacemos.

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