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sábado, 10 de marzo de 2012


Un retrato maravilloso del rostro amoroso de Dios

Miq. 7, 14-15.18-20; Sal. 102; Lc. 15, 1-3.11-32
‘¿Qué Dios hay como tú, que perdonas el pecado y absuelves la culpa del resto de tu heredad?’, se preguntaba el profeta Miqueas. Y como una respuesta hemos ido repitiendo con el salmo ‘El Señor es compasivo y misericordioso… El perdona todas tus culpas… no nos trata como merecen nuestros pecados…’
Todo hoy es un retrato, ¡y qué retrato! del rostro misericordioso y lleno de amor de Dios. En todo se nos manifiesta lo que es el amor y la misericordia del Señor. Todo nos está hablando del amor de Dios. ¡Cómo nos sentimos confortados allá en lo más hondo de nosotros mismos cuando nos sentimos pecadores pero al mismo tiempo contemplamos lo que es la misericordia siempre eterna e infinita de Dios! ¡Qué bien nos lo manifiesta el evangelio en la parábola que nos propone Jesús!
Aquel hijo no había terminado de conocer a su padre. Por eso se atreverá a andar con reclamaciones y derechos. ‘La parte que me toca…’ le reclama al padre. Como no terminaba de conocer lo que era el corazón de su padre, tampoco se había conocido a sí mismo. Emprende caminos de búsquedas egoístas que solo le llevarán al vacío más grande y a la soledad más infernal.
Con su herencia, con sus riquezas y bienes esperaba encontrar la felicidad, esperaba encontrarse a sí mismo construyendo su vida al margen de su padre pero por esos caminos nunca llegaría a la plenitud de su ser. Cuántas veces recorremos esos caminos equivocados pensando que nosotros solos, por nosotros mismos, y lejos de quien en verdad nos puede llevar a la plenitud, vamos a encontrar lo mejor. Aquel hijo no mostró mucho interés por conocer a su padre y así terminó su vida llena de vacío. Vacío porque no tenía ningún fundamento interior que le diera fortaleza, valor y sentido.
Cuántos castillos en el aire nos construimos sin darle un verdadero cimiento y fundamento. Nos ponemos nuestros falsos cimientos que de nada nos servirán cuando nos apartamos de quien es la verdad de nuestra vida y nuestra existencia. Así se nos destruirá la vida como un castillo de naipes que se cae porque no tiene la verdadera estabilidad.
Una cosa fue positiva al final en la vida de aquel hombre. Tendríamos que aprender nosotros. La soledad y la miseria en la que cayó no le hicieron hundirse, sino que fue capaz de emprender camino de regreso, aunque fuera con temores y ciertas desconfianzas. Como no había terminado de conocer a su padre estaban esos miedos que le turbaban y le hacían desconfiar. Pero algo intuía, porque al menos pensaba que la bondad de su padre podría admitirle aunque solo fuera como un jornalero, ya que no como hijo, según pensaba él.
Pero se encontró con un padre, su padre; se encontró con el amor, con un corazón lleno de ternura que no dejó nunca de esperarle y de buscarle. Se sentía desnudo y derrotado porque su vida era una miseria, pero recobró la dignidad porque así su padre siempre le había querido considerar. Es la túnica nueva, es el anillo puesto de nuevo en su mano, son las sandalias para sus pies, es el banquete de fiesta que le ofrece porque su hijo que estaba perdido ha sido encontrado, su hijo que estaba muerto ha vuelto a la vida.
Es el retrato más hermoso del corazón de Dios. Es la gran manifestación del amor de la misericordia infinita y eterna de Dios que nos entregó a su Hijo para que nosotros fuéramos para siempre hijos. Es la gran lección que tenemos que aprender para nuestra vida para que aprendamos a conocer a Dios, para que aprendamos a no separarnos nunca de Dios pensando que por nuestra cuenta vamos a hacer las cosas mejor, para que aprendamos a buscar a Dios, para que aprendamos también a parecernos a ese corazón misericordioso de Dios.
Como contrapunto aparecen en el texto del evangelio y en la parábola quienes por una parte critican a Jesús porque busca a los pecadores y come con ellos, y por otra parte aquel hijo que no llega a comprender lo que es el amor del padre siempre dispuesto al perdón. Alejemos de nosotros actitudes así en referencia a los demás. Nos llevaría a más reflexiones, pero quede aquí y así el mensaje que hoy nos ofrece la Palabra de Dios.

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