Hundamos las raíces de nuestra vida en el agua viva de la Palabra
Jer. 17, 5-10; Sal. 1; Lc. 16, 19-31
¿Qué es lo que consideramos verdaderamente importante
en nuestra vida? ¿dónde ponemos nuestro corazón? ¿dónde hemos hundido de verdad
las raíces de nuestra vida? Podrían ser unas primeras preguntas que surjan de
la Palabra de Dios de este jueves de la segunda semana de Cuaresma. Es
importante y necesario que nos hagamos preguntas así porque nos ayudan a
definir claramente cuál es el sentido y valor que le damos a nuestra
existencia.
También quizá podríamos preguntarnos desde el umbral de
la muerte, donde se acaba nuestra vida terrena y nos enfrentamos a la verdad de
la vida, ¿qué es lo que realmente consideramos importante y a lo que nos
hubiera gustado haber dedicado nuestra vida? Es el momento de la verdad, el
momento en que realmente vemos los frutos de lo que hayamos realizado en la
vida, con las luces y con las sombras que la han iluminado o la han oscurecido.
Son variadas las imágenes que se nos ofrecen hoy en el
texto sagrado; por una parte árbol frondoso y lleno de ricos frutos que ha
hundido sus raíces en manantiales de agua viva, o por el contrario la sequedad
de unos troncos anclados en el erial del desierto que no podrán dar buenos y
abundantes frutos por la falta de una humedad que le llene de vida. Pero está
también la imagen de la parábola del rico epulón y del pobre Lázaro con toda la
conversación que surge tras la muerte de ambos y el querer entonces encontrar
remedio para la vida.
‘Dichoso el hombre que
ha puesto su confianza en el Señor’,
fuimos repitiendo en el salmo. ‘Será como
un árbol plantado al borde de la acequia que da fruto en su sazón y no se
marchitan sus hojas’.
La parábola nos habla del rico que sólo pensaba en sí
mismo y en disfrutar de los bienes que poseía convirtiéndolos en los dioses de
su vida, en la única razón de su existencia. Tarde recapacitará donde ya no
puede encontrar enmienda para su vida y teme ahora que a sus hermanos les pueda
pasar lo mismo que a él, porque viven también en ese mismo sin sentido su vida
y su existencia. Aprendamos la lección mirando nuestra vida como si la viéramos
también desde ese umbral de la muerte para saber encontrar ese verdadero
sentido y valor que le dé auténtica riqueza a nuestra vida.
La parábola nos llega como Palabra del Señor para
nosotros que aún tenemos tiempo de recapacitar y enderezar nuestra vida
buscando lo que realmente es importante y de verdadero valor para nuestra
existencia. Tenemos, sí, la riqueza de la Palabra de Dios que nos ilumina, nos
hace recapacitar, nos ayuda a enderezar nuestros pasos, nos abre caminos de
bien y de salvación. Tenemos esa riqueza de la Palabra de Dios que nos ayuda a
encontrar el verdadero sentido de nuestra vida.
Aquel rico desde el abismo en que habitaba pedía a
Abraham que enviase a Lázaro a sus hermanos, pero Abrahán le recuerda que
tienen a Moisés y a los profetas, porque si no los escuchan ni aunque resucite
un muerto van a cambiar su vida. Este pensamiento nos viene bien a nosotros
también porque muchas veces quizá buscamos cosas espectaculares para apoyar
nuestra fe pensando que así vamos a cambiar mejor nuestro corazón. Pero tenemos
el milagro cada día de la Palabra del Señor que se nos proclama y que con fe
hemos de saber escuchar, hemos de saberle prestar atención.
Tenemos cada día delante de nosotros el Milagro de la
Eucaristía en que Cristo mismo se nos da haciendo memorial de su pasión, muerte
y resurrección, y que con fe hemos de vivir para sentir su gracia salvadora
sobre nuestra vida, para vivir esa gracia y esa salvación que nos transforma y
llena de nueva vida.
Ahí tenemos ese manantial de agua viva en que hemos de
saber hundir las raíces de nuestra vida porque así en la gracia del Señor nos
llenaremos de vida y podremos dar esos frutos de santidad que nos pide el
Señor. Es gracia que hemos de saber aprovechar en todo momento de nuestra vida,
pero que ahora en este tiempo de Cuaresma llega a nosotros como gracia especial
que hemos de saber aprovechar bien.
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