Vayamos pues disfrutando de esa inmensidad del amor que Jesús nos ofrece, saboreando el amor, saboreando esa presencia de Dios que habita en nosotros
Hechos 14, 5-18; Sal 113; Juan 14, 21-26
Te amo, quiero estar contigo para siempre, quiero vivir contigo. De forma romántica se podrá decir más bonito, pero de alguna manera es el proyecto de vida que se hacen, que tienen dos personas que se aman, dos enamorados. Y porque se aman habitan juntos, cohabitan es la palabra que solemos emplear; que es mucho más que estar juntos, porque de alguna manera viven el uno en otro, viven el uno para el otro, con todo lo que entraña la intimidad del amor.
Podríamos decir que es lo que nos está diciendo hoy Jesús. Le amamos y guardamos sus mandamientos. El que ama de verdad se da de tal manera que lo que busca es agradar al otro, hacer todo lo posible porque el otro sea feliz; no es solo buscar nuestra propia felicidad, que nos vendrá en consecuencia, sino que me doy de tal manera que con todo mi ser quiero hacer feliz al que amo. Cuando hemos buscado en algo que queremos llamar amor primero nuestra propia felicidad, ese tal llamado amor va demasiado cargado de egoísmo, de egocentrismo, que le falta lo importante para ser verdadero amor. Seré feliz cuando te vea feliz, y te veré feliz porque por mi parte pondré todo lo que sea necesario para agradarte y que lo seas.
Es lo que nos dice hoy Jesús. Me he quedado en esta reflexión casi en la primera frase. ‘El que acepta mis mandamientos y los guarda, ese me ama… Y el que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él’. Aceptar sus mandamientos, buscar siempre lo que es la voluntad de Dios, guardar su Palabra, plantarla en nuestro corazón y nuestra vida. Así manifestamos nuestro amor. Pero así se va a manifestar en mí el amor de Dios que me llevará por caminos de plenitud y de felicidad. ‘Mi Padre lo amará’, vamos a ser regalados por el amor de Dios, y el regalo más hermoso es que Dios va a estar con nosotros. Dios se ha enamorado de nosotros, ‘vendremos a él y haremos morada en él’.
Maravilla del amor de Dios, porque no va a ser un amor desde fuera. Es que Dios va a venir a mí, hará morada en mí. ¿No decimos que por el bautismo nos convertimos en morada de Dios y templos de su Espíritu? Aquí lo tenemos. No es simplemente sentir que Dios está a nuestro lado – y sentiremos, es cierto, a Dios caminando a nuestro lado porque eso es lo que se manifiesta cuando se nos dice que se ha encarnado y habita con nosotros, sino vamos a sentir que Dios está dentro de nosotros, habitando en nosotros.
¿Qué decíamos que sienten los enamorados? En nombre de su amor, decíamos, quieren vivir juntos, con lo que quiere entrañar esta expresión. Ahora decimos que Dios se ha enamorado de nosotros y no solo quiere habitar a nuestro lado, sino que quiere habitar en nosotros.
Es todo un misterio de amor, que por muchas semejanzas que tenga con nuestro amor humano, sin embargo no llegamos siempre a captar en toda su profundidad. Por eso Jesús nos promete su Espíritu, que cuando El venga nos lo revelará todo, nos hará comprender todas las cosas.
Estamos ya acercándonos a Pentecostés y poco más que una larga novena de preparación nos va ofreciendo la liturgia en estos días que quedan donde iremos escuchando toda esa promesa del Espíritu que Jesús nos hace. Ahondemos nosotros en ello, vayamos abriendo nuestro corazón para dejarnos conducir por el Espíritu, que nos lo revelará todo, que nos hará comprender todas las cosas.
Vayamos pues disfrutando de esa inmensidad del amor que Jesús nos ofrece. Vayamos saboreando el amor, esa presencia de Dios que habita en nosotros.
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