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sábado, 13 de mayo de 2023

No podemos quedarnos anestesiados en las nubes de nuestros inciensos mientras no salgamos con arrojo y valentía a hacer el anuncio del evangelio

 


No podemos quedarnos anestesiados en las nubes de nuestros inciensos mientras no salgamos con arrojo y valentía a hacer el anuncio del evangelio

Hechos 16, 1-10; Sal 99; Juan 15, 18-21

Me vino a la mente un episodio del Quijote, nuestra obra cumbre de la literatura española, en la que se nos narra que mientras don Quijote y Sancho cabalgaban por aquellos pueblos de la Mancha en sus cabalgaduras, los perros les salían al paso ladrándoles; resultaba incomodo y allá Sancho trataba de espantarlos para que se apartaran del camino pero sobre todo para no sentirse herido en sus oídos por los ladridos de los perros; a lo que don Quijote le decía que los dejaran, porque si ladran es que cabalgamos. Se hubieran quedado resguardados en la posada sin echarse a los caminos y no hubieran sufrido los ladridos de los perros.

Nos pasa así. Algunas veces queremos quedarnos al abrigo de nuestros nidos calientes, antes que lanzarnos al camino lleno de peligros y donde tenemos que sufrir todo tipo de inclemencias. El que tiene algo que hacer, no se puede quedar resguardado en su casa por el mal tiempo que haya sino que tiene que aventurarse a salir enfrentándose a esas inclemencias.

Pero no quiero hablar aquí de inclemencias metereológicas sino más bien de esa contraposición que nos vamos a encontrar los cristianos cuando nos lanzamos al mundo con el mensaje del evangelio. Nos gustaría quedarnos quizá enfervorizados y envueltos en el perfume de los inciensos en nuestros templos en bonitas celebraciones, antes que enfrentarnos a la tarea del anuncio del evangelio en el mundo. Es que nos vamos a encontrar un mundo difícil, pensamos, un mundo adverso que no quiere recibir ese mensaje, y buscamos refugio en lo cómodo, donde no encontremos oposición, donde solo recibamos los halagos de los que son fieles de siempre.

Pero la luz no se puede ocultar debajo de un celemín, tenemos que ponerla en alto, en el lugar donde pueda iluminar aunque tenga que sufrir los embates de un mundo que dice no necesitar de esa luz, que tratará de apagarla y diluirla, incluso de manipularla. Es la tarea que nos espera y Jesús no nos dice que sea fácil, porque ya nos anuncia que si El sufrió rechazo y persecución el discípulo no es mejor que su maestro y con ese rechazo también tenemos que contar.

Ya Jesús nos promete su presencia y la fuerza de su Espíritu, que nos iluminará y nos dará fuerzas, que pondrá palabras en nuestros labios y fuerza en el corazón. Nos olvidamos a veces los cristianos de este anuncio y de esta promesa de Jesús. Cuando nos encontramos con la dificultad, con la oposición y el rechazo nos sentimos hundidos y derrotados. Pero si ladran es que cabalgamos, como decía el Quijote. Sí hay ese rechazo es porque nuestro testimonio les está hiriendo, porque la luz que presentamos les hace ver la realidad de su error, porque el anuncio de evangelio que hacemos está pidiendo una transformación del corazón que no se está dispuesto a realizar.

Quitamos de en medio los testigos y nos parece que podemos vivir tranquilos. Así piensa nuestro mundo aunque tenga muchas otras formas sibilinas de expresarlo. Pero nosotros no hemos de temer, con valentía tenemos que seguir presentando el mensaje del evangelio que es el que en verdad va a transformar nuestro mundo.

Cuidado nosotros no andemos reculando y buscando refugios. Nuestra presencia tiene que ser combativa, tenemos que arriesgarnos a salir al encuentro de ese mundo que nos rodea y que está necesitando esa luz. Cuidado no nos refugiemos en nuestros nidos de tranquilidad, porque hacemos en año nuestros templos unas celebraciones muy enfervorizadas. Pero cuidado no sean un humo que se diluye en lugar de una luz que provoque y un fuego que nos queme por dentro. Seguramente queremos quedarnos tranquilitos ahí donde no nos van a ladrar.

Tengo que decirlo, porque es algo que de alguna manera estoy palpando y me inquieta por dentro. Muchos están queriendo volver a unos tradicionalismos que con el concilio Vaticano II habíamos superado, nos estamos quedando en demasiadas novenas en nuestras iglesias por decir algo y de alguna forma que englobe muchas cosas que estamos rescatando. Muchos monaguillos muy bien envueltos en sus ropajes con muchos ritualismos que nos pueden distraer del auténtico mensaje del evangelio que no terminamos de anunciar.

¿De dónde estamos arrancando con arrojo y valentía para llevar la Buena Nueva a los pobres de nuestro mundo, para liberar a todos los oprimidos y proclamar de forma auténtica el año de gracia del Señor? ¿Estará en verdad llegando la Iglesia al mundo real que nos rodea?

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