Vayamos siempre por la vida con el corazón cantando de
alegría y contagiaremos al mundo de nuestro amor para disipar las sombras que
podrían llenarlo de oscuridad
Hechos 15, 7-21; Sal 95; Juan 15, 9-11
Por favor, cambia esa cara, pon cara de
alegría, nos habrá dicho alguien en alguna ocasión que íbamos por la calle con
cara adusta, de seriedad, y dando incluso la expresión de amargura. Demasiadas
caras tensas nos encontramos en nuestro caminar por la vida, aunque alguno
quizás nos puede decir que sin con los tiempos que corren podemos poner de
verdad cara de alegría. Y pensamos lo más pronto y lo más fácil en cómo sube la
cesta de la compra, o escuchamos hablar de cambio climático que todo nos lo va
cambiando y que a larga nos puede afectar en tantas cosas, y seguimos pensando
en las guerras de las que todos los días nos dan noticias, y podemos seguir
pensando en tantas y tantas según sea también la sensibilidad con que vivamos.
Pero nos pueden decir que no sabemos
cómo están por dentro pasándolo mal, en tan diversas situaciones adversas con
que podemos vernos afectados, desde problemas familiares, desde tensiones que
podemos vivir con los que están cerca de nosotros, o en nuestro trabajo o en el
circulo de amigos o vecinos, desde preocupaciones y sombras que todos llevamos
dentro. ¿Podemos realmente poner cara de alegría? ¿O acaso solo ponemos cara
por fuera mientras por dentro siguen las preocupaciones y las angustias?
Claro que queremos alegría y queremos
ser felices. Todos lo deseamos y todos lo buscamos de alguna manera, aunque
muchas veces pueda quedarse en una apariencia exterior. Suena la música y los
cánticos muchas veces incluso de forma estridente y queremos dar apariencia de
alegría y de felicidad. Vayamos por donde vayamos queremos llevar la música metida
en nuestros oídos que hoy con los medios técnicos de que disponemos pudiera ser
muy fácil hacerlo. Pero, ¿llevaremos esa alegría en el corazón? ¿Podremos
encontrarla?
Tenemos que buscar lo que nos llene de
verdadera alegría el corazón para que no se quede ni en ruidos ni en
apariencias. ¿Será una tarea fácil? Hoy nos está hablando Jesús de encontrar
esa alegría, de llenarnos de esa alegría. Y de alguna manera nos está diciendo
que para eso El está con nosotros y que en El podremos encontrar los motivos
más profundos para encontrar y para vivir esa alegría. Es un fruto de su
Espíritu y es una característica fundamental del Reino de Dios que Jesús quiere
para nosotros.
Vayamos simplemente a algo muy humano
que fundamente y crea nuestras relaciones. Todos ansiamos sentirnos queridos.
Son muchas las soledades que quiebran la paz de nuestros espíritus y nos hacen
sentirnos como sin rumbo sin sentido en la vida. Y es importante el sentirse
amados, empezando por los que tenemos más cerca. Qué clima más bonito se crea
en una familia donde todos desde el más pequeño al mayor en todo momento se
sienten amados por esos seres que tienen junto a sí.
Fijémonos en el rostro de un niño que
se siente amado por sus padres y en ese caldo de cultivo va creciendo y va modelando
su personalidad; lo veremos siempre con una sonrisa en su semblante, lo veremos
con una mirada luminosa y limpia porque ha aprendido que desde ese amor que
recibe está hecho para amar. Ahí sonará fuerte la risa porque siempre está
sonando la música del amor. Qué terrible sería el momento en que llegara a
gritar ‘tú no me quieres’, porque grande y terrible sería la ruptura
interior que se produjera en su vida.
Lo hemos puesto como ejemplo para
considerar entonces lo que Jesús nos está ofreciendo hoy en el evangelio. Nos
habla Jesús de permanecer en su amor, pero es que antes nos ha hablado del amor
del Padre y de su propio amor. ‘Como
el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor’. Y nos sigue diciendo cómo vamos a
permanecer en su amor si guardamos los mandamientos.
Es el
camino. Y empezamos por disfrutar del amor que Dios nos tiene que se nos
manifiesta en Jesús, en su entrega por nosotros, porque nadie ha amado tanto
como aquel que dio su vida por aquellos a los que amaba. Y esto no es cosa solo de saberlo sino de disfrutarlo, gustarlo allá en lo más íntimo y profundo de
nosotros. Si así supiéramos disfrutarlo qué distinta sería nuestra vida. ¿Recordáis
lo que hace un momento decíamos del niño que se siente amado y se siente feliz?
No nos faltará alegría en el corazón.
Por eso
termina diciéndonos que nos ha hablado de esto para que su alegría esté
en nosotros, y nuestra alegría llegue a plenitud. Cuando lleguemos a vivir una
cosa así todo va a cambiar en nuestra vida, afrontaremos la vida, los
problemas, las preocupaciones de una forma distinta; no nos faltará la
esperanza, no perderemos la fuerza y la ilusión por hacer nuestro mundo mejor
contagiando esa alegría, contagiando ese amor. Los problemas seguirán estando
presentes, pero nuestra forma de afrontarlos será distinta; no perderemos la
paz, iremos siempre con el corazón cantando de alegría y contagiaremos al mundo
de nuestro amor. No solo vamos a poner cara de alegría sino que inundaremos
nuestro mundo de felicidad.
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