Envueltos por el Espíritu de Jesús en Pentecostés todo
cambiará en sus vidas, porque los miedos y las cobardías desaparecerán, no
estarán huérfanos ni solos
Hechos 8, 5-8. 14-17; Sal 65; 1Pedro
3, 15-18; Juan 14, 15-21
Cuando en el camino de la vida nos sentimos
acompañados por alguien que por su prestigio, por su bien hacer, por sus características
de líder y sentimos que de un momento a otros nos va a fallar, no lo vamos a
tener a nuestro lado, nos sentimos mal, nos sentimos como abandonados y nos
entran los temores de qué va a ser de nosotros, de nuestro grupo, de los
proyectos que traemos en mano.
En todo grupo humano siempre tenemos
una persona así, que lo es todo para aquel grupo, que sabe mantenerlo unido,
manteniendo en alto los ideales y metas; sucede hasta en cualquier grupo de
muchachos como lo tenemos en cualquier organización. Hoy le ponemos diferentes
nombres, será ‘coach’ como está ahora de moda, será dirigente, acompañante que
es lo que realmente significa esa palabra mencionada, será maestro, será
animador, será defensor, llamémoslo como queramos, pero si nos falta parece que
el mundo se nos viene abajo, aunque la misión del líder es ponernos a caminar
para que seamos capaces de hacerlo por nosotros mismos.
¿Por qué no podemos pensar que así se
sentían los discípulos en relación a Jesús y que ahora en estos últimos
momentos están sintiendo tantas palabras de despedida? La tristeza y la
incertidumbre les embargan, porque aun no sabe lo que realmente va a suceder
después de aquella cena tan llena de signos. La incertidumbre y la preocupación
que también nos envuelve tantas veces a los cristianos frente al mundo y con la
misión que en el mundo tenemos que realizar. También nos llenamos de miedos.
Pero Jesús les dice que no tienen por
qué estar tristes, El marcha – es el momento de la entrega definitiva – pero
les promete quien les va a acompañar siempre. El Espíritu de Jesús no les va a
faltar. Les promete el Espíritu de la verdad, que se lo revelará todo, pero que
será el acompañante, el Defensor que estará siempre con ellos. No se van a
sentir solos, aunque ellos ahora no lo entienden.
‘No os dejaré huérfanos, volveré a vosotros… Y yo le pediré al
Padre que os dé otro Paráclito, que esté siempre con vosotros, el Espíritu de
la verdad…’ Les costará entenderlo a los discípulos y su consuelo, de
alguna manera, es confiarse a las palabras de Jesús. Lo pasarán mal en aquella
pascua, más tarde Jesús les abrirá el entendimiento para que comprendan las
Escrituras, para que comprendan todo lo que El les ha anunciado. Cuando se
sientan envueltos por el Espíritu en Pentecostés todo cambiará en sus vidas,
porque los miedos y las cobardías desaparecerán.
Tenemos
que poner nosotros también toda nuestra confianza en las palabras de Jesús. Su Espíritu
también ha inundado nuestras vidas porque desde el Bautismo nos hemos
convertido en morada de Dios y en templos del Espíritu. Como don especial lo
recibimos en el sacramento de la Confirmación y ya nosotros con la fuerza del Espíritu
tenemos que ser testigos.
El Espíritu
que abrió las puertas de la Iglesia para que se expandiera el mensaje del
Evangelio, y llegara, como hemos escuchado hoy en la primera lectura, incluso a
aquellos lugares a los que en principio tenían temor de llegar porque pensaban
que no iban a ser recibidos. Fue el Espíritu el que impulsó a los que salieron
de Jerusalén en aquellas primeras persecuciones para anunciarlo en Samaría, que
para los judíos era una tierra maldita, y sin embargo vemos como acogen la
predicación del diácono Felipe y bajarán luego Pedro y Juan para que por la
imposición de las manos sobre ellos se realizara un nuevo Pentecostés.
¿Nos
dejaremos conducir por el Espíritu para llegar también a las fronteras, esas
fronteras que tenemos ahí cerca de nuestro lado, vecinos nuestros quizá en
nuestro mismo pueblo en tantos a los que parece que no interesa el
evangelio, no interesa la Iglesia, para
que también may hagamos un anuncio del mensaje del Evangelio?
Es el Espíritu
que, como nos decía el apóstol Pedro en la segunda lectura de hoy, que nos hará
dar razón de nuestra fe y nuestra esperanza al mundo que nos rodea. Es el
testimonio que tenemos que dar con nuestra vida, que el mundo crea que hay
razones para la esperanza, que el mundo vea que es importante mantener viva la
fe; que con el testimonio de nuestra vida, por lo que hacemos y por lo que
vivimos, por nuestro compromiso serio, por esa lucha que mantenemos contra el
mal y la injustita, por esos gestos de humanidad y de cercanía con que nosotros
caminamos tendiendo la mano, curando heridos de la vida, levantando caídos, acompañando
soledades, poniendo el amor y la comprensión siempre por delante demos razón de
la fe que anima nuestra vida, de la esperanza que llevamos en el corazón y que
nos mantiene con espíritu alegre para poner alegría en nuestro mundo.
Y lo
podremos hacer porque estamos llenos del Espíritu que nos ha dejado Jesús como
nuestro acompañante y nuestro defensor, el Espíritu de la verdad que nos guiará
hasta la verdad plena. Abramos las puertas de nuestro corazón para dejarnos
inundar por la fuerza del Espíritu.
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