Anda,
date prisa, muévete, baja de ahí que vamos a comenzar un camino nuevo, con una
nueva perspectiva, es camino de salvación
Apocalipsis 3, 1-6. 14-22; Sal 14; Lucas 19,
1-10
‘Anda, date prisa, muévete…’ apremiamos al amigo o a aquel queremos que haga algo
y que nos parece que no hace las cosas tan pronto como se lo pedimos o como
tiene que hacerlas. ¿Serán las prisas de la vida? ¿O será ese momento oportuno
que no podemos dejar pasar, que tenemos que saber aprovechar porque quizá no se
nos vuelve a repetir la ocasión? ¿Será que siempre vamos a la carrera? Nos
apremiamos los unos a los hombres en las responsabilidades que tenemos que
desarrollar, o apremiamos a las prisas a aquel que parece que siempre tiene
todo el tiempo del mundo y parece que nunca se va a morir, como se suele decir.
Aquel hombre había querido conocer a Jesús.
Eran muchas las dificultades con que se tropezaba y ahora parecía que había
alcanzado la atalaya apropiada para ver lo que deseaba pero de la que le piden
que se baje con rapidez. Su baja estatura, hacía que si había gente más alta
que él delante no pudiera ver el paso de Jesús, era mucha la gente que se había
congregado en aquellas calles o caminos como queramos decirle de Jericó; pero
había otra dificultad, que era su condición, su oficio era el de recaudador de
impuestos e igual que a nadie le gusta ser amigo de los de Hacienda, en este
caso era un colaboracionista con el poder extranjero. Todos lo despreciaban,
era un publicano que era lo mismo que decir que era un pecador público con el
que ‘nadie’ de buena condición querría juntársele. Eso obstaculizaba el poder
ver el paso de Jesús. Quizás también era una forma de pasar desapercibido tras
las hojas de la higuera.
Pero quizá necesitaba otras
perspectivas, una visión distinta, el ver y mirar sin ser visto ni mirado, una
cierta distancia para poder mejor observar, un lugar donde pudiera apreciar
quizás gestos, miradas, posturas en las que otros no se fijarían en su
entusiasmo que parecía cegar a las gentes de Jericó al paso del aquel profeta
de Galilea. Allí desde la altura podía observar mejor y no pensaba que nadie se
iba a fijar en él, pero mira cómo aquel a quien buscaba lo buscó a él entre las
ramas del sicómoro y ahora lo estaba apremiando para que bajara pronto.
Baja enseguida, le estaba pidiendo Jesús.
No te quedes ahí parado con la boca abierta, venga pronto, que quiero ir a
hospedarme a tu casa. Baja enseguida que llega la hora y la podemos dejar
pasar. Apremiaba Jesús a Zaqueo y Zaqueo sorprendido se bajó enseguida de la
higuera para abrir las puertas de su casa a Jesús.
Y ya sabemos lo que Jesús diría al
final. ‘Hoy llegó la salvación a esta casa’. Era el apremio de la vida,
el apremio de la salvación que llega y no podemos dejar pasar. Aquel hombre
buscaba a Jesús sin saber bien lo que buscaba, pero en aquel hombre había
hambre de vida, de algo distinto, de salvación. Por eso se salió de su casa, se
salió de sus ocupaciones, se puso en camino de búsqueda, quería ver a Jesús
pero quería verlo de manera distinta. Una nueva perspectiva, decíamos cuando
miraba a Jesús desde su atalaya, creyéndose que no era visto por nadie. Pero Jesús
lo vio, Jesús lo llamó, Jesús quiso entrar en su casa aunque eso provocara los
comentarios de la gente de siempre, porque había ido a hospedarse a la casa de
un pecador. Pero era el apremio de la salvación que llegaba.
Pero en todo este pasaje tenemos que
vernos a nosotros, en nuestros caminos de búsquedas, pero que a veces parece
que vamos de remolón; a la menor dificultad nos echamos para detrás, no somos
capaces de ver otra posibilidad, otra salida. Nos hacen falta esas perspectivas
nuevas, no quedarnos con la mirada de siempre, con el comentario de siempre que
ya nos lo sabemos y al final parece termina no diciéndonos nada. Pongámonos en
otro camino, no temamos subirnos a la higuera, no porque vayamos a ocultarnos
sino porque vamos a ver las cosas de forma distinta.
Y cuando sintamos la voz que nos dice
baja enseguida, no nos quedemos embobados sino apurémonos a ir al encuentro de Jesús,
a ir a donde Jesús quiera llevarnos, dejemos que Jesús se meta en nuestro
interior – quiere hospedarse en nuestra casa y es algo más que un edificio -,
dejemos que se siente a nuestra mesa y pongámonos ante El como somos, desnudos
de prejuicios y prevenciones, llevando con nosotros también esos amigos que
algunas veces parecen rémoras que nos pueden frenar, porque con Jesús sentado a
nuestra mesa tendremos una mirada nueva sobre la vida, sobre lo que hacemos,
sobre esos amigos con los que estamos sentados en la mesa de la vida, sobre
nuestras trayectorias pasadas que quizás no nos gusta recordar, y es que con Jesús
vamos a comenzar un camino nuevo que nos lleva siempre adelante.
Baja enseguida que llega la salvación,
no la dejes pasar.
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