No es
una página cualquiera la que nos ofrece hoy el evangelio porque nos llena de
esperanzas, pero también porque pone inquietud en el corazón
Apocalipsis 10, 8-11; Sal 118; Lucas
19, 45-48
Hay páginas de la vida que parece que
no tienen luz propia, ningún resplandor especial, nos preguntamos que nos
sucedió ese día y decimos nada especial, pero si nos detenemos un poco
encontramos detalles, pequeños gestos, decisiones tomadas, palabras y
encuentros que nos parecieron fortuitos, pero que sin embargo cada uno de ellos
tiene su propio peso, vienen a ser muy significativos o pueden incluso marcar
rumbo de futuras actuaciones y hasta ser un punto y aparte en la vida. Cada
momento tiene su sustancia, cada gesto tiene su valor, cada palabra encierra
una riqueza, cada encuentro puede ser un momento importante para alguien.
Seguramente cuando recapitulemos nuestra historia personal nos daremos cuenta
de esos momentos que nos parecían insulsos e insignificantes pero que sin
embargo tuvieron un gran valor. Es lo que se suele hacer cuando uno se dedica a
relatar sus memorias.
Así nos sucede con páginas del
evangelio de Jesús, como la que hoy escuchamos. En el relato de san Lucas es
muy escueto lo que nos dice, pues san Mateo se extiende mucho más en darnos
detalles de lo sucedido en el templo aquella mañana. Según nos cuenta san Lucas
hoy parece que lo de la expulsión de los vendedores fue un incidente que no
tuvo mayores consecuencias, pero bien significativo es en el anuncio del Reino
de Dios que nos viene haciendo Jesús. Luego nos habla de cómo Jesús enseñaba en
el templo, la gente venía con gusto a escucharle, aunque por allá atrás andaban
los sumos sacerdotes y los principales del pueblo estudiando cómo quitarle de
en medio. Parecía que no pasaba nada, pero importantes son las señales, los
gestos y los signos que contemplamos en este pasaje.
Es bien significativo lo que ha de representar
el Reino de Dios en nosotros el gesto profético de Jesús de expulsar a los
vendedores del templo. Es casa de oración y lo habéis convertido en un
mercado, les dice Jesús. ¿Con qué imagen queremos presentar el Reino de
Dios? ¿Cuál es la imagen de Dios que hemos de tener? ¿Andaremos con Dios como a
la compraventa, yo te doy para que tú me des, o nuestra relación con Dios ha de
ser de otra manera? Cuántas cosas hemos de purificar, empezando por esa imagen
empañada que muchas veces damos de Dios. Tenemos que descubrir ese Dios que Jesús
nos revela, abrir en verdad nuestra mente y nuestro corazón para darle cabida a
ese Dios de amor en nuestra vida. Qué distinta nuestra relación con Dios, qué
distinta la manera de mirar y ver a nuestros hermanos los hombres.
Cuando aceptamos el Reino de Dios
estamos aceptando al Dios de amor que es Padre y que se posesiona de nuestro
corazón, pero con Dios metido en el centro de nuestra vida nuestra mirada tiene
que ser distinta, nuestra comprensión de las cosas, nuestra responsabilidad
ante ese mundo que tenemos en nuestras manos, ante esos hermanos nuestros que
caminan a nuestro lado y que con nosotros quieren hacer también un camino de
amor. Por eso cuando Jesús nos habla de aceptar el Reino de Dios nos habla de
conversión, nos habla de que tenemos que darle en verdad la vuelta a la vida,
porque será una mirada distinta, porque será un nuevo vivir, en nuestra
relación con Dios y en nuestra relación con los demás.
Era en verdad algo nuevo lo que nos
presentaba Jesús. Buena Nueva, decimos, no solo son palabras nuevas sino nuevas
actitudes y nuevas posturas, nueva visión de Dios y nueva visión de cuánto nos
rodea, empezando por los hombres a los que ya veremos para siempre como
hermanos. Por eso serán los sencillos los que se gocen en las palabras de Jesús.
Allí le contemplamos rodeado de gente en el templo escuchándoles, porque sus
corazones se llenaban de alegría y de esperanza, porque en verdad sentían que
algo nuevo comenzaba.
¿Abrimos así nuestro corazón a la
Palabra del Evangelio? ¿Sentimos en verdad cómo vibra nuestro corazón cuando
escuchamos a Jesús porque se renuevan nuestras esperanzas, porque nos sentimos
impulsados a realizar ese camino nuevo? Cuidado nos acostumbremos a las
palabras de Jesús y terminan por no tener sentido ni significado para nosotros;
sucede con demasiada frecuencia, porque manipulamos, porque tergiversamos,
porque no queremos que nos inquiete demasiado, porque no nos gusta sentir esa
revolcadura interior – permítaseme la palabra - que tiene que producir siempre
la palabra de Jesús. No seamos nunca como aquellos que estaban al acecho, sino
como los sencillos y humildes que sentían la alegría de las palabras de Jesús.
No es una página cualquiera la que estamos escuchando.
No hay comentarios:
Publicar un comentario