Una
llamada de atención a nuestra responsabilidad porque la vida exige desarrollo y
crecimiento y en el evangelio encontramos los valores que le darán intensidad
2Macabeos 7,1.20-31; Sal 16; Lucas 19,11-28
Nos puede
suceder en ocasiones en la vida que cuando se avecinan cambios pensamos que no
merece la pena esforzarse mucho en lo que estamos haciendo; ya vendrán otros
tiempos, quizá pensamos, en que podremos dedicarnos con mayor intensidad y
ahora no merece el esfuerzo; y dejamos que las cosas sigan en una rutina, en
cierto modo imperativa, sin darnos cuenta de que mientras tengamos en manos una
actividad, una responsabilidad no podemos hacer dejación de ello.
Recuerdo un
profesor, que en esto fue poco sabio y poco profesor, que nos decía que todo
aquello iba a cambiar y entonces de alguna manera nos quitaba los deseos de
ponerle empeño a la materia y quizá hubo cosas fundamentales en las que no se
profundizó lo suficiente y luego no se tenía base para cimentar lo nuevo que se
tendría que edificar, por decirlo de alguna manera.
Lo que
tenemos entre manos, lo que es ahora nuestra responsabilidad, aquello que se
nos ha confiado no podemos abandonarlo; el terreno de la vida siempre hemos de
tenerlo roturado y preparado, aunque ahora nos pueda parecer que no vamos a
obtener un fruto inmediato, pero eso que ahora nos puede parecer pequeño y sin
importancia pudiera convertirse en una base fundamental para lo que hemos de
crear en el futuro.
Es la
responsabilidad con hemos de tomarnos la vida, es la seriedad con que hemos de
ir haciendo las cosas, que al menos ese esfuerzo nos estará sirviendo también
como de entrenamiento para lo que en el futuro tengamos que hacer. Sin perdemos
las ganas y el entusiasmo, si bajamos la guardia en la responsabilidad del hoy,
en el día de mañana también nos buscaremos alguna disculpa para volver a bajar
la guardia o hacer dejación de nuestra responsabilidad.
Hoy Jesús nos
ofrece una parábola. Y ya nos dice el evangelista que el motivo era porque con
la subida de Jesús a Jerusalén se iba a instaurar ya el Reino y entonces como
de alguna manera había entrado como una cierta pasividad en la espera de lo que
pensaban que podría suceder. Y Jesús les propone la parábola del que se
marchaba de viaje y dejó diversas cantidades de valores a sus empleados. A la
vuelta quiso que le rindieran cuentas y mientras unos los habían hecho
fructificar, a otro le había entrado la desgana y la irresponsabilidad quizá apoyándose
en los temores que tenía porque sabía que su señor era exigente, pero había
enterrado el talento y no lo había hecho fructificar. Y ya vemos cómo fue la reacción.
Es una
llamada de atención a nuestra responsabilidad. Como decíamos antes de lo que
tenemos entre manos no podemos hacer dejación de nuestra responsabilidad. Lo
que es nuestra vida nos exige continuamente un desarrollo y un crecimiento. Lo
que no crece muere. Igual que las células de nuestro organismo continuamente se
van renovando y eso es señal de la vida, y cuando no hay esa renovación, porque
las dejamos morir y no hay renovación, entramos en el camino de la enfermedad y
en el camino de la muerte.
Pero no
olvidemos que la vida no son solo esas células corporales con todas las
funciones del cuerpo humano, sino que la vida está en nuestro ser, en lo que
somos, en lo que son nuestras vivencias o nuestros sentimientos, en lo que son
nuestros deseos y en lo que es nuestro querer, en eso bueno que vamos
desarrollando con nuestra existencia y esos valores que vamos cultivando.
Y le hemos de
dar intensidad a esa vida; y hemos de desarrollar esas cualidades y esos
valores que tenemos, y hemos de superarnos en las limitaciones que encontremos.
Es el espíritu fuerte que tengamos en nuestro interior; es la fe que anima
nuestra vida y nos llena de esperanza, es el amor con que vamos construyendo
cada uno de los pasos de nuestra existencia que también va a tener repercusión
en los demás. Es el cultivo de nuestro espíritu elevándonos por encima de todo
porque nuestro corazón tiende siempre a Dios. Es el impulso que sentimos en
nosotros cuando nos dejamos inundar por el Espíritu y nos lleva a esa entrega y
a ese darnos a nosotros mismos. El apoyo lo tenemos siempre en Dios. El
evangelio será siempre esa luz para nosotros, para mantenernos en el camino y
vivir con toda intensidad.
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